Con la presencia del presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, se celebró este martes el acto político-cultural nacional por el aniversario 155 del inicio de las guerras por la independencia.
La
cita aconteció en el Parque Museo La Demajagua, en la ciudad de Manzanillo, de
la oriental provincia de Granma.
El
mandatario fue acompañado por Roberto Morales Ojeda, secretario de Organización
del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (CCPCC); Rogelio Polanco, jefe
del Departamento Ideológico del CCPCC; Ulises Guilarte, secretario General de
la CTC; Teresa Amarelle, secretaria general de la FMC, entre otros dirigentes.
Una
representación del pueblo granmense acogió la ceremonia, en la cual se rindió
homenaje al Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes (1819-1874), y se
evocaron los hechos que marcaron el comienzo de las gestas independentistas en
el territorio nacional, aquel 10 de octubre de 1868.
En
las palabras centrales del acto, Morales Ojeda hizo un recuento de los sucesos
de ese octubre colonial y su significado para Cuba, los cuales, según dijo,
expresan el simbolismo del carácter radical de aquel día.
Los
patriotas que lideraron las acciones del 10 de octubre, además de ser hombres
de acción, lo eran de pensamiento, como también lo fueron sus continuadores,
declaró el dirigente partidista.
Destacó
la importancia de la unidad del pueblo en defensa de la Revolución, al tiempo
que convocó a poner todas las potencialidades científicas, productivas,
investigativas y profesionales en función del proyecto país. Frente a estas
amenazas y desafíos de todo tipo, la unidad nacional y la fortaleza política e
ideológica del pueblo son determinantes, manifestó.
Morales Ojeda recordó el
compromiso asumido con los héroes y mártires, y que no está permitido fallarles
a ellos ni al pueblo cubano, protagonista principal de esta epopeya.
Tenemos
la enorme responsabilidad histórica de continuar la obra que tanta sangre,
sudor y sacrificio ha costado; tenemos el deber y el compromiso con nuestro
pueblo de desarrollar la obra de justicia y bienestar social que nos hemos
propuestos, lo conseguiremos trabajando y luchando, concluyó.
Cantos,
bailes, declamaciones y música protagonizaron la jornada conmemorativa, cuando
el talento de los artistas de la región se apoderó del escenario y proporcionó
un recorrido por los principales momentos de la historia de Cuba.
El 10 de octubre de 1868, en el ingenio La Demajagua, el abogado Carlos Manuel de Céspedes le dio la libertad a su dotación de esclavos y los llamó a congregarse para luchar por la libertad de Cuba, marcando el inicio de la guerra patria, que el 1 de enero de 1959 tuvo su triunfo definitivo. (Redacción digital. Con información de la ACN)
DISCURSO DE MORALES
OJEDA EN ACTO POR EL 10 DE OCTUBRE
Hace 155 años, este sitio sagrado de la Patria que hoy nos
acoge era el floreciente ingenio azucarero La Demajagua, propiedad del criollo
y patriota cubano Carlos Manuel de Céspedes.
Compañero Miguel Díaz-Canel Bermúdez,
Primer Secretario del Comité Central del Partido y
Presidente de la República.
Demás compañeras y compañeros de la Presidencia
Compatriotas:
Hace 155 años, este sitio sagrado de la Patria que hoy nos
acoge era el floreciente ingenio azucarero La Demajagua, propiedad del criollo
y patriota cubano Carlos Manuel de Céspedes.
Después del alzamiento del 10 de octubre de 1868 la soberbia
del ejército español intentaría reducirlo a cenizas. Sin embargo, como es
apreciable, sobrevivieron al fuego y al tiempo varias piezas y elementos que en
su conjunto configuraron un símbolo imperecedero de la historia nacional.
Los testimonios de varios protagonistas de aquella fecha nos
permiten imaginar, justo a esta hora y por estos terrenos, la presencia de
cerca de 600 hombres que desde la noche del viernes 9 octubre de 1868 y durante
la madrugada del sábado 10, se concentraron aquí con la determinación de tomar
las armas por la independencia de Cuba.
El alzamiento, que se había pactado para el 14 de octubre,
debió precipitarse ante las intenciones de las autoridades españolas de apresar
a los conspiradores.
