Repasando una vez más la vida de José Martí, Héroe Nacional, me he detenido en cierto aspecto que presenta alguna contradicción: su relación con el patriota Enrique Trujillo, natural de Santiago de Cuba, a más de 800 kilómetros al este de La Habana.
Como líder que
aspiraba a unir la inmigración cubana en los Estados Unidos, con el fin de
posibilitar la revolución en el país antillano y lograr cuanto antes su
independencia de España, no era Martí hombre de pugnas ni acostumbraba andar
peleándose con otros emigrados de su propia sangre ni de otras, incluso con
españoles, lo que no significa que no haya habido patriotas cubanos sinceros en el exilio que comprendieron mal al
Maestro y peor a sus intenciones.
Uno de ellos fue
Enrique Trujillo, nacido en 1850. De su amor por la libertad patria, algunos
han dudado y muchos otros no. En 1879, fue deportado a España por el general
Polavieja, al ser acusado de desafección a la Corona, aunque el reo se
describía amargamente a sí mismo como un inocente pacifista.
Vivió un año en la península
Ibérica, de la que escapó para establecerse en Nueva York, donde se dedicó al
comercio, sin abandonar sus actividades conspirativas.
Emprendió algunas
iniciativas de prensa que no alcanzaron buen fin, hasta que en 1890 comenzó a editar El Porvenir, periódico que duró hasta la
terminación de la guerra de los cubanos contra el colonialismo español (1895-1898).
En la escuela, desde
que en la asignatura Historia de Cuba oí hablar de Trujillo por primera vez, se
le presentaba como a un traidor, pero, de una clase muy particular: no se
trataba de una traición política, eso no lo mencionaron nunca los maestros,
sino de una entre amigos, y lo que es peor, relacionada con la vida privada
matrimonial de Martí, ya que Trujillo fue quien llevó a Carmen Zayas Bazán y al
pequeño Pepito, esposa e hijo de Martí, respectivamente, al consulado Español
para pedir protección a las autoridades españolas para la dama, y permiso legal
para alejar al niño del padre, y devolverlos a ambos a Cuba.
No interesan aquí
para nada las razones por las cuales Carmen habría preferido dar por terminada
su unión matrimonial con el único hombre a quien amó, abandonarlo y separarlo
del único hijo habido por la pareja. La cuestión es otra: ¿Fue ese el motivo
por el cual Martí rompió definitivamente su amistad con Trujillo? ¿Fueron
alguna vez grandes amigos? Hubo algún otro motivo para la traición de Trujillo
y la decisión de Martí?
La historia está
contada de otro modo en la biografía del patriota Néstor Leonello Carbonell, valeroso
capitán de la Guerra de los Diez Años (1868-1878) exiliado en Tampa y cuyo hijo
mayor, Eligio, fue quien invitó a Martí a aquella localidad de inmigrantes
cubanos donde Néstor Leonello ya tenía fundado el club Ignacio Agramonte.
Martí solo estuvo
unos días en Tampa. Allí pronunció ante los miembros del Club y muchos
emigrados dos de sus mejores y más fervorosos discursos: Los pinos nuevos y Con todos y para el bien de todos, piezas oratorias invaluables.
Fue en la
humildísima casa de Néstor donde el Apóstol redactó los Estatutos del Partido
Revolucionario Cubano, aunque otras fuentes aseguren que lo hizo en Nueva York.
En el libro
mencionado, en el capítulo titulado Un histórico intercambio epistolar,
cuenta Oscar Ferrer Carbonell, autor de la obra, nieto de Néstor y albacea de la papelería familiar,
incluida toda la relacionada con las dos guerras de independencia cubanas, lo
siguiente:
Enrique Trujillo, como él mismo explicara desde el primero de octubre
de 1891, “…no tenía relaciones de amistad con el señor Martí…”. No obstante,
accedió a la petición que le hiciera Néstor Leonello Carbonell con el fin de
que colaborara con él para lograr que aquel viajara a Tampa invitado por el
club Ignacio Agramonte.
Meses después, creado ya el Partido Revolucionario Cubano, los
desacuerdos de Trujillo con el Apóstol fueron más lejos, sustentando aquel su
oposición al partido en tres puntos principales:
1-Aunque creía que el camino era la lucha armada, planteaba que no
habría condiciones para ello en Cuba durante muchos años, y por tanto
consideraba que la creación del Partido
Revolucionario Cubano buscaba “exportar” la revolución a Cuba, como habían
intentado infructuosamente los jefes militares a lo largo de los años 80.
2-Se oponía a la estructura del Partido Revolucionario Cubano que
llamaba “personalista y dictatorial”, dados los altos poderes concentrados –a
su juicio- en el Delegado.
3-Estuvo en desacuerdo con el proceso de su formación, pues lo consideró
una imposición de las emigraciones de La Florida y de Martí, quien –en su
criterio- no representaba a la de Nueva York.
