Aunque mucho ha llovido desde aquel 1 de junio de 1963, cuando Cuba comenzó a celebrar el Día Internacional de la Infancia, en esta nación nadie ha pensado nunca en pasar por alto el convite de esa fiesta anual, dedicada a quienes son la esperanza del mundo, como dijo el Héroe Nacional, José Martí, y el tesoro más importante de la sociedad, de acuerdo con el pensamiento del Comandante en Jefe Fidel Castro.
No es emocional la afirmación, si bien está basada en
sentimientos profundos, pues es legítimo sentir orgullo por la obra vasta
desplegada en favor de la infancia desde hace muchos años en el país antillano.
Hay otras razones de peso para convenir con lo anterior
porque, a partir de la aurora de enero de 1959, el Gobierno Revolucionario
empezó a trabajar con intensidad, cumpliendo acciones concretas para que los niños
cubanos dispusieran de educadores, aulas y centros docentes.
Era un compromiso hecho por Fidel en el Programa del Moncada, esencial para la escolarización de la niñez a partir de una Reforma
General de la Enseñanza, la formación de maestros emergentes y otras acciones,
devenidas con los años en sólido e integral programa educativo que, aún hoy, en tiempos duros, constituye
modelo para el mundo, inspirador para naciones en desarrollo e incluso para las
industrializadas.
A lo largo de muchos años, en todo el archipiélago han
llegado para las nuevas generaciones, sin exclusión alguna, las ramificaciones
de los centros de la Enseñanza Primaria y el primer nivel de la Media, que
antecede a los bachilleratos o preuniversitarios; así como también politécnicos
y escuelas de oficio.
Un cuerpo legislativo, creado y remodelado con actualizaciones
a lo largo de seis décadas, refrenda que los escolares y niños de la primera
infancia ocupan el centro de la atención de las autoridades, algo que en su
momento encabezó Fidel, al tiempo que funge como vigilante de que se cumpla con
carácter obligatorio el derecho humano insoslayable del acceso a la educación.
Es una suerte de
máxima o deber esencial, tanto de educadores como de padres, que sus vástagos
puedan desarrollarse, contando no solo con los bienes y protección de su
familia, sino también con la participación de múltiples actores de la sociedad.
Entre los instrumentos legislativos a favor de la infancia,
vale recordar los Códigos de las Familias, del Trabajo y de la Niñez y la
Juventud, además de la ley de la maternidad, actualizados en los últimos años,
tras amplio debate popular y parlamentario.
Para muchos cubanos, de tan común, es a veces invisible la
realidad de que, aún en estos tiempos de recrudecido y criminal bloqueo de Estados Unidos, se
cumplan programas que incluyen emisiones televisivas con fines educativos,
clases o instrucciones de la enseñanza general y el día a día de los cursos
escolares, reajustados muchas veces a las condiciones y carencias.
En Cuba hay unas 440 escuelas de la Enseñanza Especial, con
matrícula superior a los 56 mil alumnos, en las cuales se garantiza la
educación de infantes con discapacidades.
No por gusto el vicepresidente del Comité de los Derechos
del Niño de Naciones Unidas, Luis Ernesto Pedernera, reconoció que el trabajo
de Cuba en la protección a su infancia es encomiable y puede ser comparado con
países del llamado primer mundo.
Rige, además, algo
que hace integral, expandida y múltiple a la educación cubana a favor de la
infancia: una afanosa preocupación por desarrollar el intelecto del niño, más
allá de las horas lectivas de los tradicionales cursos escolares, cumplidos sin
falta, a pesar de la dura etapa de la pandemia de COVID-19.
También se ha formado una red de instituciones y
organizaciones infantiles y juveniles que ayudan a promover la inserción y
participación de los pequeños en la vida de su familia, comunidades y pueblos o
barrios.
Hay numerosas iniciativas que favorecen a áreas de recreo,
diversión, actividades culturales, aprendizaje de la historia y competencias
deportivas, y otras dedicadas a facilitar los conocimientos de la
digitalización y empleo responsables de las redes.
Para las cubanitas y cubanitos, existe la disposición de que
se vinculen a escuelas de arte, deportivas y a palacios pioneriles, donde
pueden aprender divirtiéndose, y obtener conocimientos muy útiles sobre futuras
profesiones y el mundo actual, que los ponen en contacto, asimismo, con la conservación
de la naturaleza y el medio ambiente.
Otro de los pilares de la atención destinada a los niños
cubanos es la salud pública, sector dramáticamente golpeado por la crueldad y
la falta de humanismo del bloqueo.
Al nacer, la infancia
cubana también está protegida por un básico programa de vacunación contra
enfermedades graves que han ido retrocediendo o incluso han desaparecido en el
territorio nacional, como la poliomielitis.
Y aunque los cubanos creen generalmente que son verdades de
Perogrullo, no está de más recordar que los servicios de educación y salud son
gratuitos, pese a que ambos sectores enfrentan serias carencias provocadas, en
esencia, por el cerco genocida estadounidense.
La enseñanza general es obligatoria para todo niño hasta vencer el preuniversitario o un tipo de enseñanza equivalente a la última fase. Motivos de celebración hay de sobra. (Redacción digital. Con información de la ACN. Imagen: red social X)
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