Para Céspedes no fue un problema tomar la decisión de
adelantar el levantamiento armado. Era, entre todos, y desde hacía mucho
tiempo, uno de los patriotas más decididos a tomar las armas.
Estaba consciente de que mientras más tiempo pasara, más
posibilidades tenía la corona española de disolver el movimiento.
Tenía la convicción de que las condiciones materiales nunca
estarían creadas totalmente, ni que las armas serían las suficientes para
comenzar, y que había que arrancárselas al enemigo combatiendo, táctica
aplicada muchos años después por el Ejército Rebelde en la Sierra Maestra.
Cuentan que Céspedes apenas durmió la noche del 9, se acostó
sobre la media noche y a las cuatro de la madrugada estaba en pie, precisando
los detalles finales de la acción.
En los barracones el bullicio era diferente y posiblemente
de los más felices entre todas las dotaciones de esclavos que había en Cuba por
aquel entonces; ellos intuían o sabían del giro que muy pronto tendrían sus
vidas.
A las diez de la mañana de aquel 10 de octubre dicen que el
sol era resplandeciente. La campana del ingenio tocó con más fuerzas que nunca
y llamó a todos a formar.
Ese día en La Demajagua desaparecieron los distingos entre
blancos y negros, solo habían hombres, hombres libres, agrupados todos en una
condición: ciudadanos.
Así se recogía en lo que luego trascendería como el
“Manifiesto del 10 de octubre”, documento leído por Céspedes en el cual se
fundamentaban las razones que asistían a los cubanos a separarse de España.
Pero el acto que marcaría aquella proclamación de
independencia sería la acción ejemplar de Céspedes al liberar a los esclavos de
su ingenio, y convocarlos a la lucha armada, sin pre condicionamientos para su
libertad.
Se rompería desde entonces la condición de esclavos y
esclavistas, para fundirse todos como compañeros de lucha, símbolo del carácter
verdaderamente radical y transformador de aquel día.
La proclamación de la abolición de la esclavitud significaba
un duro golpe a la base económica y productiva principal de aquel momento en
Cuba. Constituía, sin dudas, un cambio revolucionario que desataría desde aquel
instante las fuerzas populares.
Al ideal libertario se sumaron mujeres y hombres de los más
diversos orígenes y riquezas: nacidos o no en esta tierra, incluidos no pocos
españoles; de piel blanca, negra o amarilla; analfabetos absolutos e
intelectuales encumbrados; humildes campesinos, artesanos, esclavos y poderosos
hacendados.
Llevó a primer plano a hombres y mujeres de la talla de
Ignacio Agramonte; Antonio Maceo y su heroica familia, Máximo Gómez, Calixto
García, Vicente García, Guillermón Moncada, y una extensa lista de patriotas
que resulta imposible mencionar.
Sin embargo, el sentimiento de nacionalidad cubana que se
venía formando hasta ese momento, era aún incipiente. Debía madurar y además
era preciso superar lastres como el caudillismo, el regionalismo y la falta de
unidad.
Compatriotas:
La Revolución iniciada en 1868 es la misma que triunfaría
noventa años después y que hoy defendemos. Así lo sentenció Fidel en su
centenario cuando expresó y cito: “que en Cuba solo ha habido una revolución:
la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868. Y que
nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes”. Fin de la cita
La gesta que comenzó por aquellos años y la del Ejército
Rebelde a finales de la década del cincuenta del pasado siglo, tienen episodios
de sorprendentes semejanzas que afianzan ese rasgo de continuidad.
Los patriotas que lideraron la insurrección de 1868, además
de ser hombres de acción, eran sobre todo de pensamiento como Céspedes,
Agramonte o Perucho Figueredo. Sus continuadores: Fidel, Raúl, Almeida, el Ché,
entre otros tantos, tendrían las mismas virtudes.
Una Revolución verdadera solo puede ser hija de la cultura y
de las ideas, nos recordó Fidel muchas veces.
Los revolucionarios del 68 plasmaron desde el primer
instante su pensamiento progresista en un manifiesto y luego en la constitución
que nacería en Guáimaro algunos meses después, muy avanzada para ese momento
por su profundo ideal social.