Y continúa Carbonell:
En abril de 1892 el Cuerpo de Consejo
de Nueva York expulsó del Partido a Trujillo, quien mantuvo su
enfrentamiento con Martí hasta la caída de este en Dos Ríos, y llegó a proponer
la fundación de un Partido Separatista.
La sentencia del
Cuerpo de Consejo fue que Trujillo, “más que un disidente, es un rebelde dentro
de la comunidad”.
Qué terrible hubiera
sido para el destino de Cuba y su libertad, si esa idea de Trujillo hubiera
logrado dividir al exilio que con tantos sacrificios logró unificar José Martí.
Curiosamente, el
cotejo más elemental mostraría al instante que la fecha que da Ferrer en su
relato de la vida de su bisabuelo mambí -primero de octubre de 1891-, coincide
con el regreso de Carmen a Cuba con su pequeño hijo, habiendo abandonado a
Martí y declarado terminado el
matrimonio, a menos que él la siguiera a Cuba.
El mismo día en que
parte la mujer, pide Néstor Leonello ayuda a Enrique Trujillo para traer a
Tampa al futuro mártir de Dos Ríos.
¿Desconocían el viejo capitán y su entorno la gravísima y humillante ofensa
infligida por Trujillo a la sensibilidad y el honor de Martí? Parece que los
tres involucrados fueron sumamente discretos sobre el asunto y nada fue
divulgado.
Carmen Almodóvar, en
su artículo Dos juicios desacertados
sobre José Martí, refiriéndose a la virulencia de los ataques de Trujillo
en la prensa a los autonomistas, reformistas y anexionistas del exilio, cree
que ese exceso de celo patriótico fue tardío y, tal vez, de no haber existido
la condena de Polavieja, el periodista polemista hubiera terminado en alguno de
los mismos bandos que con tal saña combatió después.
En su libro Apuntes históricos, Trujillo no solo
evita expresarse de modo positivo sobre los méritos de Martí, sino que siempre
que puede los silencia por completo, aunque, cuando lo critica, lo hace de un
modo velado, pero no tan velado que no se pueda comprender contra quién dirige sus dardos. He aquí una muestra
de su ponzoña:
El caso del Partido Revolucionario Cubano […] es un caso original. En
él no hay Junta Directiva, sino un Delegado que asume los poderes y constituye
por tanto una dictadura civil. […] Supongamos que el Delegado fuera uno de
aquellos caracteres intachables que como bueno cumpliera con sus deberes […]
Hay mucho más, pero…
¿es necesario decir más? Mejor retrato del señor Trujillo que el realizado por
Almodóvar no ha llegado a mis manos. Sin ser ni mucho menos psicólogo ni lector
de almas, sino un sencillo soldado, pero hombre a más de valeroso, íntegro, dio
Néstor Leonello la clave mejor para
definir a este individuo que, al decir de quienes le conocieron, siempre gustó
de moverse en un mundo de intriguillas:
Yo vivo lleno de noble orgullo con la marcha de nuestro Partido, y
cuanto se le haga y se le diga noblemente para engrandecerlo y perfeccionarlo,
lo admiro y lo aplaudo, pero cuanto se le diga o se le haga con alevosía o con
traición, lo maldigo y lo desprecio. De lo que me dice El Porvenir: Nada se me
consulta. Del fondo, del fondo amargo, eco plañidero que destila hiel por la
lengua de la envidia y el rencor, he deducido muchas cosas…
He aquí a Trujillo
al desnudo: nunca fue para Martí el amigo sincero de donde crece la palma. Solo un envidioso y un odiador que
mereció del Maestro, al menos de forma pública, una consideración y un respeto
que jamás mereció. Y ese, y no otro, fue el motivo por el cual llevó a Carmen
al consulado español para facilitarle que abandonara al hombre a quien había
unido su suerte.
Con la temible clarividencia de los envidiosos, sabía
perfectamente dónde podía herir mejor y más profundo. Y aunque duro me es
decirlo, probablemente ella lo eligió porque sabía que ningún hombre del
entorno del Maestro, ni de entre sus muchos y fervorosos seguidores, se hubiera
prestado para semejante miseria humana.
Martí dijo de sí
mismo en más de una ocasión que solo era un hombre con debilidades de hombre, y
su estatura de Homagno no lo libraba de ellas.
Cuando dijo que
hasta el sol tiene manchas, veía las manchas también en su piel. Pero Trujillo
no podía ver la luz ajena, y mucho menos agradecerla, porque sus manchas, hondísimas y pútridas, le
cubrían de tal modo cuerpo y espíritu que era incapaz de vislumbrar en los
demás todo lo bueno y lo puro de que él carecía. (Gina Picart Baluja. Foto: red social X)
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