Poco antes de morir, Dwight Eisenhower, el primer presidente que enfrentó a la naciente Revolución cubana (enero de 1959), confesó en sus memorias:
“En cuestión de semanas,
después que Castro entrara en La Habana, nosotros, en el Gobierno, comenzamos a
examinar las medidas que podían ser efectivas para reprimir a Castro.”
En consecuencia,
desde inicios de 1960, se emprendió la Operación Pluto, que conllevó a la invasión
de una brigada de más de mil mercenarios con apoyo aéreo y marítimo estadounidense
en bahía de Cochinos el 17 de abril de 1961, que contemplaba, además, una
incursión previa de bombardeos a los principales aeropuertos para eliminar la
exigua Fuerza Aérea Revolucionaria.
Esa sería la
maniobra principal de preludio a la agresión, concebida en un programa de
acciones terroristas en todo el país, para lo cual fueron infiltradas por vía
aérea y marítima 75 toneladas de explosivos y 46,5 toneladas de armas y otros
medios destinados a organizaciones urbanas y bandas de alzados en el campo,
dirigidas por la CIA.
Al asumir la Casa
Blanca en enero de 1961, la Operación
Pluto fue heredada por el presidente demócrata John F. Kennedy, quien tuvo
dudas en la buena conducción del plan y, según documentos desclasificados, impuso
a la CIA sus condiciones: bajo ninguna circunstancia, debería aparecer
vinculado el Gobierno estadounidense con la invasión.
Pero el joven
mandatario se dejó persuadir, la brigada invasora partió desde sus bases en Guatemala y Nicaragua, despedida por un
jefe de la Agencia Central de Inteligencia que aseguró la alucinante profecía
de que, al llegar a tierra cubana, tomarían sus transportes y emprenderían un
paseo por la Carretera Central hasta La Habana sin tirar un tiro, vitoreados
por el pueblo como sus libertadores.
Fracasaron desde
el inicio, cuando el 15 de abril los intentos de destruir la Fuerza Aérea
Revolucionaria con los bombardeos de ese día a los aeropuertos de Ciudad Libertad, San Antonio de los
Baños y Santiago de Cuba estuvieron muy lejos de acabar con los aviones cubanos,
previamente desconcentrados en lugares protegidos.
Por el contrario,
de los ocho aviones agresores B-26 con falsas insignias cubanas que agredieron
los aeródromos, más de la mitad resultaron alcanzados por las defensas antiaéreas,
y aquella malograda embestida solo sirvió para eliminar el factor sorpresa del
ataque.
En esas horas
decisivas, las Fuerzas Armadas Revolucionarias, junto a los Órganos de la Seguridad del Estado, apoyados
por el pueblo organizado en los Comités de Defensa de la Revolución, realizaron
una amplia y rápida acción para la detención de la base contrarrevolucionaria
en todo el país, en lo que se bautizó popularmente como “la recogida de gusanos”,
que hizo imposible desestabilizar la nación con métodos terroristas.
El artero
bombardeo recibió la más dura y valiente respuesta, cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro, el 16
de abril de 1961, además de denunciar la agresión en curso, declaró el carácter
socialista de la Revolución y llamó a la movilización general, durante el
entierro de las víctimas del ataque a Ciudad Libertad en La Habana, en acto
improvisado cercano a la entrada de la necrópolis Cristóbal Colón y ante lo que
parecía, a todas luces, una inminente
agresión directa de EE. UU.
En esas horas, el
plenario de la ONU en New York se convirtió en el campo de batalla contra las
mentiras de Washington en sus esfuerzos por presentar el hecho como una
sublevación interna, intento que fue desmontado palabra por palabra por el canciller
cubano, Raúl Roa, quien ganó la simpatía y el apoyo de la mayoría de los países
del Tercer Mundo, en especial América Latina, y del entonces Campo Socialista,
que hicieron venirse abajo gran parte de los planes mediáticos del
imperialismo.
Para entonces,
comenzó a desarrollarse en las mentes más lúcidas del Gobierno estadounidense
un sentimiento de equivocación, antes de que llegara el primer mercenario a las
costas cubanas.
El entonces asesor presidencial de Kennedy, Arthur
M. Schlesinger, escribió un reporte al mandatario, en el que expresó:
“La realidad es que Fidel
Castro resultó ser un enemigo mucho más formidable y estar al mando de un
régimen mucho mejor organizado de lo que nadie había supuesto. Sus patrullas
localizaron la invasión casi en el primer momento. Sus aviones reaccionaron con
rapidez y vigor. Su Policía eliminó cualquier posibilidad de rebelión detrás de
las líneas. Sus soldados permanecieron leales y combatieron bravamente.”
Pero más allá de
las apreciaciones norteñas, en el campo de batalla se daría la última palabra. En
la madrugada del 17 de abril de 1961 en las costas de Playa Girón y Playa Larga,
un grupo de mercenarios, al arribar, fue enfrentado por pequeñas guarniciones
de milicianos que respondieron con plomo y fuego y les hicieron las primeras
bajas, como adelanto de lo que les esperaba.
En la jornada del día 19, se libró la batalla final, dirigida en el terreno por Fidel Castro, al frente de la columna de tanques. Bajo su orden, fueron hundidos los barcos de apoyo logístico en las primeras 48 horas de la invasión, éxito en que tuvieron su rol protagónico la infantería y la Fuerza Aérea Revolucionaria.
Con ello se hizo imposible la idea estratégica de la Operación Pluto de establecer, por lo menos por 72 horas, una cabeza de playa para el nombramiento de un Gobierno títere que solicitaría la intervención directa estadounidense.
"Girón fue una gran proeza de nuestro pueblo! #FidelPorSiempre #Cuba #CDRCuba #64AñosDeGirón pic.twitter.com/Vq4KvSm4hx
— Gerardo Hdez. Nordelo (@GHNordelo5) April 17, 2025
Con la victoria de Playa Girón, se demostró lo que hasta ese momento parecía una quimera y paralizaba el pensamiento revolucionario en la región: una pequeña isla, a solo 90 millas de EE. UU., pudo quebrar para siempre medio siglo de dominación del imperialismo yanqui y levantó las esperanzas a otros pueblos sumidos por dictaduras apoyadas por Washington. (Redacción Digital, con información de la ACN)
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