El ingeniero cubano Francisco de Albear y Fernández de Lara, reconocido internacionalmente por diseñar el Acueducto de Albear, una de las siete maravillas de la ingeniería civil cubana, falleció en La Habana el 23 de octubre de 1887.
Más de 50 proyectos, varios premiados, conforman el legado
de este capitalino, nacido en el Castillo de los Tres Reyes del Morro.
Huérfano de padre a los ocho años, y continuando la
tradición familiar, solicitó su ingreso en el Regimiento de Lanceros del Rey,
en 1826. Desde muy temprano dio muestras de aptitud para el estudio en su
tránsito, primero por la escuela Concepción, y más tarde en la enseñanza
secundaria que cursó a partir de 1830 en el Colegio Buenavista, donde obtuvo un
certificado de honor por sus resultados docentes, reseña un artículo de
Cubadebate.
Desde muy temprano dio muestras de aptitud para el estudio
en su tránsito, primero por la escuela Concepción, y más tarde en la enseñanza
secundaria que cursó a partir de 1830 en el Colegio Buenavista, donde obtuvo un
certificado de honor por sus resultados docentes.
Sus ansias de superación, le valieron la autorización para
partir hacia España con el grado militar de Alférez de caballería, y realizar
los exámenes de ingreso a la Academia de Ingenieros de Guadalajara, los cuales
aprobó en julio del siguiente año con notas de sobresaliente.
Por Real Orden de 2 de febrero de 1844, fue destinado a la
dirección de subinspección de la Isla de Cuba, con la misión de viajar
previamente en comisión de servicio por diferentes países europeos, a los
efectos de examinar lo más avanzado de las obras públicas y las comunicaciones
de todo género, que fuesen aplicables en la mayor de Las Antillas.
Así, emprendió una fructífera gira que lo puso en Francia en
contacto con notables científicos, le permitió presenciar maniobras militares
en Bélgica, visitar otras instituciones científicas en Prusia, y prestar
atención al estudio de los puentes en Inglaterra. Con esta valiosa carga de
conocimientos se embarcó con destino a Cuba en Burdeos, y arribó al puerto de
La Habana el 10 de abril de 1845.
Una vez incorporado a la Subinspección del Arma de
Ingenieros en la Isla, y como conclusión de su recorrido por Europa, acometió
la redacción de sus memorias y en correspondencia con estos resultados, fue
ascendido a Teniente Coronel de infantería. Ya en sus nuevas funciones, se le
encomendó reconocer el curso y desembocadura del Río Zaza, dirigir la
construcción del Cuartel de Caballería de Trinidad, y elaborar un proyecto para
la ampliación del muelle de Cienfuegos, lo cual lo sustrajo de La Habana por
espacio de un año.
Con su retorno a La Habana, en 1847, la Junta de Fomento le
encargó diferentes misiones, como el proyecto de construcción del Muelle de San
Francisco, las obras del Puente San Jorge sobre el Río Bacuranao, del Puente de
las Vegas, del Pontón de Carrión, y de la construcción de la Calzada a San
Cristóbal por Guanajay.
Durante el fecundo período de su labor que se extendió hasta
1854, Albear intervino en la realización unas 200 obras, incluidos proyectos e
informes, trabajos parciales y construcciones nuevas y completas, entre los que
figuraban puentes, faros, muelles, carreteras, edificios y fuentes de agua
públicas.
A manera de ejemplo pudieran mencionarse: la instalación de
las primeras líneas telegráficas que existieron en Cuba, el proyecto de
ensanche y reformas del Jardín Botánico de La Habana, el de un edificio para el
Observatorio Meteorológico, la construcción de la casa de la Junta General de
Comercio y Lonja Mercantil, y la de la Cátedra de Agronomía, y la elaboración
de un proyecto de carretera central estratégica para la Isla.
Pero, su obra
magistral fue, sin dudas, el proyecto de llevar el agua a La Habana,
mediante la ejecución del acueducto
que llevaría su nombre.
Debido el deficiente servicio de agua con que contaba la ciudad hasta el siglo XIX y después de algunos intentos de construcción, se le encomendó la tarea.
En 1858, se aprobó el
proyecto que conduciría las aguas de los manantiales de Vento hasta la urbe.
Luego, en 1861, bajo la dirección del propio Albear, comenzó la construcción de
la obra, que se desarrolló con extrema lentitud debido a la situación existente
en la isla. En 1893, se terminó el
acueducto, que continúa abasteciendo a una considerable parte de la ciudad
de La Habana.
El acueducto de
Albear, la obra más importante de Cuba en el siglo XIX, recibió Medalla de
Oro en la Exposición Universal de París, en 1878, y fue considerada una obra
maestra de la Ingeniería. (Redacción
digital)
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