Por su parte, la generación del centenario abrazaría un
documento programático de invaluable valor político y social: “La Historia Me
Absolverá”, punto de partida de todo lo que habría de desarrollarse.
Un día después del alzamiento de La Demajagua, en el poblado
de Yara, el naciente Ejército Mambí sufriría su primer revés de combate, al ser
sorprendidos por los españoles. Las fuerzas quedarían dispersas. Alguien
expresó que “todo está perdido”. Céspedes respondió tajante: “aún quedan 12
hombres. Bastan para hacer la independencia de Cuba”.
Resulta fácil entonces evocar aquel primer combate de
Alegría de Pío, también sorpresivo tras el desembarco del Granma y que dispersó
las fuerzas rebeldes. Fue igualmente en el reencuentro de Cinco Palmas, cuando
Fidel cargado de optimismo y confianza en la victoria le dijo a Raúl que con 7
fusiles y un puñado de hombres era posible ganar la guerra.
Desde 1868 y hasta el triunfo en 1959, se apuntó
directamente contra el corazón mismo de las oligarquías dominantes: la
esclavista, primero, y la latifundista y de corporaciones yanquis, después.
Uno de los grandes méritos de los líderes de estas gestas,
como Céspedes y Fidel, resultó la actitud de supeditar los intereses de sus
respectivas clases de origen, a la causa de la independencia nacional.
Ninguno vio en la lucha revolucionaria o en el accionar
político, una forma de incrementar el poder económico personal o de una clase
económica determinada.
Todo lo contrario, como otros tantos patriotas, se
desprendieron de toda riqueza material, para defender un proyecto político
colectivo del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Este es un ejemplo y un principio que se ha mantenido y
perdurará en la Revolución Cubana.
En ello estaba la radicalidad y el carácter esencialmente
emancipador y la coherencia de esta Revolución que asumimos como una sola.
La independencia nacional, la dignidad plena del hombre y la
justicia social, serían fuentes de motivación y de lucha durante esos casi cien
años, y que hemos sostenido como baluartes sagrados en los últimos sesenta y
cinco.
Precisamente defendiendo esa unidad de pensamiento y acción,
en el centenario del grito de la Demajagua nuestro Comandante en Jefe
expresaría: y cito “Nosotros, entonces, habríamos sido como ellos; ellos hoy,
habrían sido como nosotros”. Fin de la cita
Estos paralelismos nos reafirman la continuidad histórica de
los revolucionarios que iniciaron y continuaron el azaroso camino de nuestra
independencia. Una estirpe de revolucionarios que se ha mantenido hasta
nuestros días.
Nos dejan, además, la permanente enseñanza de que por
difíciles que sean las circunstancias siempre ha sido posible vencerlas y salir
adelante.
La Revolución iniciada en 1868 se interrumpe tras una década
de cruenta lucha con el vergonzoso Pacto del Zanjón, que para suerte de la
dignidad nacional y en honor a los iniciadores de aquella gesta, fue redimida
en la Protesta de Baraguá con la actitud intransigente de Antonio Maceo.
Martí primero y Fidel después, analizarían los desaciertos
de esos primeros años de lucha. El principal de todos: la falta de unidad.
Para fortuna de Cuba, desde 1959 se revirtió como una de las
principales fortalezas políticas del proceso revolucionario que defendemos.
Como lo resumiera el entrañable Armando Hart: Fidel transformó la estrategia
enemiga del “divide y vencerás” en “unir para vencer”.
Compañeras y compañeros:
Nunca será ocioso, y menos en una fecha como esta, reiterar
la importancia de la unidad nacional, factor determinante en el actual contexto
que enfrenta Cuba.
La Revolución Cubana sigue resistiendo la arremetida de la
potencia imperialista más poderosa, económica y militarmente, que el mundo haya
conocido jamás.
Su arsenal subversivo para destruirla se reinventa
constantemente y muta de forma camaleónica a través de diferentes proyectos,
programas y acciones para alcanzar la mayor cantidad de segmentos de la
población interna.
