El sillón no se inventó en Cuba, aunque sea marca de cubanía (+ fotos)


Cuando yo era muy pequeña, mi abuela me llevaba a una clínica mutualista española llamada Las Católicas Cubanas, en la barriada del Cerro, en La Habana.

El edificio tenía el característico soportal de columnas de la arquitectura de aquella parte de La Habana, con piso de grandes mosaicos blancos y negros, ese que llaman “de ajedrez”.

Había un jardín central con una preciosa glorieta casi cubierta de enredaderas que ocultaban a la vista la estatua de una virgen de mayor tamaño que el natural.

Al fondo del jardín, había una capilla cuya entrada lucía unas mamparas de madera preciosa, típicas también del estilo arquitectónico de aquel barrio que fue zona de veraneo de nuestra aristocracia, que recibió en uno de sus palacios nada menos que a la infanta Eulalia cuando esta princesa española visitó La Habana.

Pero a mí lo que más me llamaba la atención era un enorme salón, el primero por el que se accedía al resto de la clínica. Tan largo como el soportal, estaba cubierto de cortinas rojas que llegaban al suelo, y ocupado por dos hileras de sillones enfrentados, como se podían ver antes en las funerarias y en las salas de las viviendas coloniales, costumbre que se mantuvo en las primeras décadas del siglo XX.

Capilla de una funeraria cubana. Foto: tomada de Internet.

Yo me sentaba en todos, los adoraba para mecerme, aunque en mi casa eran, además de cómodos, una herramienta de castigo para las niñas “que se portaban mal”, pero yo nunca guardé rencor a los sillones, y me sentí muy orgullosa cuando alguien me dijo una vez que son un invento cubano.

Desgraciadamente, esto es una falsa creencia. El sillón no lo inventamos nosotros, aunque se le considere una marca de cubanía.

Lo que se llama sillón no es la mecedora con brazos, sino lo que nosotros llamamos butaca o butacón, y hasta donde se conoce, la inventaron los egipcios faraónicos, quienes desarrollaron una industria mueblera de gran belleza y comodidad.

No ha faltado quien afirme que, cuando los guajiros cubanos empezaron a sentarse en taburetes que recostaban contra la pared del bohío, y se balanceaban con peligro de romperse la nuca, ya se dio el primer paso para el invento del sillón. Pero hay una confusión: el mueble típicamente cubano, del que todavía se conservan ejemplares en nuestros museos, ese mueble fino, ligerísimo, de maderas preciosas y rejillas que mitigaban el calor, no tuvo balancines desde el principio.

El sillón que se mece sobre balancines apareció en Inglaterra alrededor de 1725, y para cuando los colonos franceses huidos de Haití llegaron a la región oriental de Cuba y comenzaron a balancearse sobre sus taburetes a la manera de los campesinos nativos, ya el sillón con balancines estaba en los Estados Unidos, donde se le atribuye su invención a Benjamin Franklin, de quien se dice que tenía algunos en su mansión de Monticello, algo que no está demostrado históricamente.

En la primera mitad del siglo XIX, empresas de mobiliario como el taller de Duncan Phyfe (de ascendencia escocesa, como su nombre indica), pionero en los muebles de estilo Imperio en Nueva York, ya fabricaban mecedoras, y exportaba sus productos hasta la América del sur. Vale acotar que este afamado ebanista no inventó ningún nuevo tipo de muebles, sino que fue un creador de estilos.

En Europa, en la segunda mitad de esa centuria, Michael Thonet, ciudadano de origen alemán radicado en Viena, fue un diseñador de muebles que inventó las técnicas del curvado de la madera, que hasta ese momento se obtenía mediante el modelado de las curvas, a base de cincel y de uniones mediante ensamblajes. Thonet sustituyó este último sistema por el empleo de tornillos. Su firma tuvo mucho éxito y hasta fue invitado a decorar un palacio imperial con sus creaciones.

Pronto comenzó a producir muebles en los que combinaban la madera y el bambú con el metal y el mimbre. Uno de los más famosos fue la silla Thonet, y el otro, las mecedoras con balances de tubos metálicos y espaldares de rejilla.

Cuba es una isla del Caribe, y aunque El Caribe haya sufrido la suerte de ser una especie de pastel colonial dividido entre España, Francia, Inglaterra y Holanda, culturas disímiles entre sí, la topografía, el clima tropical, la flora y fauna y otros factores comunes obligaron a los colonizadores y sus esclavos y, posteriormente a la población criolla, a utilizar en todos los sectores de la vida muebles, vestuarios y otros elementos que, por fuerza, fueron muy parecidos entre sí, de manera que se hace difícil que una sola de estas tierras pueda reclamar para sí el privilegio de haber inventado algunos. (Gina Picart Baluja)

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