El bloqueo económico, comercial y financiero es el elemento central que ha definido la política de Estados Unidos hacia Cuba por más de seis décadas. Los efectos de esta guerra no declarada contra la economía, la sociedad, la vida cotidiana y los sueños de progreso de más de 11 millones de cubanos no han cesado ni un solo día.
Calificado como un genocidio y la más flagrante violación de los derechos humanos de las personas que viven en la Mayor de las Antillas, y también de las que son afectadas por su carácter extraterritorial, el bloqueo provoca daños directos extremos.
El engranaje integral de sus medidas tiene el propósito cruel y práctico de privar al país de los ingresos financieros que resultan indispensables, a fin de adquirir alimentos para la población; suministros, partes y piezas, tecnologías y softwares.
Su impacto provoca carencias, desabastecimientos, largas colas y la ansiedad, que marcan hoy a los cubanos y cubanas; el bloqueo incrementa la emigración, que hoy es una consecuencia directa, de su incidencia.
Sin miramientos, porque el bloqueador no se esconde para ello, el bloqueo está destinado a matar, pues su fin es crear desesperación e ingobernabilidad. En pocas palabras, acabar con la Revolución Cubana.
La Asamblea General de ONU discutirá y votará, entre el 1ro. y el 2 de noviembre, la resolución 77/7, Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba, la cual ha recibido el apoyo de 30 sesiones de ese órgano de la máxima entidad del multilateralismo.
Pese a la hostilidad y al genocida crimen que significa la unilateral e ilegal política estadounidense contra Cuba, rechazada por casi la totalidad del mundo, el pueblo irredento de la Isla no renuncia a su desarrollo. Resiste y crea, porque es la única manera de seguir venciendo al gigante de siete leguas, que no cesa en su vil intento de cercenar su ejemplo, pues es la única a la que no ha podido doblegar.