Carlos Henríquez: ¡pero qué muertos se quedan los solos!

Carlos Henríquez: ¡pero qué muertos se quedan los solos!

El Hurón Azul no es solo ese bar-cafetería enclavado en los jardines de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, donde se reúne la intelectualidad y se puede escuchar incluso jazz y beber ron.

Su nombre proviene de aquel con que el gran pintor cubano Carlos Henríquez bautizó una de las casas más famosas de la historia del arte nacional.

Comparada con la trágica vida de Fidelio Ponce de León, la de Carlos Henríquez, célebre autor de El rapto de las mulatas -que preferí en la pintura cubana antes de conocer la obra de Ponce-, fue un regalo de dioses.

No todos los artistas de la república fueron mendigos tísicos sin hogar, unos sin tierra dementes, frustrados y desconocidos por la sociedad, ni tuvieron que cambiar sus cuadros por un plato de comida para matarse el hambre. Hora de desmontar el mito.

Henríquez nació en la entonces provincia central de Las Villas, en 1900. Muy joven, vino a La Habana a cursar el bachillerato, y lo atrapó la centralidad cultural de la urbe, en plena efervescencia artística donde, aunque aún reinaba la academia, ya salía a la palestra una generación joven y rupturista que cambió el concepto pictórico cubano.

En 1920, su familia lo envió a Estados Unidos para estudiar Comercio, pero acabó en una academia de arte, que abandonó por desavenencias con profesores, propias de su carácter.

Volvió a Cuba con una jovencita de su edad, Alice Neel, con quien compartía estética y rebeldía. Se casaron en la urbe en 1925 y se instalaron con los padres del novio. Su primera hija murió de difteria a meses de nacida. La segunda fue separada de Alice y criada por las hermanas del pintor. Tras el divorcio, Alice intentó suicidarse varias veces y tuvo que ser internada.

No parece que a Carlos le causaran los hechos gran dolor, pues en 1927, en medio de esas tragedias familiares o poco después, expuso sus obras en el Salón de Bellas Artes y debutó como periodista en diarios y revistas. Tuvo éxito, pero decidió dedicarse por completo a la pintura y regresó a estudiar a los Estados Unidos. Ponce jamás hubiera podido sufragarse esos estudios.

Carlos regresó a Cuba en 1930, pero fracasó su intento de exponer en un salón, pues no se admitieron sus obras de desnudo femenino y marcado carácter político.

Ese mismo año, se fue a Europa. En Francia, España, Italia y Gran Bretaña maduró y consolidó su formación artística.

Tras una primera etapa marcada por influencias del realismo español, descubrió las tendencias vanguardistas y se acercó a los surrealistas y sus teorías sobre el arte y el mundo.

A mediados de la década de los años 1930 definió su estilo personal y creó algunas de las piezas mayores de la pintura cubana: Primavera bacteriológica, Crimen en el aire con Guardia Civil y su Virgen del Cobre, obra donde se expresa nuestro sincretismo religioso, cuya simbología se contrapone a la imagen católica de la Patrona de Cuba.

Su economía debió ser desahogada, pues le permitió dedicarse a escribir y publicar Tilín García, su primera novela. Y no poco dinero debía poseer, porque en esos años comenzó a construir su célebre finca en tierras heredadas de su padre, a la que sus amigos bautizaron como El Hurón Azul, ya que un día tiñó de este color a un infeliz hurón y lo clavó vivo sobre la puerta principal hasta que el animalito expiró.

Casa Museo El Hurón Azul

Henríquez copió su casa de una estación de ferrocarril de Pensilvania. Con ayuda de amigos y materiales de rastro, armó un chalet de madera con algunos elementos del estilo colonial cubano: una magnífica reja del siglo XIX en la fachada; un vitral en la puerta del fondo que coloreaba los pisos y la luz, y un techo de tejas criollas. En la planta baja, puso su biblioteca, famosa por especializada (y muy cara); la sala y la cocina, un baño con mobiliario reciclado y la habitación del dueño, que usaba poco porque prefería una silla de extensión en su biblioteca para leer hasta altas horas de la noche. En los altos, instaló un estudio encristalado para ayudarse de la luz. Gustaba contar que sus huellas, impresas en la escalera, eran las de un fantasma. Instaló una chimenea y se mudó en 1939.

La propiedad tenía árboles frutales, pinos, flamboyanes y muchos cedros. Rodeó los caminos de flores y, el que conducía a la vivienda, lo flanqueó con una larga cerca de botellas vacías de ron.

De 1939 a 1946, expuso sus óleos varias veces en Estados Unidos, México, Haití, Guatemala, Argentina y Cuba.

Pronunció conferencias, escribió y publicó artículos e ilustró libros suyos y ajenos. Como puede apreciarse, fue multifacético, y eso indica que estaba muy lejos de la deficiente formación cultural de Ponce.

Llevaba una intensa vida social en El Hurón… convertido en punto de encuentro de lo más granado del arte nacional y destacadas figuras extranjeras. Dedicaban largas veladas a discusiones estéticas, pero también eran famosos sus suculentos banquetes de muchos comensales. El chalet se convirtió en una pequeña sucursal del reino de Baco. Ya despuntaba en el pintor su adicción al alcohol.

En 1946, Henríquez recibió premios en la tercera Exposición Nacional. Al año siguiente, diseñó la escenografía del ballet Antes del alba y realizó ilustraciones para El Son entero, de Nicolás Guillén, Poeta Nacional de Cuba.

La prensa caracterizó así su obra:

El tratamiento formal lo desarrolló a base de sueltas pinceladas, matices, veladuras y transparencias. Son también de esta época Las bañistas de la laguna, Campesinos felices, Dos Ríos y Combate, imágenes que lo ubican a la vanguardia del modernismo cubano. El rapto de las mulatas, suerte de testimonio y resumen de su credo artístico, es referencia clásica a la leyenda de El rapto de las sabinas. Le atraían los caracteres surgidos de leyendas campesinas, y una atmósfera como de sueño que establece sensuales nexos entre hombres, mujeres, caballos y el paisaje.

Henríquez dedicó un óleo a Manuel García, célebre bandolero conocido como El Rey de los Campos de Cuba, premiada en la Exposición Nacional de Pintores y Escultores de 1935.

En los años 50 del siglo XX, el pintor sufrió una depresión debida a problemas de salud. Tenía múltiples lesiones óseas y debió someterse a curas de alcoholismo. Murió en La Habana en 1957. (Gina Picart Baluja)

FNY

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