Los compiladores de la obra martiana no han incluido las palabras del Maestro en el acto de la emigración de Nueva York en 1893 para homenajear el estallido insurrecional en Demajagua.
El periódico Patria, a diferencia de ocasiones anteriores y
posteriores, no publicó esa oración.
Nos aclara el asunto una carta de José Martí sin fecha, pero
obviamente pasados unos días de aquel acto conmemorativo, dirigida al
puertorriqueño Sotero Figueroa, secretario del Cuerpo de Consejo del Partido
Revolucionario Cubano en Nueva York, y en cuya imprenta se reproducía el periódico
Patria.
Comienza diciendo que “levantado ya de la enfermedad pasajera”, esa respuesta era “como discurso mejor que el ya pasado, en vez de las palabras que solo con gran violencia podría recordar ahora”. Parece, pues, que el discurso fue improvisado porque su salud no le permitió escribirlo antes.
MARTÍ ENJUICIA SU DISCURSO
El Maestro le explica a Sotero Figueroa su incapacidad para
reproducir su oratoria del 10 de octubre:
Como la lava, salen del alma las palabras que en ella se crían; salen del alma con fuego y dolor. Horas después, aún chispea el discurso y resplandece, y se le puede tomar vivo, en los surcos que abrió al pasar. Días después, amigo mío, que es lo que me sucede ahora, el quehacer grande y presente, se lleva las palabras que en la hora agitada pudieron parecer bien, o sembrar idea y método, pero que luego, ante el sol, ante el alma encendida, ante la marcha firme y silenciosa de tanto leal como le queda aún a nuestro honor, no es más que cáscara y pavesas.
Estos juicios nos indican el rigor intelectual y político que Martí se imponía a sí mismo. El largo párrafo que luego cierra la carta refuerza ese sentido suyo de responsabilidad y la importancia superior que otorgaba al acto sobre la palabra.
LA ACCIÓN Y LOS VALORES, MÁS QUE LA PALABRA
Esa es la idea central de la carta martiana ante la
solicitud de su discurso del 10 de octubre de 1893.
Afirma el Maestro:
Ni me pida, ni me dé, palabras ajenas o mías, como cosa principal. Déme hombres; déme virtud modesta y extraordinaria, que se ponga de almohada de los desdichados, y se haga vara de justicia y espuela de caballería; déme gente que sirva sin paga y sin cansancio, en el mérito y entrañas de la oscuridad, el ideal a que se acogerán luego pedigüeños y melosos, los mismos que en la hora de la angustia, porque el polvo del camino les mancilla la corbata, se apartan de él. Lo honrado es la brega: y no ver, con los brazos cruzados, cómo bregan otros. Nosotros encendemos el horno para que todo el mundo cueza en él pan.
Y expresa Martí su compromiso: “Yo, si vivo, me pasaré la vida a la puerta del horno, impidiendo que le nieguen pan a nadie”.
EL APOSTOLADO DE JOSÉ MARTÍ
En las líneas finales de la carta al patriota puertorriqueño Sotero Figueroa queda clara la entrega de José Martí. NO me pida palabras desvanecidas, las palabras del DIEZ de Octubre, que debieron ser, y fueron sin duda de menos pompa y apariencia que otras veces, porque la dignidad de las virtudes que de todas partes veo, y que por su naturaleza son más secretas que públicas, ponían en mí cierto desdén de los meramente hablado. Y añade Martí que aquella noche su discurso era su mayor obligación, junto con el religioso concierto y obra sensata e incontrastable en que, después de una guerra desordenada en un pueblo heterogéneo hemos logrado componer las almas. Ese era mi discurso, y mi vida: valgámonos a tiempo de toda nuestra virtud, para levantar, en el crucero del mundo, una república sin despotismo y sin castas. Y se despide: Queda, cavando, su José Martí. (Artículo de Pedro Pablo Rodríguez, tomado de Radio Reloj)