El domingo 8 de
octubre de 1967, en la Quebrada del Yuro, a poca distancia del poblado rural de
La Higuera, Ernesto Che Guevara fue capturado vivo, junto con el minero
boliviano Simeón Cuba (Willy).
De un disparo fue inutilizado el fusil M-1
utilizado por el Che; su pistola estaba sin balas, y tenía una herida leve en
la pierna derecha.
En esa difícil
posición, quedó cercado y se defendió hasta el final, cubriendo la retirada de
un grupo de enfermos que no estaban en condiciones de combatir, ultimados
algunos días más tarde.
Según relató Harry
Villegas (Pombo), uno de los sobrevivientes de la gesta, asumió ese riesgo por
su alto sentido de responsabilidad y altruismo, ya que, al llegar a la zona
perseguido por el Ejército, y con varios enfermos que no se podían mover con
rapidez, les ordenó que siguieran, mientras él decidió quedarse con algunos
guerrilleros para aguantar al Ejército que lo rodeó y selló su suerte.
En horas de la tarde
de aquel 8 de octubre, fue llevado a pie por los soldados hasta La Higuera y,
en la escuelita del lugar, el Che y Willy pasaron su última noche encerrados,
mientras los jefes militares preparaban su asesinato y el de los restantes
prisioneros.
La muerte del Guerrillero Heroico, como
solución para acabar con sus ideas -algo practicado durante toda la historia
por los regímenes opresores-, era también un método compartido por la Casa
Blanca.
En esos días, Walt
Rostow, asesor de Seguridad Nacional del presidente estadounidense Lyndon
Johnson, escribió que la muerte del Che “marca la desaparición de otro de los
agresivos revolucionarios románticos y que (…) en el contexto latinoamericano,
tendrá un gran impacto en descorazonar futuros guerrilleros”.
El Comandante en
Jefe Fidel Castro, al hablar de los últimos instantes de la vida de su
entrañable compañero, expresó:
Las horas finales de su existencia en poder de sus despreciables enemigos tienen que haber sido muy amargas para él; pero ningún hombre mejor preparado que el Che para enfrentarse a semejante prueba.
“¡Póngase sereno y
apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!”. Con estas palabras recibió Ernesto
Guevara a su asesino, el sargento Jaime Terán, según su propio testimonio, en
la escuelita de La Higuera, Vallegrande, Bolivia, al mediodía del 9 de octubre
de 1967, cuando el militar, borracho e incapaz de mirarle a los ojos, le
disparó una ráfaga que extendió su agonía hasta que otro militar lo remató.
Previamente, fueron
asesinados en esa jornada los sobrevivientes de la guerrilla: el peruano Juan
Pablo Chang y los bolivianos Simeón Cubas y Aniceto Reinaga, por quienes en sus
últimos segundos de vida su entrañable jefe se preocupó y les preguntó a sus
captores. Al conocer que murieron con honor, dijo: “¡Eran unos valientes!”
Según
investigaciones realizadas, la orden de
ejecutar al Comandante Guevara y sus compañeros la recibió el dictador
boliviano René Barrientos del embajador norteamericano, Douglas Henderson, y
fue preparada minuciosamente por la jerarquía militar por temor a que el líder
revolucionario convirtiera un posible juicio en tribuna, si lo dejaban vivo, y
como escarmiento a los revolucionarios del mundo.
Para completar la
imposible tarea de eliminar con su muerte su causa y con temor inclusive a que
su tumba se convierta en sitio de veneración, su cadáver junto con los de sus
compañeros, fue desaparecido y se divulgaron las más diversas versiones, incluida
la de que sus restos habían sido incinerados, y sus cenizas esparcidas al
viento.
En su honor, el Poeta
Nacional de Cuba, Nicolás Guillen, escribió en su antológico poema Che
Comandante: “ /Y no porque te quemen/, porque te disimulen bajo tierra/, porque
te escondan, en cementerio, bosques, páramos, van a impedir que te
encontremos/, Che Comandante/, amigo”.
Y, como lo prefiguró
el poeta, sus sagrados restos serían encontrados y honrados en Cuba junto a los
del resto de los guerrilleros caídos en esa gesta, como objeto de culto
revolucionario.
En ocasión de la
llegada de sus restos en 1997 y de algunos de sus compañeros, tras ser
hallados, y su posterior inhumación, el Comandante en Jefe expresó:
Los interesados en eliminarlo y desaparecerlo no eran capaces de comprender que su huella imborrable estaba ya en la historia y su mirada luminosa de profeta se convertiría en un símbolo para todos los pobres de este planeta, que son miles de millones. Jóvenes, niños, ancianos, hombres y mujeres que supieron de él, las personas honestas de toda la tierra, independientemente de su origen social, lo admiran.
(Tomado de la ACN)