En La Habana, de la mano de un samurái (+ video)


Samurái, sake, bonsái, manga, sushi, Hiroshima y Nagasaki son algunos de los vocablos distintivos para el cubano sobre la vida e historia de Japón.

A ellos bien pudiera añadírsele el de amistad porque, desde que el más hábil guerrero y diplomático de su época, Hasekura Tsunenaga, pisó La Habana el 23 de julio de 1614, no han hecho más que crecer los vínculos entre ambos archipiélagos.

A inicios de este mes, tuvo lugar la entrega de un donativo como parte del Proyecto de Promoción de la Digitalización Hospitalaria en el diagnóstico de imagen en dos hospitales capitalinos: el Pediátrico Juan Manuel Márquez y el Clínico Quirúrgico Comandante Manuel Fajardo.

En el espectro cultural, y también en este verano, la embajada japonesa en La Habana entregó libros sobre Japón a la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí y al Museo Casa de Asia.

A cada momento, el Gobierno nipón sorprende agradablemente. En la memoria colectiva, todavía está la entrega, en 2006, del equipamiento para el Planetario en el centro histórico de la ciudad.

Enmarcado en la Asistencia Financiera No Reembolsable, se inauguró en marzo del actual año el Proyecto de fortalecimiento de servicios básicos de atención estomatológica a embarazadas y adultos mayores en La Habana Vieja, y muy particularmente en el Hogar Materno Infantil Leonor Pérez.

Aunque no tan numerosa como la china, en Cuba se concretó una comunidad de inmigrantes japoneses, proceso en el cual la capital fue casi siempre un punto de paso para seguir y asentarse mayoritariamente en la Isla de la Juventud.

Sin embargo, fue la Revolución cubana, y en particular los viajes del líder Fidel Castro, los encargados de reforzar los nexos.

Fueron expertos japoneses quienes plantaron aquí el gusto por el karate y el judo, lo cual nos ha llevado a obtener importantes lauros deportivos al más alto nivel.

De igual modo, han marcado la diferencia en la jardinería, la agricultura sostenible y en el tratamiento de los desechos sólidos.

Hace 409 años, el batir del mar y el olor a salitre le deben haber recordado al samurái Tsunenaga su suelo natal. Tal vez los pregones de venta del puerto lo hayan sacado repentinamente de ese ensimismamiento para situarlo en un país nuevo y colorido donde el mar contiene las esencias de historias escritas por inmigrantes que labraron aquí, al igual que el Japón, su destino.

Así, el 23 de julio de 1614 y a pesar de las diferencias culturales, se sellaba una hermosa y constante amistad. (Redacción digital. Con información de Tribuna de La Habana)

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