La mayor parte de los museos de La Habana se encuentran en el casco histórico de la ciudad y sus alrededores, y está bien que así sea, porque, si la función de los museos es preservar la memoria, qué mejor lugar habría para ellos que la parte más antigua de la capital, donde comenzó todo.
Entre los museos más pintorescos hay tres que llaman mucho la atención de los habaneros por atesorar muestras de culturas que nos son muy ajenas, como Casa de Asia, Casa de México y Casa de África. Y no debe resultar raro que me refiera a la cultura africana como ajena a los cubanos, pero lo cierto es que, por razones históricas que datan del tiempo en que los esclavos africanos eran capturados y luego vendidos por sus propios jefes tribales a los tratantes árabes, llevados por estos hasta las factorías portuguesas de la costa africana y comprados allí por los negreros españoles, holandeses e ingleses, la inmensa mayoría de los africanos que llegaron a Cuba en los barcos negreros provenían de la costa oeste del continente, como los yoruba, cuya cultura sí es bien conocida entre nosotros, pero sabemos poco a nada de la cultura de la costa este africana, riquísima en manifestaciones artísticas como la escultura y la música, por ejemplo.
Esto es una realidad que se puede comprobar fácilmente con solo preguntar a cualquier cubano qué es la kora africana y si la ha escuchado alguna vez. La respuesta será negativa, no sabrá que la kora es el arpa africana de la costa este, un maravilloso instrumento musical que puede ofrecer, y ofrece bellos conciertos en los más afamados centros musicales del mundo.
Tampoco sabe nada de la existencia de uno de los músicos más fabulosos que he escuchado en mi vida, con uno de los registros de voz más increíbles e inquietantes, el ugandés Geoffrey Oriema, entre cuya discografía destaca Exile, uno de los más bellos cantos al fin de una familia y la tristeza y soledad del exilio que se hayan escrito en este planeta.
No es que haya mucho de eso en la Casa de África habanera, donde predominan las muestras de los bantú, la Regla de Ocha o Santería, el Palo Monte o Conga, la Sociedad Secreta Abakuá… Algo muy importante falta allí, y alguien tendrá que ocuparse algún día de llenar ese vacío.
La mayoría de las colecciones que atesora la Casa son de carácter etnográfico, aunque hay también valiosas piezas artísticas. Algunos objetos forman parte de la colección particular del Comandante en Jefe Fidel Castro, obsequios que recibió de líderes africanos amigos de Cuba, entre los cuales recuerdo un enorme colmillo de elefante que me impresionó por su tamaño y pureza. Varias de estas piezas fueron regalos del presidente angolano Agostinho Neto al pueblo cubano.
Otra de las colecciones importantes es la del gran etnógrafo cubano don Fernando Ortiz, conformada por muestras de finales del XIX y principios del XX, pertenecientes a las culturas yoruba y bantú.
En la Casa de África se celebra anualmente un taller de antropología social y cultura afroamericana, a cargo de académicos y practicantes de gran experiencia. También existe el aula-taller José Luciano Franco, espacio de debate en el que especialistas de diversas nacionalidades y miembros del cuerpo diplomático de varios países africanos imparten conferencias y clases magistrales. En la institución, también radica la sede de la Comisión de la Ruta del Esclavo, y en general la Casa tiene un vínculo muy estrecho con la Universidad de La Habana.
Debido a las raíces africanas de la nación cubana, es muy cierta la frase de don Fernando Ortiz: “Cuba sin África no fuera Cuba”. (Gina Picart Baluja. Foto: Prensa Latina)
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