Las Murallas, aquel enorme cinturón de piedra que rodeaban y defendían, como inexpugnables fortalezas de su época, la primitiva, modesta, sencilla, patriarcal y pequeña ciudad de San Cristóbal de La Habana, comenzaron a construirse el 3 de febrero de 1674 y su construcción terminó hacia 1797.
Fueron el refuerzo y el colofón, dice el doctor
Félix Julio Alfonso López, del poderoso complejo defensivo de La Habana en los
siglos XVI y XVII, que comprendía las fortalezas abaluartadas del Morro, la
Punta y la Fuerza. Por su parte terrestre iban desde el Arsenal –actual
Terminal de Ferrocarriles- hasta el Castillo de la Punta, y por la parte
marítima, desde esa fortaleza hasta el Arsenal.
Precisa Félix Julio que en el tramo que abarcaba
la parte terrestre, el muro tenía la forma de un polígono irregular y contaba
con nueve baluartes y tres semibaluartes, unidos por cortinas intermedias de
dos metros de espesor. Los paños de cortina alcanzaban hasta diez metros de
alto. El foso que la rodeaba, y que nunca llegó a tener agua, era poco
profundo, pero extremadamente ancho. A
partir de la base de las murallas solo se podía edificar a una distancia de 1
500 yardas (una yarda igual a 0.914 metros) que era la del alcance de un tiro
de cañón. Tenía una longitud total de 4 852 metros.
Emilio Roig -siguiendo al historiador Jacobo de
la Pezuela- no se entusiasma mucho con la obra. Apunta que las cortinas
intermedias eran reducidas y susceptibles únicamente de cuatro piezas en sus
caras y dos en cada flanco y que la anchura de los fosos no guardaba proporción
con la profundidad. Añade que el camino cubierto, con sus correspondientes
plazas de armas, carecía de troneras, tenazas, caponeras y revellines,
comunicándose con el exterior por medio de seis fuertes, reseña el periodista y
cronista Ciro Bianchi.
El muro que daba al mar, recuerda Roig, era la
parte mejor de las murallas, y desde allí lucharon, cruenta y heroicamente, en
1762, las milicias habaneras y esclavos africanos que defendieron la ciudad
contra el ataque del ejército y la armada británica; capitularon solo cuando lo
jefes militares y navales españoles se rindieron el 12 de agosto de aquel año.
La tenaza
Al comienzo, las murallas tuvieron solo dos
puertas; la de la Punta, al norte, y la de la Muralla, a la altura de la calle
del mismo nombre, al oeste. Otras se abrirían posteriormente: las de Colón,
Monserrate, Luz, San José, Jesús María, el Arsenal… La puerta tapiada que puede
verse en el lienzo de las murallas que aún se conserva en las cercanías del
muelle de La Coubre, recibió el nombre de la Tenaza; se abrió en 1745 y se
cerró en 1761 con motivo de las diferencias de jurisdicción entre el capitán
general Marqués de la Torre y el general de marina Juan Bautista Bonet, con lo
que quedó clausurada definitivamente.
La Habana crecía y crecía hacia fuera; empezaba a
hablarse de una Habana vieja o antigua y de otra nueva o moderna. Con los años
aquel enorme cinturón de piedra, levantado con mano de obra esclava, fue
haciéndose más inoperante y perdiendo significación para la defensa de la
capital, publica Cubadebate.
Cada vez era mayor la parte de la ciudad que
quedaba fuera de su protección, y los progresos alcanzados por la artillería y
las artes de la guerra hacían obsoletos aquellos gruesos muros, que de noche
incomunicaban la villa y de día dificultaban y demoraban el tráfico.
Aquel muro dividía dos ciudades que eran una
sola; la de intramuros y la de extramuros. A las 4:30 de la mañana, al toque de
diana, el cañonazo indicaba que debían alzarse lo rastrillos, tenderse los
puentes levadizos y abrirse las puertas de la muralla para permitir el tráfico
entre una parte y la otra. Y el cañonazo de las ocho de la noche, al toque de
retreta, disponía que se hiciera lo contrario. Caían los rastrillos, se
elevaban los puentes, se cerraban las puertas y nadie podía entrar en la ciudad
amurallada ni salir.
El disparo se hacía desde el buque de guerra que servía de Capitanía en el apostadero. Se haría después, hasta hoy, desde la fortaleza de la Cabaña. Con el tiempo, cuando el toque de retreta dio paso al toque de silencio, el cañonazo empezó a escucharse a las nueve de la noche, costumbre que se mantuvo luego de la desaparición de la muralla. Sigue escuchándose hoy, con el único objetivo de anunciar pueblerinamente la hora. Desapareció sin embargo el cañonazo de las 04:30 (hora local).
El derribo
En 1841, el Ayuntamiento habanero pidió permiso a Madrid para el derribo de las murallas, pero demoró bastante para que se recibiera esa autorización. Veintidós años después de haberse hecho la solicitud comenzaron a ser demolidas las murallas, el 8 de agosto de 1863, y para contemplar las labores de inicio del desmantelamiento de los muros se dieron cita, en un acto solemne, el capitán general, el cabildo en pleno y las más altas autoridades civiles, militares y eclesiásticas de la Colonia. Todo un acontecimiento…
Desde mucho antes de que se aprobara el derribo
total del paredón, sobre un trozo de la muralla de la parte marítima se había
construido el Parque y Maestranza de Artillería, “el verdadero falansterio del
Ejército de Cuba, desde que dio impulso a sus talleres en 1860 el capitán
general Francisco Serrano” –al decir del historiador De la Pezuela-. Allí de
fabricaban o reparaban desde fusiles hasta cañones, y se elaboraban balas de
presión y cápsulas; de sus talleres salieron armas empleadas en la expedición
española a México, y hasta 1862 casi siete mil fusiles dados de baja se
pusieron en perfecto estado para el servicio.
Los boquetes de las calles que enlazarían las dos
Habanas se abrieron con relativa rapidez, y con igual celeridad se echaron
abajo algunos de los lienzos de muralla para construir plazas, paseos y algunas
edificaciones. Pero su derribo total, asumido en sus primeros años por
esclavos, demoró décadas en concluir.
Durante la ocupación militar norteamericana (1898-1902) se aceleraron
las obras, aunque al advenir la República quedaba mucho por hacer. Obras de
crecimiento y ensanche de la ciudad, al igual que de saneamiento, impusieron el
derribo total de los viejos muros.
Lo que queda
Algo quedó, sin embargo. Y no solo el cañonazo de
las nueve de la noche. Sobreviven como lugares patrimoniales algunos paños,
muros y garitas frente al antiguo Palacio Presidencial –Museo de la Revolución–
en las inmediaciones del viejo Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, los
aledaños de la Estación Terminal de Ferrocarriles, en la Avenida de Carlos
Manuel de Céspedes…
Los restos que se conservan en esa avenida, los
del baluarte y garita de San Telmo, perteneciente a la muralla marítima,
estuvieron a punto de ser eliminados cuando, bajo el gobierno de Machado, se
amplió y rellenó el litoral. Lo impidió la rápida y eficaz acción del
historiador Emilio Roig, que años después, en 1940, pidió a los directivos de
la Empresa de Ferrocarriles Unidos de La Habana la preservación del paño y la
puerta de la Tenaza.
No lo hicieron, y fue el gobierno de la
República, ya en 1948, el que asumió la tarea, incitado por las sugerencias de
Roig, según cuenta el doctor Félix Julio Alfonso López en su estudio “Emilio
Roig de Leuchsenring y la defensa del patrimonio histórico de La Habana
(1935-1955)”. (Redacción digital)