En La Habana, recordando a Iris Dávila

 

En La Habana, recordando a Iris Dávila

Si algún día se apoderara de mí el deseo de escribir mis Memorias, en las primeras páginas tendría que aparecer la simpática figura de Iris Dávila Munné (1918-2008), escritora, periodista y guionista radial, primera persona -fuera del ámbito de mi familia- que leyó un texto mío.

Se trataba del cuento titulado Deslumbramiento, que entregué como colaboración para la revista Muchachas, donde ella era jefa de Redacción.

Iris tuvo la paciencia de leerlo y la condescendencia de publicarlo.

Era mi primer cuento “serio”, escrito con la pretensión de llegar a ser algún día una escritora profesional.

Yo tenía 17 años, y si hago esta anécdota es para remarcar que una de las virtudes más lindas que le conocí a Iris fue su disposición sincera de apoyar siempre a los jóvenes, aunque fueran candorosos y casi estuvieran todavía en la cuna, como era mi caso.

Nunca la vi desalentar a nadie, ni siquiera a quien se lo hubiera tenido muy merecido. Era una mujer muy generosa y absolutamente respetuosa de la sensibilidad ajena.

Iris había nacido en Güines, en 1918, y fue allí donde se inició en la radiodifusión.

Sus guiones radiales para los espacios Divorciadas y Por los caminos de la vida hicieron época por la sensibilidad con que abordó la condición femenina y los avatares a que la mujer se encuentra sometida en las sociedades machistas, que, más o menos, suelen serlo casi todas las que existen en este planeta varón por excelencia.

Iris, de temperamento suave, aunque firme, era una mujer elegante y de modales refinados, pero una feminista militante y una escritora muy valerosa.

En la radio, sobresalió como escritora de radionovelas. Si hoy las radionovelas todavía seducen a las mujeres, en aquella época el fenómeno era mucho más masivo, al punto de que las guionistas, aunque no fuera tal su propósito, acababan desempeñando el papel de mentoras sociales de las mujeres cubanas, creadoras de patrones, conceptos y diseñadoras de actitudes, un verdadero dinamismo sociológico.

Iris incursionó también en la televisión, y fue una estudiosa de la teoría y el análisis de la dramaturgia de los programas seriados. Contribuyó, además, con su labor docente, a formar guionistas y escritores de los medios de comunicación.

Su desempeño en este campo le valió en 2003 el Premio Nacional de la Radio por la obra de toda una vida.

Fue también una autora de literatura infantil, y en 1986 la editorial Gente Nueva le publicó su libro En un submarino de cristal.

En 1998, vio la luz el volumen Intimidades, en el cual reunió parte de su producción narrativa.

Fue una de las autoras seleccionadas por Mirta Yánez y Marilín Bobes en la antología de narrativa femenina Estatuas de sal, primera de su género elaborada en Cuba, y que es, por tanto, un libro no solo fundacional, sino también icónico en la literatura cubana.

Ediciones Unión publicó Delirio de periodista, una recopilación de sus artículos aparecidos en publicaciones periódicas como El País, Gráfico, Bohemia, Granma y otras, sobre temas patrióticos, sociales y aspectos relacionados con el vínculo entre arte, literatura y medios masivos de difusión.

Siempre recordaré a Iris en la redacción de la revista Muchachas, en la sala de su casa, en Nuevo Vedado, bebiendo un delicioso té preparado por ella para la timidísima adolescente que yo era entonces, y en nuestro último encuentro, lleno de emotividad, cuando coincidimos en la presentación de la segunda edición de Estatuas de sal, en la sala Villena de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, donde tuve la oportunidad de abrazarla y de agradecer públicamente aquel apoyo tan generoso como desinteresado que ella me ofreció cuando yo daba mi primer pasito vacilante en el mundo de la creación literaria.

En una ocasión, cuando acudí al Parque Histórico Militar Morro-Cabaña para presentar una reedición que realizó la casa editora Unión de mi libro El reino de la noche, colección de cuentos dedicados a la mujer, mientras sostenía el micrófono entre mis manos y decía unas palabras que no había preparado y debieron sonar “un poco locas” a la concurrencia, tenía todo el tiempo ante mis ojos el rostro luminoso de Iris Dávila y su sonrisa diáfana, como si me apoyara una vez más.

Y volví a decirme que mi gratitud hacia esta maravillosa mujer tuvo un comienzo, pero jamás podrá tener final. (Gina Picart Baluja)

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