Uno de los legados del líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro (1926-2016), es el acceso a la cultura como un derecho humano por encima de élites y de visiones excluyentes.
El ballet y el cine constituyen dos de las
manifestaciones emblemáticas de la cultura cubana que experimentaron un impulso
tras el triunfo del 1 de enero de 1959.
La primera vez que Fidel tocó a la puerta de la casa
de Alicia Alonso, la
bailarina no estaba. Hacía solo unas semanas que aquel joven barbudo había
descendido de la Sierra Maestra y marchado hacia la capital del país, a fuerza
de fusil e inteligencia, para tomar el poder en los primeros días de 1959.
Cómo iba a imaginar que la Alonso en aquel momento
actuaba en Nueva York, como estrella del American Ballet Theatre, pues el
tirano Fulgencio Batista
le había cerrado las posibilidades artísticas en Cuba, desde 1956, cuando ella
y su esposo, Fernando Alonso, se negaron a convertirse en agentes
propagandísticos del régimen.
La respuesta de Batista fue el retiro de la escasa
subvención económica suministrada a la compañía Ballet de Cuba, fundada por
ambos en 1948, y la artista debió abandonar el país para no perder su carrera.
La noticia de que Fidel quería verla causó en Alicia
una conmoción de alegría y nervios; así lo describe en su autobiografía
Diálogos con la danza. A las pocas semanas, el joven de perfil helénico regresó
al hogar de los esposos Alonso, en compañía de un amigo común, el científico Antonio Núñez Jiménez.
La bailarina le esperaba con un cubanísimo arroz con
pollo servido en la mesa. Conversaron mucho, según cuenta ella, de las
posibilidades de desarrollo de la compañía, y Fidel le garantizó el respaldo
del Gobierno revolucionario. Poco después, el conjunto reorganizado partió de
gira por América Latina como embajada cultural.
El 20 de mayo de 1960, los entonces respectivos
presidentes de la República, Osvaldo Dorticós; el Comandante y Primer Ministro,
Fidel Castro, y el ministro de Educación Armando Hart, firmaron la Ley 812 que
garantizó de forma definitiva la protección del Estado al Ballet Nacional de
Cuba, nombre adoptado por el colectivo hasta el presente.
“No es cualquier cosa crear una compañía de ballet,
y crearla con calidad, sin disponer prácticamente de ningún apoyo y de ningún
recurso. Eso hicieron Alicia, Fernando, Alberto y otros y otras en condiciones
difíciles; la calidad de una obra de ese tipo, de una obra cultural y artística
como esa no es cuestión de dos años, ni tres años, ni 10, ha sido cuestión de
decenas de años para alcanzar ese prestigio que tiene hoy nuestro ballet, y no
vacilo en decirlo”, reconoció Fidel el 22 de junio de 2001 en la inauguración
de una nueva sede para la Escuela Nacional de Ballet.
Desde su Informe al I Congreso del Partido Comunista de Cuba (1975), el líder revolucionario, al enumerar los avances más significativos en la cultura revolucionaria, había referido la importancia del surgimiento de nuevas generaciones de bailarines.
Tenía razones para tal orgullo pues las primeras
gemas de la escuela cubana de ballet comenzaron a llamar la atención en
festivales y concursos internacionales de la década de 1960. No era cualquier
cosa que un cúmulo de jóvenes, provenientes de una isla tropical, les
arrebatasen las medallas a los europeos de escuelas tradicionales.
El ballet para Fidel nunca fue solo una fuente de
placer estético, meticuloso como era; se planteó razonables dudas científicas,
indagó en la preparación física y el cuidado del artista profesional, similar
al de deportistas de alto rendimiento.
Admiró las proezas técnicas tanto como el lenguaje
artístico, lo dejó claro en varias funciones. Hasta debajo de un torrencial
aguacero se le vio aparecer un día imprevisto, en una función de Carlos Acosta
y Viengsay Valdés, con el interés de apreciar un Don Quijote de altura. Alicia
siempre resaltaba su sencillez y carácter humano cuando lo recordaba.
EL
DESARROLLO DE LAS ARTES, PRIORIDAD DE LA REVOLUCIÓN
Apoyar el desarrollo de las artes en Cuba fue un
imperativo desde los primeros días de la Revolución triunfante.
De hecho, la primera ley revolucionaria en el ámbito
cultural la firmó Fidel, junto con otras autoridades del momento, el 20 de
marzo de 1959; establecía la fundación del Instituto Cubano del Arte e
Industria Cinematográficos (Icaic),
institución cuyo principal evento sigue siendo uno de los más prestigiosos en
el continente: el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
La citada Ley 169 define el carácter, estrategia y
propósitos que caracterizarían a la realización cinematográfica a partir del
presupuesto de que “el cine es un arte”.
El artículo primero deja en claro el propósito de
“organizar, establecer y desarrollar la industria cinematográfica, atendiendo a
criterios artísticos enmarcados en la tradición cultural cubana y en los fines
de la Revolución”.
El Icaic propició la formación y consolidación de
profesionales relevantes para el continente y buscó exhibir obras de la
cinematografía internacional con el objetivo de elevar los referentes
culturales de los espectadores: el pueblo en general.
Gracias al esfuerzo de la entidad, un sistema de
Unidades Móviles llevó el cine de forma gratuita a los lugares más intricados y
distantes del país, para que fuese accesible a todos.
A principios de la década de 1960, el Icaic también
auspició la creación del Grupo de Experimentación Sonora como un colectivo de trabajo dedicado a la
creación de música para documentales y películas.
Con ello se pretendía relanzar la perspectiva de la
música cubana fuera de los criterios del mercado, y el director del grupo fue
nada menos que Leo Brouwer, junto al cual figuraron los de Silvio Rodríguez,
Pablo Milanés, Noel Nicola y Sara González, entre otros miembros de la llamada Nueva Trova Cubana.
Cada una de las instituciones culturales creadas o
respaldadas por el Gobierno Revolucionario irradió o influyó en otras artes.
Puede decirse con certeza que revolucionaron ellas
mismas el panorama cultural de Cuba, a tal punto que el patrimonio instituido
jamás podrá borrarse de la historia sin tergiversarla, drásticamente, y
convertirla en falacia.
Al inaugurar el XVIII Festival Internacional de Ballet de La Habana, en 2002, Fidel concluyó con la expresión de una esperanza que ilustra su credo: “¡Que la conciencia, la cultura y el arte conduzcan nuestra especie a un mejor destino!” Esa fue siempre su fe, y la apoyó con acciones. (Prensa Latina)
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