Eva Angelina, una de tantas madres habaneras heroicas y anónimas (+ fotos)

 

Una tarde de lluvia de 1961, una niña de seis años juega en su casa con un largo y elegante abrigo negro de Astrakán, un mantón de manila azul y oro con larguísimos flecos, como los de las bailaoras de flamenco, y una cartera de piel de aspecto antiguo, recuerdos sacados del guardarropas familiar que huelen a otra época.

De repente, la pequeña nota algo duro en el interior del dobladillo del abrigo y avisa a su madre, quien, tijera en mano, descose la costura y extrae un pequeño rectángulo de cartulina amarillento por el paso del tiempo.

La niña sabe leer y distingue el nombre completo y los apellidos de su abuela materna, a quien no ha conocido, y tres letras: ABC. La madre mira el carné con ojos tristes, ¿Qué es? —pregunta curiosa la menor. La progenitora suspira: “Tu abuela —dice—quiso hacer patria”.

Eva Angelina Padillas Biehl nació en el poblado de Santa Cruz del Norte, posiblemente en 1907, hija legítima del canario Pablo Padilla, pescador y vendedor de ajos, y de Carmen, su esposa cubana. Tuvo hermanos, pero sobresalió desde pequeña por su belleza y carácter, a un tiempo maduro y jovial. Su piel pálida contrastaba con sus cabellos y sus ojos de un negro profundo.

En la adolescencia, ganó concursos de belleza en su pueblo natal, donde fue muy buscada y querida no solo por sus tempranas y extraordinarias habilidades para coser bellos vestidos, bordar, crear sombreros elegantes y hacer ramilletes de flores artificiales, sino sobre todo porque reunió a un grupo de sus amigas, y juntas, se dedicaban a visitar a ancianos desvalidos, enfermos y antiguos esclavos sin familia, a quienes alimentaban y atendían en sus dolencias.

Recogían para ellos ropas usadas, les llevaban medicinas, les hacían compañía. Al mismo tiempo, Eva despuntaba como exitosa animadora cultural, pues recitaba, cantaba y bailaba con suma gracia, y todos decían que las fiestas y celebraciones se ponían mejores cuando ella llegaba.

Tenía muchos admiradores, entre ellos un capitán de Marina a quien dedicaba, en cuanto lo veía aparecer en una fiesta, el poema Señor Capitán, del poeta español Eduardo Marquina. Se subía a una mesa y empezaba a declamar con sus ojos de mora clavados en el adorador:¡Capitán de los tercios de Flandes…!”, y el auditorio se fascinaba.

Durante una visita a sus primas de La Habana, Eva fue descubierta por José María Baluja González, joven oficial de Policía natural de Bejucal. De estatura pequeña para hombre, pero muy apuesto en su uniforme azul ceñido, era de hermoso rostro y carácter dulce, aunque enamoradizo. El cortejo no tardó en comenzar y, aunque los padres de Eva no estaban felices con el romance, terminó en matrimonio. José María trajo a su esposa a vivir a La Habana.

Era el chofer del jefe de la Policía de la capital y residía en la azotea de la Estación, en una casita amplia y cómoda donde Eva instaló un pequeño taller de alta costura. Sus exquisitas prendas de señora, íntegramente cosidas a mano; sus sombreros finos; sus bordados delicadísimos y todas sus creaciones eran muy solicitados por una clientela de clase media-alta.

Nadie sabe cómo Eva llegó a ser miembro del ABC, pero si este movimiento fue fundado en 1931 y la única hija del matrimonio nació en 1928, es obvio que, cuando ella se involucró, ya era madre de una criatura pequeña. Ni siquiera su esposo sabía de su militancia política. Fue un secreto muy bien guardado hasta la tarde en que la nieta jugó con aquel abrigo…

EL ABC

Esta organización clandestina, aliada con el Directorio Estudiantil Universitario y con su líder Eduardo Chibás, se proponía luchar contra la dictadura del general Gerardo Machado.

