Pérez de Zambrana, olvidada en la gran poesía de Hispanoamérica (II)

Gina Picart

La vuelta al bosque, su primer libro, no solo trajo a Luisa la fama, sino también el amor, pues el muy distinguido médico, intelectual y crítico Ramón Zambrana se prendó del alma que percibió en sus versos y, tras solicitar su retrato, viajó a Santiago para pedir a Luisa que fuera su esposa, matrimonio que se consumó en 1885.

Tras el matrimonio, Zambrana se instaló con su esposa en La Habana. La vida parecía sonreírle a la joven, al extremo de que fue elegida para coronar a Gertrudis Gómez de Avellaneda en el teatro Tacón, en 1860.

Luisa dio a su esposo cinco hijos, pero a los ocho años de casados y a los 49 de edad, Zambrana falleció de tuberculosis, y con aquella viudez no solo la muerte, sino también las penurias económicas entraron en su hogar: no obstante su grandeza, el médico insigne murió en condiciones de extrema pobreza, y fue necesario realizar una colecta pública para ayudar a la viuda de 30 años y sus pequeños.

Poco después, falleció la hermana de Luisa y, en un lapso breve, fueron muriendo todos sus hijos. Tras experiencias tan intensamente trágicas, no debe sorprender que Luisa Pérez de Zambrana haya escrito una poesía de tono fúnebre, elegíaco. Quien pierde a todos sus seres queridos jamás deja de pensar en la muerte, de reflexionar en su sentido y preguntarse su significado. La muerte se convierte en obsesión.

Sin embargo, esta mujer tuvo la entereza suficiente como para seguir adelante con su existencia vacía. A partir de entonces, enfrentó largos años de ese olvido que es la maldición de los grandes del arte. Solo quienes lo han experimentado pueden comprender qué herida tan profunda es ser relegado a la desmemoria por aquellos para quienes se ha trabajado con todas las fuerzas del cuerpo y del espíritu, y que se hunda en la nada una carrera a la que, con soberbia o con humildad, que eso no importa, se ha dedicado con ahínco el creador.

En 1918, el Ateneo de La Habana rindió homenaje a la poetisa, y sus poemas fueron nuevamente publicados, esta vez prologados por el gran intelectual cubano Enrique José Varona, quien reconoció a Luisa como «la más insigne elegíaca de nuestras líricas». (Continuará)

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