La maestría de Cirilo Villaverde, su talla inmensa como novelista queda demostrada por su capacidad para dar a un personaje sin lustre, como Cecilia, estatura literaria y sustancia tangible, al extremo de convertirla en el único personaje femenino vivo dentro de la literatura cubana, y en uno de los pocos que impresiona en la literatura continental.
Pruebe el lector a recordar y encontrará que acuden de
inmediato a su imaginación historias y argumentos, pero no grandes personajes.
En mi catálogo personal solo puedo citar a la Alejandra de Ernesto Sábato en Sobre
héroes y tumbas. La Maga de Cortázar queda siempre en Rayuela a la
sombra de Oliveira, su partenaire masculino, mientras Borges, el dios de
las letras latinoamericanas, solo consigue impactos fugaces respaldados por un
rostro en la multitud a quien impregna, momentáneamente, de la intensidad de
algún arquetipo. Los personajes hembras de Carpentier exhalan un raro perfume
y, por momentos, dejan ver los atisbos de un carácter, pero igual son superados
por sus hombres literarios. La Bárbara de Jardín nunca pretendió
corporeizarse más allá del aura espectral que su creadora le asignó. Busque el
lector un nombre que pueda evocarse cuando se camina una ciudad, y tendrá que
esforzarse mucho con resultados pobres.
Fue Villaverde criado en ingenios. Hijo de un médico
pobre, estuvo familiarizado durante su infancia con la vida y padecimientos del
esclavo, y conocía muy bien el país en que vivía, lo que no sucede siempre a
todo el que habita una tierra, pues se
puede vivir con el cuerpo en un sitio y el alma desterrada. Pero Villaverde
tuvo ambos anclados en la Cuba colonial. Hay que decir de él que fue un hombre
de su época y de su geografía a tiempo completo.
De un patriotismo acendrado y dedicado siempre a
servir la causa de la independencia de Cuba, mereció el reconocimiento de José
Martí, quien no solía prodigar encomios por gratuidad y conocía lúcidamente a
los hombres.
Quienes tengan de Villaverde la idea de un venerable y
anciano escritor de largas barbas patriarcales, y confinado a una habitación repleta
de papeles, deberían saber que sufrió
prisión y escapó de ella en una aventura digna de una novela de acción y
suspense; que fue secretario de Narciso López; que contrajo matrimonio con una
ferviente trabajadora de la patria cubana, Emilia Casanova, por cuya causa él
hubo de permanecer para siempre en el exilio, y que, en general, fue un hombre
bastante inquieto y un trabajador extraordinario e infatigable.
Villaverde fue periodista, maestro, propagandista
político, y siempre se movió con soltura en los territorios del pensamiento.
Creó una obra literaria bastante nutrida, si se tiene en cuenta el tiempo que
dedicaba a sus actividades políticas, que era casi todo. Sobresalen entre sus cuentos y novelas Excursión a Vueltabajo, La
joven de la flecha de oro, La cueva del Taganana, Diario del rancheador
y otros títulos, aunque, sin lugar a dudas, ninguno de estos alcanzó, ni
siquiera en la criba del tiempo, la magnificencia de Cecilia Valdés,
su obra cumbre, de la que muy poca gente sabe que no fue escrita de una
sentada, sino trabajada a lo largo de muchas décadas. (Gina Picart)
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