Tuvo una de las estructuras internas más inteligentes e indestructibles de su época, compuesta por un sistema de células clandestinas que operaban de forma piramidal: en la cúspide había una Célula Directriz que contaba con siete miembros; cada uno de estos debía supervisar una célula de siete miembros del siguiente nivel. Los miembros de la organización solo conocían a su líder y a la célula inferior.

La primera célula fue nombrada A; la siguiente B; luego C, etc. De ahí tomó su nombre este movimiento basado en el más estricto secreto.

Aunque su membresía era heterogénea, predominaba en ella la clase media, representada por intelectuales, estudiantes y profesionales.

El destacado filósofo, ensayista y profesor universitario Jorge Mañach y los brillantes periodistas Francisco Ichaso y Féliz Lizazo militaron en sus filas. El escritor Alejo Carpentier fue jefe de propaganda del ABC en París. José Martí Zayas Bazán, el hijo del Apóstol, y el General del Ejército Libertador Manuel Piedra Martell también fueron abecedarios. La letra del Himno de la organización fue escrita por el poeta Gustavo Sánchez Galarraga, y su música compuesta por Ernesto Lecuona.

Los miembros, a quienes distinguió su valentía en algunos casos suicida, distribuían propaganda y protagonizaban atentados con bombas a altos funcionarios del Gobierno machadista.

Su acción más célebre fue el atentado en que un comando abecedario dio muerte a Clemente Vázquez Bello, presidente del Senado de la nación.

Con anterioridad a ese día, otro comando había estado cavando durante semanas un túnel que conducía desde alguna parte del cementerio de Colón hasta el panteón de la esposa del funcionario, donde presumían que este sería sepultado. Colocaron debajo del monumento cargas de dinamita que harían explotar cuando Machado acudiera a los funerales de su gran amigo.

Sin embargo, a pesar de tener una eficaz red de espionaje en las altas esferas del Gobierno, los abecedarios desconocían que Vázquez Bello y su millonaria esposa estaban distanciados y la señora no se encontraba en Cuba, por lo que a última hora se decidió que el occiso fuera llevado a su provincia natal para su inhumación.

Otros hechos, igualmente osados, se cuentan entre las hazañas del ABC, pero son historias que merecen ser narradas en otro contexto.

Aún hoy continúa entre los historiadores la diferencia de criterios sobre si el ABC fue un movimiento de derecha, incluso fadcistoide, o en realidad tuvo una orientación puramente nacionalista.

Evangelina Padilla jamás habría comulgado con una ideología de corte fascista. En cambio, sí es comprensible que una mujer como ella, interesada en hacer el bien a sus semejantes a costa de su propio sacrificio personal, comulgara con los ideales abecedarios, expuestos en todos los Manifiestos que la organización dirigió al pueblo de Cuba, y en los cuales quedaba claro que el movimiento tenía un programa en el que pueden encontrarse muchos puntos comunes con los del Movimiento 26 de Julio, tales como estos:

… erradicación gradual de los latifundios, fomento de la pequeña propiedad rural, nacionalización de las tierras en poder de los extranjeros, creación de cooperativas de producción, fomentar y difundir la enseñanza en el pueblo y crear una legislación social que protegiera al obrero ante el desempleo y la vejez e incluyera la jornada laboral de ocho horas y el descanso periódico retribuido…

Extracto del Manifiesto-Programa de 1931

 

Hay que entender que las corrientes y movimientos políticos pueden ir a la zaga de su época o a la par de ella, pero no son juegos de ciencia-ficción que pueden plantearse escenarios imprevisibles para su época, y cuando escogen sus métodos de lucha son, también, los métodos que se conocen en el momento histórico en que estos movimientos se desarrollan, lo que no significa que sus posiciones ideológicas no puedan evolucionar hacia formas diferentes, menos violentas, como ocurrió en el caso del ABC, que, si bien en sus comienzos practicó una forma de lucha que hoy calificaríamos como terrorista, en su etapa de madurez asumió una postura democrática y civilista y repudió toda forma de violencia.

