José Martí destacó que las madres son amor, no razón, son sensibilidad exquisita y dolor inconsolable y también precisó que toda madre debiera llamarse maravilla.
Según detallara en un trabajo publicado en La
Opinión Nacional de Caracas, en su edición correspondiente al 15 de abril de
1882, los brazos de las madres son cestos floridos.
Diez años después en otro de sus trabajos
periodísticos, en este caso en el periódico Patria, el 25 de junio de 1892,
llegó a exponer la siguiente consideración que refleja en forma elocuente el
valor que le atribuyera a las madres: “No cree el hombre de veras en la muerte
hasta que su madre no se le va de entre los brazos. La madre, esté lejos o
cerca de nosotros, es el sostén de nuestra vida. Algo nos guía y ampara
mientras ella no muere. La tierra, cuando ella muere, se abre debajo de los
pies.”
De manera muy especial, Martí patentizó su gran amor
y respeto por su querida madre Doña Leonor Pérez, incluso fue capaz de reflejar
estos sentimientos en poemas, cartas y otros trabajos.
Si se descuenta la etapa de su niñez y adolescencia,
puede decirse que Martí tuvo una relación física con su madre a través de muy
poco tiempo.
Cuando estaba próximo a cumplir 18 años fue
deportado hacia España y tras varios años de permanencia en este país se reencontró
con sus familiares en México en 1875.
Allí vivió junto a sus padres y hermanas algo más de
dos años puesto que en 1877 ellos retornaron a Cuba mientras que él se dirigió
hacia Guatemala.
No es hasta mediados de 1878 que vuelve a tener una
relación directa con sus padres cuando retorna a La Habana.
Esa relación es interrumpida en septiembre de 1879,
al ser detenido en Cuba acusado de hallarse conspirando contra el dominio
colonial y nuevamente deportado hacia España.
A partir de entonces prácticamente no volverá a ver
a su madre salvo por un breve período de tiempo en que ella fue a residir con
él en Nueva York.
La comunicación esencial de Martí, en su etapa de
adulto, con Doña Leonor fue a través de cartas.
De Martí a Leonor se conservan sólo seis cartas,
mientras que de las dirigidas por ella a su hijo hay alrededor de 20.
Particularmente muy emotivas son las dos últimas
misivas que Martí le dirigió a su progenitora en las que le ratificó su
decisión de dar su contribución al desarrollo de la causa de la independencia
de Cuba.
En la penúltima, fechada el 15 de mayo de 1894, le
expuso que mientras hubiera obra qué hacer un hombre entero no tenía derecho a
reposar y le manifestó seguidamente: “Preste cada hombre, sin que nadie lo
regañe, el servicio que lleve en sí.”.
También en la citada carta le significó al referirse
a cómo concebía su existencia: “Mi porvenir es como la luz del carbón blanco,
que se quema él, para iluminar alrededor. Siento que jamás acabarán mis
luchas.”
Del sentido que le atribuyese al deber y al
sacrificio y el grado de compromiso que tenía con la liberación de su tierra
natal, Martí igualmente trató en la última carta que le escribió a Doña Leonor
Pérez.
Fechada el 25 de marzo de 1895 en ella le patentizó
que estaba en vísperas de un largo viaje y que en ese momento estaba pensando
en ella. Le aseguró: “Yo sin cesar pienso en Ud. Ud. se duele, en la cólera de
su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Ud. con una vida que ama el sacrificio? Palabras,
no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil.”
Tras patentizarle que con él iría siempre “en mi
creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre”, le señaló en la parte
final de esta misiva: “Abrace a mis hermanas, y a sus compañeros ¡Ojalá pueda
algún día verlos a todos a mi alrededor, contentos de mí! Y entonces sí que
cuidaré yo de Ud. con mimo y con orgullo. Ahora, bendígame, y crea que jamás
saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición.”
Como se puede apreciar aún en instantes
particularmente difíciles cuando se hallaba con gran tensión en el empeño de
retornar a Cuba para con la fuerza del ejemplo dar su contribución a la guerra
por la independencia que ya se había reiniciado un mes antes, Martí fue capaz
de siempre encontrar las palabras más apropiadas para también patentizarle a su
querida madre el gran cariño y respeto que sintiera por ella y también por los
demás integrantes de su familia.
Incluso desde la etapa de su juventud en un emotivo
poema él había señalado con respecto a su querida madre:
Madre del alma, madre querida,
Son tus natales, quiero cantar;
Porque mi alma, de amor henchida,
Aunque muy joven, nunca se olvida
De la que vida me hubo de dar.
Pasan los años, vuelan las horas
Que yo a tu lado no siento ir,
Por tus caricias arrobadoras
Y las miradas tan seductoras
Que hacen mi pecho fuerte latir.
A Dios yo pido constantemente
Para mis padres vida inmortal;
Porque es muy grato, sobre la frente
Sentir el roce de un beso ardiente
Que de otra boca nunca es igual.
En otro poema titulado ¡Madre mía!, José Martí
igualmente destacó en su parte inicial:
Mi madre: el débil resplandor te baña
De esta mísera luz con que me alumbro,
Y aquí desde mi lecho
Te miro, y no me extraña-
Si tú vives en mí- que venga estrecho
A mi gigante corazón mi pecho. (Víctor
Pérez-Galdós Ortíz, tomado de Habana Radio)