Siempre me había imaginado a Fernando Ortiz (La Habana, 1881-1969) aureolado de esa majestuosa solemnidad que caracteriza a los académicos.
No solo sus fotos, sino los libros que había leído de él me fueron formando esa imagen. Pero tuve una gran sorpresa cuando leí sus artículos recopilados en el libro Entre cubanos, publicado en 1913, porque descubrí en ellos una faceta de Ortiz que ni me imaginaba: el polígrafo brillante era, también, un humorista mordaz, malicioso y simpatiquísimo que no vacilaba en disparar sus alfilerazos directo al pecho de quien los mereciera, y con una gracia tan criolla que ya quisieran tener muchos personajes que se dedican a hacer reír al prójimo.
En una mezcla de géneros que se mueve entre crónica, artículo de costumbres, comentario y sátira, Ortiz trata temas muy de actualidad en el momento en que fueron escritos los textos, como por ejemplo las elecciones nacionales, la decisión tomada por las autoridades norteamericanas de ocupación de armar más efectivos militares cubanos, el feísmo de la estatuaria nacional, la aparición de nuevos partidos políticos… Así enumerados parecen temas áridos, pero Ortiz encuentra el modo de incitar la carcajada sin perder jamás la elegancia de su pluma.
En el artículo titulado La psefografía de Cuba narra Ortiz con aparente seriedad la invención de un artilugio en la ciudad italiana de Milán que servía para facilitar la votación en los procesos electorales. Tras una detalladísima descripción del funcionamiento del psefógrafo (que nunca llegamos a saber si existe en realidad o solo es un producto de la fantasía de Ortiz), dice el autor:
No he llegado a comprender si mi amigo me ha enviado la noticia de tan curioso invento con generosa seriedad o movido por uno de sus exquisitos rasgos de humorismo, porque la verdad es que pensar en el éxito de la psefografía en Cuba hace sonreír a cualquiera […] ¡Echar un disco en la urna electoral! ¡Qué ridículo! Aquí amamos el símbolo y en la tradicional urna echamos el mausser de un rural, el tolete de un policía, la escoba de un barrendero, el machete de un veterano, el petróleo de un rebelde, el auto de procesamiento de un juez y otras tantas zarandajas que nos complacemos en sacar a relucir para recordarnos a nosotros mismos que no degeneramos los descendientes de Viriato [1] y que todos, lo mismo si nos mantenemos en el poder de a hombres, que si nos rebelamos de a héroes, estamos sobrados de fuerza y de guapería para perpetuar en esta tierra de valientes nuestra historia de matonismo político. Y esto es lo que nos importa, para que nos admiren las naciones extranjeras.
En una carta abierta a don Miguel de Unamuno, el gran intelectual español, Ortiz desmiente cortésmente al crítico y periodista Emilio de Bobadilla, Fray Candil, quien había hecho a Unamuno valoraciones sobre la intelectualidad criolla que Ortiz consideraba poco ajustadas a la realidad por excesivamente entusiastas. Sus disquisiciones parecen escritas ahora mismo en referencia a ciertos vicios que abundan aún hoy en nuestro mundo del arte y la literatura:
Precisamente, uno de los factores que más embota nuestra actividad mental, es el elogio desconsiderado que se busca, se suplica y se obtiene. Apenas sale un rapaz de la Universidad y hasta de Instituto, los amigos (y aquí todos somos amigos), buscamos un periódico donde saludar a la futura gloria de la Patria, y le publicamos sus primeros versitos, rimados indefectivamente para ella, y lo ungimos con todo el almíbar pegajoso de los adjetivos encomiásticos. Y ya es un genio.
Pero la joya del libro, el artículo que no tiene desperdicio en cuanto a humor satírico se refiere, es el titulado No seas bobo. No es el único texto en el que Ortiz fustiga el choteo criollo calificándolo como “la desgracia nacional”, pero aquí lo hace con una rotundez y una amargura tremendas, y vaya un solo párrafo como botón de muestra:
Nos burlamos de todo, no con la sonrisa volteriana de un escéptico, sino con la carcajada estúpida de la ignorancia vanidosa […] El ambiente literario ofrece gran número de escribidores profesionales y escasos pensadores especialistas y más productores que autores, más vulgarizadores que originales […] No importa, pues, en Cuba ser mentalmente civilizado: es preciso únicamente ser listo. En otros países, cuando se quiere apartar a un individuo de una senda distanciada de la que sigue la mayoría, se le dice: “No seas ignorante”; aquí le decimos “no seas bobo”, porque la cultura no interviene absolutamente en el éxito de los triunfadores, y la bobería es nuestra muerte civil, que castigamos con la más implacable de las armas: el choteo, sin pensar que esta es de dos filos y propia de pueblos que carecen de otras más nobles, más civilizadas y más dignas.
En otro texto titulado Orfanotrofio, Ortiz lleva tan lejos su amargura ante las deficiencias de la vida ciudadana en la República que concibe la idea de crear una especie de organopónico con los huérfanos que habitualmente eran llevados a la Casa de Beneficencia, pero congregándolos en los campos, a fin de dedicarlos a la agricultura, para fomentar en ellos el amor a la tierra y el conocimiento de semejante ocupación. No hay manera de saber si está hablando en serio.
Su prosa es chispeante, llena de ingenio, pero también de una pasión que, en ocasiones, se desborda y adquiere una intensidad rayana en la ferocidad. Es incisivo y castiga sin piedad todo lo que le parece manifestación de pequeñez del espíritu, de nimiedad del pensamiento, de pereza cívica, de baratura, chatura del alma. Denuncia la pobreza de la vida intelectual en la República y contra ella dirige sus cañones, como cuando, por ejemplo, denuncia la indigencia imperante en las librerías, que no publican obras nacionales, sino una literatura cursi y almibarada en malas traducciones hechas en España, de lo que hoy llamamos literatura de mercado o best sellers, o cuando habla de la degeneración sufrida por nuestro periodismo en un artículo que titula con crueldad ingeniosísima Hojas caídas…
Sin tiempo ni espacio para comentar aquí todos los textos del libro, no quiero llegar al final sin mencionar Las supervivencias africanas en Cuba, dos cuartillas y media en las que Ortiz expresa su preocupación como antropólogo por la inminente desaparición de las tradiciones afrocubanas del panorama social de la isla. Me parece que, entre todos los textos del libro, acaso sea este el menos acertado y donde Ortiz se muestra como profeta fallido, pues del futuro que previó no se ha realizado, sino todo lo contrario a sus temores:
[…] cada día todas estas demostraciones del alma negra van perdiendo su color típico, se hacen más y más grises por el contacto del alma blanca, muchas de ellas ya han desaparecido por completo […] Pasarán una o dos generaciones y las supervivencias que hoy todavía encontramos a cada paso, aparecerán atenuadas, como ya nos resultan borrosas algunas […] Cerrada la trata negrera y rota toda relación de los africanos con su país natal no es probable que nuevas inmigraciones, ni siquiera aislados individuos del continente negro lleguen a nuestras playas y aviven el rescoldo que resta de las primitividades de sus predecesores.
En otro de los artículos de Entre cubanos, Ortiz afirma que los blancos de Cuba no utilizan los servicios adivinatorios del babaco, pero son clientes asiduos de los practicantes de la religiosidad afrocubana para cuestiones de sanación y confección de pociones y amuletos.
Solo me explico que las predicciones de Ortiz hayan girado 365 grados hasta nuestros días, teniendo en cuenta las drásticas transformaciones sociales que se produjeron en Cuba a partir de 1959, que nadie pudo prever, ni siquiera los negros brujos. (Gina Picart Baluja)