En su Manifiesto de 1932, el ABC ratificó su programa de justicia social, se pronunció contra el reparto arbitrario e injusto de la riqueza nacional, condenó los latifundios azucareros y el monopolio de la banca extranjera, propuso la recuperación de las tierras nacionales en manos foráneas y denunció las duras condiciones de vida del campesino cubano, la dependencia monetaria de Cuba de los Estados Unidos y la inexistencia de una moneda nacional.

Jamás apoyó ninguna manifestación de fascismo, y varios de sus miembros más destacados formaron parte de las Brigadas Internacionales que lucharon por la República Española contra las huestes falangistas del general Francisco Franco. Un autor ha escrito que “en el ABC prevaleció una voluntad de servicio ajena a todo lucro y aprovechamiento personal”. Resulta muy coherente que Evangelina se adhiriera a su credo político.

¿Cuáles habrían sido las tareas de Eva como miembro del ABC? Nunca podremos saberlo, pero su condición de esposa del chofer del jefe de la Policía de La Habana la colocaba en una posición privilegiada que le permitía conseguir información de alto interés para la organización.

Y hay todavía otra circunstancia: el mejor amigo de su esposo era, también, el tirador de élite del equipo de la Jefatura. Este hombre, como tantos que conocieron y trataron a Eva, concibió por ella una pasión que nunca sabremos si fue o no correspondida, pero se convirtió para él en una obsesión fatal y oscura.

Hubo una carta, hallada en el bolso de mano que la nieta encontró, en cuyo interior se guardaban también una polvera y unos pendientes de plata y zafiro. Era una carta de amor, pero de un amor fati, brujo, letal. La niña llegó a leerla, pero no comprendió del todo su significado y hoy no logra recordar el texto escrito con mano temblorosa por un hombre que quizá ya había concebido su proyecto macabro.

Una mañana en que Eva trabajaba en su pequeño atelier y su hija de siete años leía en su habitación, se presentó aquel hombre de uniforme en la modesta vivienda. Visita habitual de la casa, Eva lo recibió. De repente, la niña escuchó un disparo. Arrojó la historieta que leía, se lanzó de la cama y corrió hacia la sala, donde encontró a su madre en el suelo con sangre sobre el pecho de su vestido blanco, y vio al asesino de pie sosteniendo todavía su revólver de reglamento. El aire olía a pólvora. La niña se arrojó sobre el cuerpo, que recibió todavía otros dos disparos cuyo impacto lo hicieron brincar. Luego el hombre se encerró en el baño y se oyó un tercer disparo. Cuando llegaron los primeros vecinos y otros policías y abrieron el baño, la pequeña pudo atisbar apenas al asesino sentado: se había disparado en el cielo de la boca su última bala.

La existencia de Evangelina Padilla fue transparente hasta el día de su boda y su traslado a La Habana. A partir de algún momento posterior, ella vivió dos vidas: en una fue una apacible ama de casa, costurera y madre amantísima de su única hija, y en la otra una luchadora clandestina, una espía tal vez, para uno de los movimientos políticos que intentaron con mayor sinceridad y vehemencia ennoblecer y dignificar su patria.

De mayor, su hija la recordaba como tierna, amorosa, protectora, muy preocupada por vestirla y calzarla con ropas que ella misma le cosía; una madre ejemplar y, sin embargo, también a ella la arriesgó por Cuba. ¿La mató aquel hombre porque descubrió quién era Eva en realidad? ¿Acaso lo utilizó a él también para pasar información a los abecedarios?

Lo último que se supo de ella fue que llegó con vida al hospital Emergencias (hoy Freyre de Andrade), donde esta circunstancia asombró a los médicos, pues el primer disparo había partido su corazón en dos mitades.

Los diarios de la capital reflejaron su muerte en sus secciones de Crónica Roja. Había un pequeño suelto en el que se describía brevemente el crimen, acompañado por una imagen de su perfil yacente con un pie que rezaba: “Aún después de muerta Evangelina Padilla conserva sus bellos rasgos”. (Gina Picart Baluja. Fotos de la autora)

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