La Casa Alba… pasiones en la escena habanera


Tras la muerte de su segundo marido, Antonio María Benavides, Bernarda Alba decide recluirse y guardar luto junto a sus cinco hijas (Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela), hasta que decide el casamiento de Angustias con Pepe, el Romano, lo que desata una lucha de pasiones, entre las hermanas, hasta concluir en tragedia… A grandes rasgos, este es el tema que matiza La Casa de Bernarda Alba, última obra escrita por Federico García Lorca (1936), y publicada póstumamente en 1945.

El Ballet Español de Cuba (BEC) la hizo suya hacia 1997 bajo el título de La Casa Alba, de la mano del maestro Eduardo Veitía. De esa manera, se integraba a un conjunto de piezas emblemáticas que han enriquecido el quehacer de esta compañía fundacional, que está celebrando, con todas sus fuerzas, el aniversario 36 de su creación. Una pieza que es alta expresión del género, y en la que el BEC hace una singular interpretación.

Como en otras de sus piezas, el director, devenido coreógrafo, acerca el drama lorquiano a las tablas, vestido de flamenco, y pone en juego algunos temas que descuellan de la importante obra del genial poeta granadino: el autoritarismo de la despótica Bernarda, el deseo de libertad, el peso de la tradición, el fanatismo religioso, la sociedad opresiva, el miedo a descubrir la intimidad, y el papel de la mujer…, conjugándolos con simbolismos característicos expresados en La Casa… de Lorca.

Entre otros, el color negro (la muerte), el verde (la rebeldía), la luna (placer), el calor (intensifica la tensión dramática), el agua (referencia al deseo sexual), el bastón (poder tiránico)…, entremezclados, todos, con los movimientos, gestos, taconeo, cantos y expresiones de los bailarines, para tejernos una hechizante obra que vibra en la originalidad danzaria, donde lo teatral se funde a lo más apasionado del baile flamenco. La versión del BEC resalta la progresión dramática del conflicto principal. A medida que transcurre la narración, nos adentramos más en la casa y, simbólicamente, en las almas de cada persona involucrada en la composición. La escenografía (Elena Gómez/Dagne Ramírez) aquí es mínima, cerrada, austera, como la propia vida de sus habitantes.

En La Casa Alba, en dos actos –prólogo/epílogo y ocho escenas-, el auditorio puede reconocer el drama que se mueve detrás de las paredes de la casa de Bernarda Alba, cuyas cinco hijas –con sus nombres/acciones-, colorearon de sentimientos el interior de esa prisión, en la que se esconden pasiones, envidias, celos, tristezas… que Veitía pone a bailar/reflexionar en la escena, en la piel de los bailarines.

En este apartado hay que reconocer la singular entrega de los primeros bailarines Leslie Ung como Poncia –la criada-, un rol que ha hecho ya suyo, y en el que realiza un trabajo de alto vuelo dancístico e interpretativo, mientras que en su Adela despliega ese arsenal/fuerza que la caracterizan en cada papel. Siempre nos parece que el escenario resulta pequeño para la artista.

Ella, el sábado, bailó junto a ese bailarín de fuerte carga escénica que es Daniel Martínez (Pepe, el Romano). En una palabra: ¡excelente! Ellos llenaron de ovaciones el teatro, así como la juvenil y talentosa primera bailarina, Analia Feal, quien en la Adela la matizó con la magia de su versatilidad y el ágil danzar que la caracteriza en las tablas, y en Poncia la dibujó con alto histrionismo. A su lado, el también juvenil Eduardo Arango como Pepe, el Romano, mostró su fibra artística en baile/acción para arrancar fuertes aplausos, sobre todo en la función del domingo, para dejar en claro que el BEC tiene una enorme cantera de danzantes.

Pero La Casa… vivió instantes de pleno dramatismo y pasión en la piel de otros artistas, en primer lugar de la primera bailarina Claudia González, quien vistió la Bernarda con la fuerza/carácter de la tiránica e indolente madre, y ese joven talento que es el primer bailarín Alian J. Pineda, quien asumió el difícil personaje con maestría e inteligencia para sortear las dificultades como un consagrado.

Así como las también noveles Nayara Calderón (Martirio), Karla Cruz (Amelia), Ana Eugenia Soto (Magdalena), Raquel Pampín (Angustias), Chenille Cartaya (Prostituta)…, y, no olvidar, con una mención especial, al juvenil cuerpo de baile, y alumnos de la Unidad Artística Docente que en esas jornadas, tanto en algunos personajes como en el Pueblo, dieron lo mejor de sí y engalanaron con su baile, gestos y acciones, en una puesta que marca un punto importante del BEC.

Como nota singular, destacar la función del domingo que estuvo dedicada a la inmensa bailarina, una de las cuatro Joyas del BNC: Aurora Bosch, quien nos ha legado huellas imborrables en la escena, en disímiles personajes con su gran clase, y también en su Bernarda Alba, inolvidable y única, en el ballet de Iván Tenorio, que estrenara en noviembre de 1975 con el BNC.

Del espectáculo quedan, en el público, la autenticidad de una pieza, excelentemente traducida al flamenco, y la huella de un acto de comunicación esencial, que vibra en los pasos de los danzantes, con una expresión visceral, sin afeites ni añadiduras. Cada función del BEC, creada por Eduardo Veitía, uno de los coreógrafos más talentosos de nuestra Patria, alumno aventajado de la Maestra Alicia Alonso, quien ha llevado al flamenco hasta lo más inverosímil, nos regala obras inteligentes y actuales, con ese talento a flor de piel que ha enriquecido, sin lugar a dudas, con sus piezas, la escena iberoamericana contemporánea.

En ese “tablao” improvisado en que se convirtió el amplio escenario de la sala Avellaneda, transitaron las huestes de Veitía de lo accidental a lo necesario. No son cubanos que tratan de bailar a lo español con un acento pintoresco, sino bailarines que descubren la raíz hispana que hay en todos nosotros.

Foto: Adrián Chaliu
Foto: Adrián Chaliu

(Tomado de Tribuna de La Habana)

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