Cada fin de semana decenas de artesanos ponen sus creaciones a la venta ante miradas que andan inquietas y de prisa por el Paseo del Prado habanero. La mayoría expone allí pinturas o manualidades curiosas, y te deslumbras a medida que te aproximas a ellas.
Muy cerca de los leones de bronce, en Prado y Neptuno, testigos permanentes desde hace casi un siglo del habanerismo citadino, del folklor y la «lucha» diaria, muestra una parte ínfima de su obra Óscar Naranjo Escobar.
Los sábados, este profesor de Historia devenido en artista llega a la arteria céntrica para vender algunos cuadros hechos a base de tejidos. Hace poco lo encontré de manera fortuita, porque Óscar no necesita lanzar pregones altisonantes para que alguien vaya a la esquina donde comercializa sus obras, pues sus peculiares creaciones artísticas hablan por él.
De lejos simula algún tejido a base de hilo, y cuando te acercas recibes una inevitable respuesta por parte de su creador: «Se llama tejido con alambre y está hecho por mí». En medio del bullicio del Prado, esa expresión termina siendo una carta perfecta de presentación.
Cualquiera pensaría entonces que en el populoso paseo habanero este granmense de nacimiento y capitalino por adopción exponen todo su talento, y que es ahí donde su modo de vida artística adquiere mayor valor. Pero nada más alejado de la realidad. Óscar lo confesó directo cuando hablamos por primera vez: «En la sala de la casa es donde tengo las obras relevantes hechas hasta hoy».
Óscar un amante del arte y la historia. Fotos: Quiriat Reinoso Ramo. |
Sí es cierto. Su tesoro preciado no habita en museos ni en la fama a veces estéril de un sitio céntrico. Como mismo dice, lo prefiere en la modestia que encarna su hogar. Allí, hilvanados como en una especie de clase histórica, pequeños trozos de alambre entrelazados minuciosamente recrean los rostros de patriotas, personajes y héroes de nuestro país y Latinoamérica.
Una tras otra aparecen en perfecto orden las imágenes de Bolívar, Martí, Mella, Fidel, Camilo, Salvador Allende, Hugo Chávez, y hasta el rostro del Che Guevara, por quien, recuerda Óscar, partió toda esta aventura suya de tejer con alambres.
Él explica que fue su esposa Yolanda quien le propuso reproducir las primeras imágenes. Y en los difíciles años de la década de 1990, asegura, hizo la prueba de fuego con uno de los hombres que más ha admirado: el Guerrillero Heroico.
En aquel tiempo, comenta, la imagen del Che se la regalaba a cuanto amigo tenía, porque era la única que realizaba. «Si te digo la cantidad tú no lo vas a creer: casi mil fotos del Che reproduje con alambre desde el año 1993 hasta bien entrado el presente siglo», aclara este hombre dócil, nacido en el poblado de La Cañona, próximo al actual municipio granmense de Cauto Cristo.
Una mano de obra minuciosa
Para quien sobrevivió de niño a tantas adversidades, incluso a los endemoniados vientos del ciclón Flora, las manualidades vinieron a ser una válvula sanadora de escape. Pero, por azares de la vida y también debido a las fuertes crisis de asma que padecía, Óscar llegó primero a La Habana y se topó con una de sus grandes pasiones: la Historia.
Como trotamundo, estuvo en varios centros docentes impartiendo la asignatura, hasta que en la Facultad de Ciencias Médicas Salvador Allende, del municipio capitalino del Cerro, encontró su sitio definitivo para el magisterio.
En aquellos momentos duros del período especial, comenta, fue cuando le surgió la idea de cuadricular las imágenes. Luego fue colocando el alambre en esas cuadrículas para reproducir las fotos. «O sea, se dobla el alambre, sale un eslabón que tiene tres centímetros de largo por uno de ancho, y comienzo así a hacer las medidas en la cuadrícula», detalla.
Sus herramientas fundamentales de trabajo son bien sencillas, en comparación con sus complejas obras: un clavo, una pinza y una tijera. Sin embargo, de sus manos nacen bellas y casi perfectas reproducciones. Una labor minuciosa que puede demorar hasta tres meses para terminar un solo cuadro.
Todo lleva un proceso que no es de llegar y armar, sobre todo en las primeras elaboraciones. Ya después que está creado el cuadro y cuentas la cantidad de alambres, sabes los colores que lleva y la cantidad de orificios del soporte de madera, es más fácil armar los siguientes, enfatiza.
Tanta humildad atesora este guajiro, que no se mostró artista en un inicio, hasta que le dieron la tarea de fundar la cátedra Salvador Allende dentro de la Facultad de Ciencias Médicas. «Aquello lo asumí con un amor tremendo, afirma. Durante un coloquio que se realizó en el centro docente me propuse recrear la imagen de Salvador Allende. Y para el segundo coloquio tenía hecho, además, obras sobre el Comandante en Jefe, Fidel Castro y nuestra bandera».
Así partió la idea de ir realizando, cada cierto tiempo, un patriota para mostrárselo a sus estudiantes en el aula. Para uno de los congresos de la Unión de Jóvenes Comunistas realizó en tiempo récord las imágenes de Julio Antonio Mella y de Camilo, y eso impresionó a los delegados a la magna cita. A partir de ahí admitió que lo salido de sus manos era algo serio, confiesa.
Arte en el Prado
En el Paseo del Prado ha podido comprobar, luego de más de diez años vinculado al proyecto Imagen tres, la aceptación que tienen sus obras. Más allá de la comercialización, quienes pasan por el Prado cada fin de semana pueden, además, aprender esta difícil técnica.
