En La Habana, un bobo que no lo era tanto

En La Habana, un bobo que no lo era tanto

El Bobo es uno de los personajes icónicos de la caricatura en Cuba, salido de la imaginación de Eduardo Abela Villareal (1891-1965), nacido en San Antonio de los Baños, pueblo entonces perteneciente a la provincia de La Habana.

Con un sombrero grande y una bufanda ridícula, El Bobo de Abela era rechonchito y siempre tenía una expresión de beatitud en su rostro mofletudo. O casi siempre.

Decía cosas que las niñas pequeñas no entendían, pero hacían cruzar risitas y miradas de complicidad a los adultos de la familia cuando releían aquellas páginas amarillas, y entonces la niña sospechaba que allí había “gato encerrado”, que aquel Bobo no era tan bobo como parecía...

ABELA, UN AS DE LA CARICATURA POLÍTICA

Abela cursó estudios en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, de la capital cubana. No solo fue un caricaturista osadísimo y muy sagaz, sino también un pintor muy interesante, que realizó su primera exposición personal nada menos que en la Galería de Arte de Madrid.

Eduardo Abela

Su quehacer pictórico fue premiado en Cuba y Guatemala. Entre sus obras, se destacan Guajiros (1942), El gallo místico (1927), El triunfo de la rumba, La vaca, Los novios, Gitanilla (1922), El niño insomne (1955) y Martí (1961).

De su pintura, dijo Alejo Carpentier:

El criollismo de Abela es criollismo en profundidad. Nada más alejado de sus finalidades que los anhelos del realismo. Abela no se dispone a dejar estampas para ilustrar manuales de etnografía pintoresca. Su pintura es, ante todo, pintura (…) Nunca se preocupará de traducir exactamente la camisa tornasolada de un rumbero; pero cuando agrupa sus personajes en un tiempo de rumba, hará vibrar el alma misma de la rumba. Sus tipos quieren ser síntesis de caracteres, más que retratos. No le interesa emular a la American Photo, sino fijar el espíritu de las cosas. De ahí su afición por una Cuba un tanto mitológica y por sus héroes de canciones populares: Papá Montero o María la O.

Abela formó parte del Grupo Minorista y fue fervoroso opositor del presidente Gerardo Machado, fervor del cual nació El Bobo, personaje de caricatura política que criticaba con la mayor ingenuidad, pero en realidad acerbamente, a aquel dignatario que sumió a Cuba en más de un baño de sangre.

EL BOBO EN LA COLONIA

En realidad, el personaje de El Bobo ya existía desde los tiempos de la colonia. Apareció en La Habana, en 1895, un semanario titulado El Bobo, cuyos artículos llevaban la firma de “El Bobo de Batabanó”, “El Bobo de la yuca”, “El Bobo de Babieca” (Babieca era el caballo del Cid Campeador).

En La Habana, un bobo que no lo era tanto

El Bobo colonial tuvo una larga vida, y en los años 40 del siglo XX hasta fue compuesta una guaracha con su nombre, así que Abela lo que hizo fue retomar una figurita de tradición con gran arraigo popular, pero dotándolo de una nueva personalidad.

Como nadie se manifestaba contra Machado impunemente, ni siquiera aquel muñequito adorable que encarnaba el odio, el dolor y la tenaz rebeldía de todo el pueblo cubano, Abela tuvo que huir al exilio, pero, cuando el tirano por fin fue derrocado, regresó al país. Trabajó como diplomático y fundó y dirigió el Estudio Libre de Pintura y Escultura, por cuyas aulas pasaron importantes artistas de la plástica nacional.

DIFERENCIAS CON OTROS PERSONAJES DE ABELA

El guajiro Liborio y El Loquito fueron otros personajes significativos en la caricatura política cubana, pero Abela armó a su criatura con un código de símbolos muy personal, como el altavoz del que El Bobo se valía para decir sus sentencias, y con el que amplificaba la vox populi.

Otro de los símbolos propios de El Bobo era una bola, que simbolizaba las mentiras conque la dictadura quería cegar al pueblo cubano, pero, como ni los más ingenuos creían ya en Machado y todos sabían bien que no era más que un carnicero sin escrúpulos, Abela le colocó a su Bobo una bufanda para simbolizar el tan popular “no trago”.

Otro de los símbolos más utilizados por El Bobo era una vela que solía prender a los santos, y según su posición en el dibujo (erguida, ladeada, caída), aludía a las victorias o derrotas de los movimientos revolucionarios de oposición, entre los cuales se encontraba el radical y violento ABC. Si El Bobo se limitaba a sostener la vela encendida, significaba que hacía rogación a los santos por la caída de Machado. A veces agitaba en su mano una banderita cubana como símbolo de unidad nacional.

El Bobo tenía sus interlocutores, un ahijado y otro personaje llamado El Profesor, con quienes compartía y comentaba sus sátiras mordaces.

¿Y qué podían hacer los censores implacables del tirano contra un gordito que asomaba en las páginas de la prensa nacional armado de un altavoz, una bola y una vela, y acompañado por otros más bobos que él?

Gracias a este ingenioso sistema de lenguaje simbólico, El Bobo saltó la censura que asfixiaba el periodismo nacional y llegó a los lectores sin perder la carga ideológica que su autor le imprimía en cada entrega. Pero cuando la rebelión fue incontenible, y Machado y su camarilla escaparon de Cuba, El Bobo perdió sentido, aunque sus caricaturas siguieron publicándose un año más.

Abela, desilusionado porque la caída del tirano no colmó las ansias de libertad y justicia del pueblo, y solo florecía en Cuba más de lo mismo, enterró a su personaje y viajó a Italia en misión diplomática. Murió en La Habana en 1965. (Gina Picart Baluja)

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