Noviembre marca dos fechas significativas para la música cubana,
coincidencias que, de manera luctuosa, nos hacen acercarnos y recontextualizar
la obra de dos grandes compositores: Alejandro García Caturla y Ernesto
Lecuona.
A pesar del corto lapso que separó sus nacimientos (Lecuona en agosto
de 1896, y Caturla en marzo de 1906), es
evidente que fueron contemporáneos, aunque sus líneas estilísticas nunca se
cruzaron ni tuvieron similitudes morfológicas comunes.
Si tenemos en cuenta orígenes, entornos familiares o pedagógicos, o
simplemente las inclinaciones de ambos hacia la música, resultan también muy
claras las aristas que delimitan los contornos por donde transitaron y que, por
jerarquización creativa, pudiéramos establecer ciertas zonas paralelas a modo
de cábalas, teniendo en cuenta la magnitud de sus obras.
Caturla muere joven en 1940, en franca madurez biológica y compositiva,
y el academicismo cubano ve truncado un importante afluente que estaba
destinado a seguir creciendo desde todos los puntos posibles. ¿Cómo no entender
el mundo interior de un hombre cuya fertilidad composicional le llevó a un
plano desconocido de la vanguardia musical cubana? ¿Cómo no rendirse ante sus
motivaciones de total índole nacionalista y de renovación sonora? En esos
mismos años, el también joven Lecuona
daba soltura a su cabalgata autoral para recrear, con un talento desbordado,
similares miradas sobre temáticas que identifican y resumen un concepto antes
desconocido: la cubanidad. Y aunque el elemento hispano aparece casi en la
totalidad de sus obras, es también un transgresor y un nacionalista confeso
que, por muchos senderos, recorrería airoso hasta su fallecimiento, en 1963.
Y es en ese sitio común, conformado por la aprehensión de distintas
miradas de lo africano, lo hispano, lo aborigen y de las diversas comuniones
raciales y sociales derivadas de una mezcla inusual hasta entonces, donde
podemos atrevernos a denominarlos como dos piedras esenciales en el desarrollo
musical cubano de todos los tiempos, sin caer en excesos ni falsos entusiasmos:
Caturla se mueve más hacia un escenario de confrontación musical de las propias
vanguardias y sus rupturas estructurales, muy cercano a las posturas sinfónicas
de George Gershwin o anticipando tempranamente los aportes posteriores de
Leonard Bernstein, por ejemplo. Mientras, Lecuona
hace invariablemente lo mismo al proveer, con una rigurosa mirada de renovación
sonora de honda génesis introspectiva, géneros como la zarzuela, la canción o
la romanza, logrando además un estilo único que vería su cúspide en la
impresionante producción pianística que pocos pueden interpretar en su
totalidad y que, desde el concepto de complejización musical, son consideradas
obras maestras del instrumento.
Pero la mayor grandeza de ambos compositores es la diáfana actualidad de sus repertorios, el lirismo y la belleza con que relatan sus pasiones y, sobre todo, la enorme cuota de cubanía –que aunque situada en lenguajes de experimentación o consolidación autoral– es perfectamente reconocible en ellos. (Tomado del diario Granma)