Se dice que cuando el rey Carlos III de España supo de la conclusión de las obras de San Carlos de la Cabaña, edificada a un costo de 11 millones de duros luego de 11 años de trabajo, pidió un catalejo para verla, ya que obra tan grande y de tanta cuantía tenía por fuerza que verse desde los balcones de su palacio en Madrid. Era, ciertamente, no ya la primera de las fortificaciones de la Isla, sino la más importante de cuantas construyeron los españoles en América.
Era uno de los baluartes defensivos de la capital
cubana. En la ribera izquierda de la bahía, esto es, en los márgenes de la
villa misma, se alzaban los castillos de La Fuerza y La Punta. Frente, en la
orilla derecha, San Carlos de la Cabaña y, muy cerca de esta, el Castillo de
los Tres Reyes del Morro. Cuatro defensas que eran apoyadas por otros
castillos, torreones y baterías ubicados en puntos clave del territorio y que
servían de vigías y entrecruzaban el fuego de sus cañones. Cuando en 1982, la Unesco
distinguió a La Habana Vieja como Patrimonio de la Humanidad, hizo extensivo el
honor a su sistema de defensa.
La Cabaña ha estado siempre muda para acciones de
guerra. El Morro, en repetidas ocasiones, rechazó asaltos de escuadras
holandesas, francesas y británicas, y disuadió a corsarios y piratas de sus
intentos de atacar La Habana.
La fortaleza de La Cabaña fue construida entre
1763 y 1774. El Morro se inauguró en 1630 y demoró 41 años en edificarse. Ambas
instalaciones conforman hoy el Gran Parque Histórico Militar Morro-Cabaña,
sitio cargado de historia, si lo hay, como para transportarse a otras épocas y
pasar siempre unas horas de agradable e instructivo esparcimiento. En La Cabaña
han tenido su sede convenciones de turismo y ferias internacionales de
artesanía, así como las ferias internacionales del libro de La Habana.
Ingleses en Cuba
Las obras del Morro se iniciaron en 1589, pero
desde tiempos inmemoriales los habaneros aprovecharon las alturas donde se
edificaría el castillo para apostar vigías que avisaban de la cercanía de naves
enemigas. Y desde 1563 se había alzado allí una torre que permitía visibilidad
mayor a los guardianes.
El castillo adoptó la forma irregular de las
rocas sobre las que se construyera. Se compone de tres baluartes unidos por
cortinas y un cuartel acasamatado. Emplazaron allí cañones de grueso calibre y
otros de menor poder ofensivo. Contaba, dentro de sus murallas con dos aljibes
que se consideraban suficientes para abastecer a la guarnición por largo que
fuera el sitio que se impusiera a la fortaleza.
Pero tenía una parte floja: las alturas donde
después se asentaría La Cabaña. Antonelli, el constructor del Morro, fue el
primero en advertirlo:
“El que fuere dueño de esta loma –sentenció– lo será de La Habana”.
Ciento y tantos años después una escuadra
británica se presentó frente a la capital. España e Inglaterra libraban una de
sus tantas guerras. Desembarcó la marinería inglesa, tomó las alturas de La
Cabaña y desde esa eminencia abrió fuego contra el Morro logrando vencer la
heroica resistencia de sus defensores, tras 44 días de asedio, cuando consiguieron
penetrar en el castillo por el boquete abierto en uno de sus muros.
Los ingleses abandonaron La Habana en julio de
1763, luego de que la corona española entregara a cambio toda la península de la
Florida, que dependió hasta entonces de la Capitanía General habanera. La
Habana, como ciudad, era en esa época mayor y más poblada que Nueva York y
Boston. Sacaron de aquí unos tres millones de libras esterlinas. Se inició de
inmediato la reconstrucción del Morro y se dispuso la construcción de La
Cabaña. Dotaron a la nueva fortaleza de artillería gruesa. Su polígono lo
flanqueaban baluartes, terrazas, caponeras y revellines, y lo circunda un foso
profundísimo abierto en la peña viva.
En ese foso, el colonialismo español fusiló al
poeta Juan Clemente Zenea, al igual que a otros muchos patriotas. Tanto en el
Morro como en La Cabaña se torturó y asesinó durante los gobiernos
dictatoriales de Machado (1925-1933) y Batista (1933-1944) y 1952-1958).
Existían en el Morro escaleras siniestras por donde los supliciados eran
obligados a bajar a oscuras para encontrar al final el mar como destino.
Corrió esa suerte, se dice, el periodista
venezolano Francisco Laguado Jaime, exiliado en Cuba en tiempos de la dictadura
de Juan Vicente Gómez. La leyenda refiere que una mujer reconoció por el reloj
de pulsera que aquel pedazo de brazo encontrado en el vientre de un tiburón,
correspondía a su esposo. Machado entonces, haciendo gala de un humor macabro,
puso en veda a los tiburones.
En 1911, funcionó en el Morro una escuela de
cadetes. Su primer director fue el comandante José Lezama Rodda, padre del
poeta y escritor José Lezama Lima, que vivió de niño en esa fortaleza, al igual
que en La Cabaña.
A falta de hechos de armas, La Cabaña sirvió
siempre como cárcel. Desde 1926 fue prisión militar y luego de la clausura del
Castillo del Príncipe albergó a presos comunes. Ernesto Che Guevara instaló allí su
comandancia en 1959.
La Cabaña sigue siendo escenario de una de las
más antiguas y hermosas tradiciones habaneras. Todos los días, en una lucida
ceremonia que se lleva cabo a la vista del público, una escuadra de reclutas,
con el atuendo del ejército colonial español, el uniforme rojo y gualda de los
Borbones, carga de pólvora un cañón antiquísimo, encienda su mecha y lo dispara
para hacer saber a los capitalinos que son las nueve de la noche. Antiguamente
se anunciaba así la hora del cierre de las puertas de la muralla que rodeaba y
protegía a La Habana y la clausura de la boca del puerto con una cadena que se
tendía entre los Castillo de La Punta y el Morro.
Desde hace algunos años el Morro y La Cabaña,
restaurados, son un Parque Histórico Militar. Un sitio para recordar, y también
para aprender y disfrutar, y desde el que se divisa, sobre todo al atardecer,
una de las mejores vistas de La Habana de siempre. (Cubadebate)