Nuevamente, la patria convoca,
esta vez a preservar las conquistas, continuar aplicando programas de beneficio
común y salvar la dignidad del hombre.
La elección de los diputados a la
Asamblea Nacional del Poder Popular (Parlamento), el próximo 26 de marzo, constituye
un acto enteramente democrático y una expresión de la libertad individual de
cada ciudadano, pero también debe ser una acción consciente, ajena a todo
vestigio de superficialidad.
El proceso que ahora culmina pudiera ser uno más entre tantos eventos
electorales que ocurren en el mundo; sin embargo, la acción de cada uno lo hace
histórico y único.
No olvidamos que, después de más
de un siglo de lucha, los cubanos tenemos, al fin, la posibilidad de
superarnos, organizarnos y dirigirnos mediante un sistema político socialista.
Esa principal conquista, de la
cual dependen todas las demás, es la que estamos convocados a salvar con el
voto unido (por todos los nominados), el cual, más que una consigna, es la
opción para cerrar brecha al enemigo oportunista y mantenernos a buen recaudo
de las tendencias neoliberales que azotan hoy al mundo.
Los que estarán en la boleta ya
fueron escogidos entre los mejores y más capaces, seleccionados por el pueblo
en cada barrio para que lo represente en la toma de decisiones y aprobación de
medidas económicas o leyes.
Ellos no estarán respaldados por
sus estados financieros ni por sus promesas, y ninguno recibirá beneficio
particular; por el contrario, se multiplicarán sus responsabilidades y tareas.
Independientemente de la edad, la raza o el sexo, todos representarán
por igual los intereses del pueblo y defenderán a cualquier precio el poder
conquistado.
“El pueblo unido jamás será
vencido” es una frase repetida en manifestaciones populares desde el triunfo de
la Revolución en enero de 1959; pero, más que una consigna, tal aseveración
constituye una filosofía de vida de los cubanos, demostrada con creces a través
de la historia, tanto por los reveces sufridos a lo largo de las Guerras de
Independencia como por las victorias.
Del fracaso de 1879, aprendimos
que el regionalismo y el caudillismo solo sirvieron para empoderar al enemigo y
menguar el poderío del Ejército Libertador hasta llegar al Pacto del Zanjón.
Por eso, en la organización de la
Guerra Necesaria, José Martí funda en 1892 el Partido Revolucionario Cubano,
legítimo intento de cohesionar a los viejos luchadores y a los más jóvenes, y
dar coherencia y unidad a los esfuerzos independentistas.
De él, escribió en el periódico
Patria:
“…y a la palabra partido se amparan, para
decir que se unen en esfuerzo ordenado, con disciplina franca y fin común, los
cubanos que han entendido ya que, para vencer a un adversario deshecho, lo único
que necesitan es unirse.”
Más cercano en el tiempo, el
máximo líder de la Revolución cubana, Fidel Castro, autor de la unidad nacional
-a decir de Eusebio Leal-, en su largo quehacer mantuvo siempre el empeño por
agrupar en la diversidad de las fuerzas los intereses comunes que pudieran
engrosar las filas de defensores de la más justa de las causas.
Esa lucha perenne por articular
de forma sólida todas las fuerzas conlleva a la reunión de Altos de Mompié, en
plena Sierra Maestra, el 3 de mayo de 1958, de la cual se deriva la decisión de
unificar los mandos de la sierra y del llano, bajo una misma jefatura.
Fue el momento en que Fidel resultó
nombrado secretario general del Movimiento y Comandante en Jefe del Ejército
Rebelde. La decisión tenía un claro carácter de unidad y expresaba el criterio
de la guerra como fenómeno que trascendía ya las fronteras de una sola
organización.
“Perdura lo que un pueblo quiere”, anticipó Martí, y ese pueblo unido
junto a sus principales líderes es el que ha salvado a la Cuba socialista y
revolucionaria de las garras imperiales por más de seis décadas.
Ejemplos como Girón, la Campaña
de Alfabetización, la Lucha Contra Bandidos y el enfrentamiento al bloqueo y a
la guerra económica demuestran la fuerza arrolladora de las masas cuando unen
fusiles, brazos o azadones.
Esa cultura de la unidad ha
creado también la de la solidaridad frente a eventos fortuitos o catástrofes,
como las más recientes del Hotel Saratoga, la Base de Supertanqueros de Matanzas o el huracán Ian.
La seguridad de que nadie queda
desamparado a su suerte y la fe en que unidos podemos salir adelante, es una
idea sembrada por Fidel y regada con ahínco por todos los cubanos para que sus
frutos perduren por siempre.
Esa convicción nos protege hoy de corrientes neoliberales y
retrógradas, con predominio de gobiernos entreguistas y serviles, frente a los
cuales Cuba ratifica la voluntad de su pueblo.
Por eso, ejercitar el derecho al
sufragio es nuestra esperanza de legar a las venideras generaciones una
sociedad justa y libre y en aras de ello debemos aunar esfuerzos, voluntades e
intereses.
La historia nos ha mostrado más
de una vez cuánta verdad había en las palabras del Héroe Nacional cuando
expresó:
“Los cubanos no son horda, ni
rebaño, ni aldea. Juntos quieren; juntos trabajan; juntos triunfan...”.
Nuevamente juntos, hagamos lo que
nos corresponde en este momento y, como Martí, digámosle a la Patria:
“...si de algo serví antes de ahora, ya no me acuerdo: lo que yo quiero es servir más...”. (Tomado de la ACN. Imagen de portada: Ministerio de Comunicaciones/Facebook)