Es difícil asegurar cuáles son los cementerios más bellos o más importantes del mundo, porque son dos conceptos o categorías bien diferentes.
La Ciudad de los Muertos,
en Egipto, está entre los de mayor significación, pero no entre los más bellos.
Si nos atenemos a valores arquitectónicos y artísticos, puede que la necrópolis
habanera Cristóbal Colón se cuente de pleno derecho entre los tres primeros del
planeta, precedido por el cementerio de Highgate, en Londres, con su oscura
población de fantasmas y vampiros; el Pere Lachaise, en París, con su
interminable catálogo de fallecidos ilustres, y el monumental de Staglieno, en Italia,
y puede que comparta ese tercer lugar con el argentino de La Recoleta.
Y aunque leyendas y
misterios tienen todas las ciudades de los muertos, es Highgate, sin dudas, el
que se lleva el primer lugar en este terreno.
Sin embargo, el
cementerio habanero también tiene un repertorio interesantísimo, pues hasta en
la muerte se distinguen los seres humanos, ya sea por lo singulares que algunos
fueron en vida, por el poderío y riqueza de otros, por sus altos valores
morales o por una tremenda historia de amor.
Si se observa con mucho
cuidado la riqueza artística del camposanto de la capital cubana, puede
constatarse que el nivel de belleza, majestuosidad y detalle de sus esculturas,
posiblemente, sea mayor que el de cualquier otra necrópolis del planeta.
Además, este patrimonio es de una riquísima variedad.
En las 57 hectáreas que
ocupa, todo ha sido perfecto, llevado a un nivel de realismo que no deja a
nadie indiferente. Hay allí dos necrópolis: la de los muertos y la de las obras
de arte, ejecutadas en materiales preciosos, como el mármol de Carrara; el
granito negro y gris; el bronce y, también, la humilde pizarra. Es, además, un
muestrario de estilos arquitectónicos y estatuarios, pues muestra un repertorio
tan ecléctico como el que caracteriza al resto de Cuba, donde se mezclan el
gótico, el neorrománico, el neoclásico, las formas clásicas de los templos
griegos y romanos, la arquitectura bizantina y las formas severas y herméticas
de los castillos medievales.
Entre sus tumbas más
célebres se encuentran el Monumento a Los Bomberos, la capilla de Catalina
Lasa, la pirámide de la familia Falla-Bonet y otras no menos fabulosas por sus
valores arquitectónicos y belleza, como salidas de un sueño, pero en algunas su
valor radica más en su esencia simbólica, como la llamada Tumba del Perro, que
guarda el cuerpo de la benefactora de animales estadounidense Jeannet Ridder y
su mascota Rinti, quien murió de tristeza luego de un tiempo en que a diario
visitaba la sepultura de su dueña, sobre la que el fiel can expiró.
La tumba del Dominó
deslumbra por su historia esperpéntica, pues yace en su interior una cubana
obsesionada con el juego del dominó, como tantísimos de nuestros compatriotas
suelen serlo, al extremo de que una tarde en que jugaba una partida con sus
amigos, partida que ya estaba finalizando, Juana (ese era su nombre) comprendió
que ya no tendría oportunidad alguna para colocar la ficha de doble tres que
aún le quedaba en su mano, y mostrando toda la vehemencia del temperamento criollo
sufrió un infarto que la hizo caer de bruces sobre el tablero del juego, ante
la consternación de sus compañeros; pero lo más sorprendente de aquella muerte
es que, al llegar el cuerpo a la morgue, los patólogos descubrieron que la finada
aún apretaba en su mano la ficha fatal que la había traicionado.
Dos de las tumbas que
ostentan historias más dolorosas son el Monumento a los Bomberos: 30 héroes del
cuerpo habanero de luchadores contra el fuego que murieron atrapados en una
ferretería, cuyo dueño ocultaba allí materiales muy inflamables que vendía de
contrabando. Dos cosas hacen particularmente terrible la historia de aquellas
muertes. La primera es que el incendio fue provocado por la codicia del dueño
para cobrar el seguro, y la segunda es que no advirtió a los bomberos sobre
esos productos, de manera que la ferretería se convirtió en una tenebrosa
trampa ígnea donde perdieron sus vidas aquellos hombres valerosos y esforzados,
para salvar la propiedad de un cobarde que no lo merecía.
Otra de las historias
más tristes es la de La Milagrosa, una elegía al amor truncado por la muerte.
Modesto y Margarita se casaron tras muchas dificultades, y ella murió de parto
al alumbrar una niña, también sin vida. Modesto enterró a su amada con la
criatura entre las piernas, según era costumbre en la época, pero al proceder a
la exhumación se descubrió que Margarita sostenía entre sus brazos el cuerpo
sin vida de su hija, lo que se consideró un milagro, mucho más al comprobarse
que el cadáver de Margarita no tenía señales de lucha ni de muerte por asfixia,
como suele ocurrir a quienes son enterrados vivos.
Modesto encargó la
escultura que adorna la tumba y representa a Margarita con su niña en un brazo,
mientras con el otro sostiene una enorme
cruz; tras hacer grabar al pie de sus retratos unas sentidas palabras dirigidas
a quienes visitaran el lugar, acudía cada viernes a tocar su violín junto a la
mujer que tan poco tiempo pudo amar. Al retirarse, lo hacía de espaldas, muy
despacio y tocando una por una las anillas de bronce de la tapa. Así quedó
establecido un ritual que, al paso de los años, ha convertido la tumba de
Margarita en un centro de peregrinación al que acuden personas de todas partes
para solicitarle a La Milagrosa peticiones de toda clase. Bien puesto debe
estar el nombre, pues la tumba siempre está llena de ofrendas que van desde
ramos de flores hasta tarjas de mármol donde quedó grabada la gratitud de
quienes vieron cumplidos sus deseos, escuchadas sus súplicas, aliviados sus
dolores. Todo tipo de ofrendas se encuentra allí. (Gina Picart Baluja)