Ella se levantó hoy temprano para preparar un desayuno especial en medio de sentimientos encontrados, tras la derrota de Industriales de La Habana ante Pinar del Río en una de las semifinales de la LXIII Serie Nacional de Beisbol.
El traje azul está colgado en una esquina, y él duerme en
casa por primera vez en varios meses, luego de dejar la piel de león en el terreno y llegar a casa arrastrando los pies,
con la mirada perdida y el ánimo a la altura de los tobillos.
Ella estuvo toda la madrugada curándole las heridas y
sacudiendo el polvo de su alma triste y avergonzada, pero por primera vez en
mucho tiempo él durmió tranquilo sobre unas sábanas tibias, bajo la luz de ese
amor que tanto necesitaba.
La mujer del pelotero
es un personaje anónimo, pero siempre ha estado allí, oculta entre la
muchedumbre que colma los graderíos del estadio, atenta y expectante en cada
turno al bate.
Se exalta como todos cuando él saca una esférica del parque
o cuando su equipo vence a los contrarios, y sufre en silencio con esos
abucheos de los fanáticos cuando falla en momentos claves del partido.
Ella suspira ahora cuando lo ve allí, dormido en su desnudez
atlética, y recuerda esas giras interminables donde, sentada en su agonía, tejía su esperanza como una Penélope de
estos tiempos.
Su nombre no aparece en reportajes ni en crónicas
deportivas, pero es un jugador más en el terreno.
Siempre está allí, como un ángel invisible a nuestros ojos,
recolectando motivaciones y esparciéndolas en el campo de juego, apoyando con
una pasión delirante al hombre de su vida.
Ahora todo terminó. Él está de regreso y, dentro de unas
horas, quizás minutos, despertará por el bullicio de su hija, corriendo por la
habitación, por el olor del café recién hecho o por los besos que ella dejará caer sobre su espalda.
El campeonato acabó para él, pero para ella no importarán
medallas, trofeos, títulos ni coronas nacionales, solo el placer de darle
continuidad a ese amor que una vez nació cerca de un terreno de pelota y que
cada año crece más en medio de las tormentas
de las campañas beisboleras.
Ella vivirá ahora su postemporada, aprovechará cada minuto, como si fuera el último de su vida, y abrirá las ventanas de par en par para que el amor de ambos respire sin dificultad, mientras dobla el traje de las letras góticas y lo guarda con solemnidad en una gaveta hasta la próxima contienda. (Redacción Digital. Con información de Prensa Latina. Imagen: jit/red social X)
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