Antes de la pandemia, recuerda, su punto se llenaba de gente, sobre todo de niños que involucraba para instruirlos en este arte. De ellos quizás no salieran artistas, pero el tiempo que tenían para tirar piedras o delinquir, lo utilizaban en desarrollar habilidades, comenta el maestro.
«Siempre he dicho que el tejido con alambre no es solamente intercambiar un alambre con otro: en él van agregados conceptos, emociones y la socialización con distintos grupos etarios», recalca.
Tal vez por eso, junto a su esposa, comenzó a vincular el arte y la historia con la comunidad: «La experiencia del Prado la llevábamos a hospitales, círculos de abuelos ya otros espacios, como la Sociedad Cultural José Martí o la Uneac, donde Montábamos exposiciones e intercambiábamos con la gente».
Antes de la pandemia, recuerda, su punto se llenaba de gente, sobre todo de niños que involucraba para instruirlos en este arte. De ellos quizás no salieran artistas, pero el tiempo que tenían para tirar piedras o delinquir, lo utilizaban en desarrollar habilidades, comenta el maestro.
«Siempre he dicho que el tejido con alambre no es solamente intercambiar un alambre con otro: en él van agregados conceptos, emociones y la socialización con distintos grupos etarios», recalca.
Tal vez por eso, junto a su esposa, comenzó a vincular el arte y la historia con la comunidad: «La experiencia del Prado la llevábamos a hospitales, círculos de abuelos ya otros espacios, como la Sociedad Cultural José Martí o la Uneac, donde Montábamos exposiciones e intercambiábamos con la gente».
«Con frecuencia me han insistido algunas personas en el valor comercial de mi obra, y yo he dicho que no es el objetivo fundamental del proyecto», explica.
Sí reproduce imágenes como la clásica de la Fortaleza del Morro Cabaña, la casa natal de José Martí u otras obras con cierto valor turístico, pero la historia intangible y simbólica de Cuba, por respeto y convicción, no la comercializada.
Señala entonces con el dedo índice hacia un inmenso cuadro en la sala de su casa que proyecta la imagen de los Cinco Héroes, creada por él pocos meses antes del regreso total de los luchadores antiterroristas: «Muchos me preguntan cuánto cuesta. Y mi respuesta sigue siendo tajante: ¡No lo vendo!».
Defiende la política cultural del país, respeta nuestros símbolos y trata de ser lo más fiel posible a las imágenes, reafirma. De ahí su emoción cuando se refiere a eventos como la fiesta de la cubanía en Granma, en la que participó el pasado año y tuvo la oportunidad de donar un cuadro de la hija de Carlos Manuel de Céspedes, Alba de Céspedes, a la Casa Museo. del Padre de la Patria.
Ahora, entre tantos alambres, fotografías y herramientas sencillas dentro de su «taller» —un modesto cuarto de su casa en Centro Habana—, este artista prepara otros cuadros de relevancia histórica: «Ya me falta poco para concluir el de Vilma Espín y quiero realizar otro de Celia Sánchez».
Pocas veces Óscar trabaja por encargo. Solo en contadas ocasiones lo ha hecho. Él solo aprende el sentido coherente de la inspiración y da paso a sus creaciones austeras. Tal vez por eso su arte llega como un arma sincera y profunda en estos momentos duros.
Su obra, a la entrada del Prado o en cualquier minúsculo rincón en que se encuentre, como la cultura toda, salva las esencias patrias que dormitan silenciosas, no pocas veces entre la prontitud de los tiempos y el olvido de los desagradecidos. (Tomado de Juventud Rebelde)
Sí reproduce imágenes como la clásica de la Fortaleza del Morro Cabaña, la casa natal de José Martí u otras obras con cierto valor turístico, pero la historia intangible y simbólica de Cuba, por respeto y convicción, no la comercializada.
Señala entonces con el dedo índice hacia un inmenso cuadro en la sala de su casa que proyecta la imagen de los Cinco Héroes, creada por él pocos meses antes del regreso total de los luchadores antiterroristas: «Muchos me preguntan cuánto cuesta. Y mi respuesta sigue siendo tajante: ¡No lo vendo!».
Defiende la política cultural del país, respeta nuestros símbolos y trata de ser lo más fiel posible a las imágenes, reafirma. De ahí su emoción cuando se refiere a eventos como la fiesta de la cubanía en Granma, en la que participó el pasado año y tuvo la oportunidad de donar un cuadro de la hija de Carlos Manuel de Céspedes, Alba de Céspedes, a la Casa Museo. del Padre de la Patria.
Ahora, entre tantos alambres, fotografías y herramientas sencillas dentro de su «taller» —un modesto cuarto de su casa en Centro Habana—, este artista prepara otros cuadros de relevancia histórica: «Ya me falta poco para concluir el de Vilma Espín y quiero realizar otro de Celia Sánchez».
Pocas veces Óscar trabaja por encargo. Solo en contadas ocasiones lo ha hecho. Él solo aprende el sentido coherente de la inspiración y da paso a sus creaciones austeras. Tal vez por eso su arte llega como un arma sincera y profunda en estos momentos duros.
Su obra, a la entrada del Prado o en cualquier minúsculo rincón en que se encuentre, como la cultura toda, salva las esencias patrias que dormitan silenciosas, no pocas veces entre la prontitud de los tiempos y el olvido de los desagradecidos. (Tomado de Juventud Rebelde)
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