En una sociedad cada vez más heterogénea, el Partido y la
Revolución seguirán promoviendo una política de inclusión y de unidad nacional,
como nos enseñaron durante años Fidel y Raúl.
No tendrán cabida en la Revolución los que asumen
expresiones de odio, ni los anexionistas, esos que ayer y hoy creen posible una
alianza de igual a igual con el imperio.
Son los que piensan ilusamente que existe un tercer camino
en la inevitable disyuntiva que tan certeramente reflejó José Martí: y cito “La
libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o
decidirse a comprarla por su precio”. Fin de la cita
El diseño de la política norteamericana para Cuba, delineado
desde 1960 en un memorando oficial del gobierno de los Estados Unidos, de provocar
al pueblo carencias materiales y financieras de todo tipo, para que este culpe
y arremeta contra la Revolución, tiene hoy más vigencia que nunca.
Ese diseño resulta la causa principal de las severas
afectaciones cotidianas que nos laceran en todos los órdenes de la vida social
y económica del país, que impiden el anhelado bienestar y felicidad que
procuramos para nuestro pueblo.
Con un cinismo sorprendente, los mismos que nos llevan a
niveles extremos de asfixia, se presentan como paladines de los derechos
humanos, la democracia o la supuesta ayuda al pueblo de Cuba.
Como ha llamado en varias ocasiones nuestro Primer
Secretario del Comité Central del Partido, no basta ya con resistir el cerco y
las agresiones. No basta con seguir usando el bloqueo y las acciones
anticubanas solo en expresiones de denuncia o a modo de justificaciones.
Urge saltar sobre todo eso. Urge poner en función del
proyecto país todas las potencialidades productivas, científicas y
profesionales que se han desarrollado durante años.
La historia reciente ha demostrado que cuando nos lo
proponemos podemos lograrlo.
Frente a estas amenazas y desafíos de todo tipo, la unidad
nacional y la fortaleza política e ideológica del pueblo son determinantes. No
nos está permitido repetir los errores del pasado.
El compañero Díaz-Canel en este mismo lugar, hace cinco
años, nos planteó y cito: “Esa misma historia nos está exigiendo repasos y
aprendizajes, indispensables para el tránsito hacia una nueva etapa de la misma
Revolución que no ha cesado”, -y agregó-, “… ahí están las claves de todas
nuestras derrotas y fracasos, que los hubo y muy dolorosos, a lo largo de 150
años de luchas. Pero también están las claves de la resistencia y de las
victorias”. Fin de la cita
Compañeras y compañeros:
El 10 de octubre de 1868, hace hoy 155 años, marcó un hito
trascendental en la historia nacional.
Otros momentos relevantes le han seguido desde entonces,
protagonizados por compatriotas de la talla de Mella, Baliño, Villena y otros
muchos, hasta el decisivo aldabonazo de la Generación del Centenario encabezada
por Fidel, que convirtió definitivamente en realidad el sueño de los próceres.
Para nuestro orgullo y gran satisfacción, varios de sus
protagonistas continúan pegando el hombro en cada tarea del bregar diario por
seguir adelante, recordándonos con su ejemplo el compromiso asumido con
nuestros héroes y mártires.
No nos está permitido fallarles a ellos, ni a nuestro
pueblo, protagonista principal de la epopeya que hemos vivido en el último
siglo y medio.
A los revolucionarios de esta generación nos quedan muchas
batallas por librar y ganar todavía. La campana de La Damajagua, símbolo del
llamado al combate permanente, seguirá repicando en nuestra Revolución con la
misma fuerza y espíritu con que Carlos Manuel de Céspedes convocó a sus hombres
hace 155 años.
Tenemos la enorme responsabilidad histórica de continuar la
obra que tanta sangre, sudor y sacrificio ha costado. Tenemos el deber y el
compromiso con nuestro pueblo de desarrollar la obra de justicia y bienestar
social que nos hemos propuesto.
Lo conseguiremos trabajando y luchando unidos.
Gritemos hoy con legítimo derecho:
¡Viva Cuba Libre!
¡Gloria eterna a Carlos Manuel de Céspedes!
¡Viva el 10 de octubre!
¡Viva el heroico pueblo cubano!
¡Independencia o Muerte!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!