La alta sociedad habanera de la época republicana neocolonial (1902-1958) era un escenario donde la doble moral reinaba con elegancia y discreción.
Por un lado, se
proyectaba una imagen de refinamiento y valores tradicionales, pero detrás de
las puertas cerradas, los rumores y escándalos tejían una red de intrigas que alimentaba la curiosidad de
muchos.
Los clubes
exclusivos y las inaccesibles mansiones de El Vedado eran el escenario de
reuniones impecables, donde las familias más influyentes se esforzaban por
mantener una imagen de rectitud.
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Havana Yatch Club. Foto: Facebook. |
Sin embargo, los
rumores sobre romances prohibidos, disputas familiares y alianzas secretas
circulaban con intensidad entre aquel conglomerado de damas aburridas que lo tenían todo, alimentados por la prensa y las
conversaciones en los salones.
Se decía que
algunos de los más ilustres miembros de la alta sociedad tenían vidas
paralelas. Mientras en público defendían valores tradicionales, como el
matrimonio monógamo y una austera severidad en la crianza de sus hijos, en
privado se involucraban en relaciones extramaritales, negocios turbios y
fiestas clandestinas en burdeles de lujo.
Los caballeros,
en particular, eran conocidos por frecuentar lugares como el cabaret Tropicana, donde la sensualidad y el
desenfreno contrastaban con la sobriedad de los clubes de élite, y nunca se les
veía solos, sino “muy bien” acompañados.
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Cabaret Tropicana antes de 1959. Foto: Facebook. |
Los periódicos de
la época, aunque cuidadosos de no cruzar ciertas líneas, insinuaban escándalos
que mantenían a la ciudad en vilo.
Columnas de
sociedad y rumores sobre figuras públicas eran el pan de cada día, y los
chismosos, tanto hombres como mujeres, jugaban un papel crucial en la difusión
de estas historias. La doble moral no solo era un rasgo de la alta sociedad,
sino también un reflejo de la cultura de
la época.
La alta sociedad
habanera republicana, con su mezcla de elegancia y escándalos, dejó un legado
de contradicciones que aún fascina a quienes estudian la historia de la ciudad.
En un mundo donde las apariencias lo eran todo, los secretos y las intrigas constituían
el verdadero motor de la vida social. He aquí algunas anécdotas de la época:
La Condesa de Jaruco, descendiente de una de las familias más ilustres de
Cuba, protagonizó un escándalo que sacudió los círculos aristocráticos. Se
decía que mantenía una relación secreta con un joven poeta, mucho menor que
ella, a quien protegía y financiaba en sus aspiraciones literarias. Aunque en
público defendía los valores tradicionales, en privado organizaba reuniones
clandestinas donde se discutían ideas progresistas y se desafiaban las normas
sociales.
Cuando la prensa insinuó la existencia de esta relación, la familia de la
condesa intentó acallar los rumores, pero la historia ya había capturado la
imaginación de la ciudad y era una comidilla “sabrosísima”.
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Despedida de soltera. Foto: Facebook. |
Uno de los escándalos más comentados en los clubes de la élite fue la
desaparición de una joya de gran valor perteneciente a una dama de la alta
sociedad. La pieza, un collar de diamantes con un diseño exclusivo, “se esfumó”
durante una fiesta en el Vedado Tennis
Club.
Se sospechó de una
empleada doméstica, pero los rumores apuntaban a un caballero influyente que,
según se comentaba, tenía deudas de juego y necesitaba dinero urgente. La
historia nunca se resolvió oficialmente, pero los chismosos de la época
aseguraban que el collar había sido vendido discretamente en el extranjero.
Fue algo muy
parecido a la fatídica historia del collar de la reina María Antonieta de
Francia, que terminó en la guillotina,
con su ilustre cabeza en una cesta. En Cuba, la sangre nunca “llegó al río”,
por suerte.
Dos de las más ilustres damas de la republica mantuvieron una intensa
rivalidad. Se trata de la bellísima Catalina Lasa del Río y la Condesa de
Revilla de Camargo. Se dice que ambas competían por ostentar la mansión más
lujosa de La Habana. La Condesa, con su palacete en El Vedado, y Catalina, con
su icónica casa en la calle Paseo (de la misma barriada), protagonizaron una
silenciosa batalla de opulencia y estilo que llegó, incluso, a infiltrar a sus
criadas para que copiaran modelos exclusivos de los roperos “enemigos”.
Otro gran escándalo
fue el del Union Club, exclusivo para caballeros, donde a menudo tenían lugar
violaciones de la moral al uso que
nunca se podían silenciar. Se rumoraba que algunos de sus miembros más
influyentes mantenían reuniones privadas en las cuales se discutían negocios turbios y alianzas políticas
secretas. Además, se decía que ciertas fiestas cruzaban los límites de la
discreción, con invitados inesperados y situaciones comprometedoras.
La familia Gómez Mena, una de las más acaudaladas de la época, poseía una
mansión que hoy es el Museo de Artes Decorativas. Se cuenta que en sus salones
se celebraban reuniones donde se fraguaban acuerdos comerciales y políticos,
pero también se tejían intrigas amorosas y disputas familiares que alimentaban
los rumores de la alta sociedad.
Vale mencionar que,
más a menudo de lo admitido, señoritas de mucho rango en la escala social,
asiduas visitantes de los clubes más aristocráticos, en compañía de sus familiares,
que las vigilaban con gran celo, de repente resultaban embarazadas, y alguna
tía solterona tenía que desaparecer durante meses con la chica en una finca de
provincias o viajar al extranjero, de donde la joven madre siempre volvía con las manos vacías.
La lista de
chismes republicanos es infinita. Por ejemplo, las amantes del presidente
Gerardo Machado, el “Asno con Garras”, como lo llamó Rubén Martínez Villena, se
convertían a veces en algo tan incómodo que hasta sus mismos íntimos se
encontraban involucrados en situaciones apuradas.
Así le ocurrió al célebre cronista social Pablo Álvarez de Cañas, futuro
esposo de la poeta y escritora Dulce María Loynaz, cuando Machado le pidió que
se casara con una joven de buena familia a la que pretendía convertir en su
amante, prometiéndole a cambio jugosas recompensas.
Álvarez, hombre mundano de infinitos recursos, mintió a Machado, diciendo
que había pedido la mano de Dulce a su padre, el severo e intimidante general
mambí Enrique Loynaz, y dejar plantada a su prometida equivalía a una condena a
muerte simbolizada en el machete del General.
La verdad era que el romance existía, pero la familia de la novia se oponía
sin posibilidad de alegación, al extremo de que, aunque Dulce se comprometió a
terminar la relación, fue encerrada sin
piedad en su mansión y mantenida en reclusión domiciliaria por su madre,
Mercedes Muñoz Sañudo, y su temible abuela María Regla. El General no se enteró
de nada.
Y así, entre
rumores, alegres escarnios repetidos en voz baja y humillantes enredos, la
república neocolonial y sus hombres y mujeres navegaban plácidamente en las
aguas de un bienestar que parecía eterno. (Gina Picart Baluja. Foto de portada: tomada de Internet)
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