Cuando la destacada bailarina austriaca Fanny Elssler bailó en La Habana en enero de 1841, tuvo lugar un suceso de gran importancia en el arte de la danza escénica en Cuba
“Era la primera vez, como dice el destacado intelectual cubano Roberto Méndez, que una estrella de primera magnitud de la danza romántica visitaba la ciudad. El público, aunque no muy preparado para valorar el género, quedó fascinado con la gran danzarina. No solo colmó las funciones del Teatro Tacón, sino que también festejó a la diva con flores y joyas”.
De ella se hablaba por doquier. Y tanto que a los pocos días de su llegada los peluqueros de moda estrenaban un peinado “a lo sílfide” y los confiteros adornaban pasteles en honor de la artista. Incluso jóvenes de la aristocracia llegaron al extremo, de desenganchar los caballos de sus carruajes para llevarlos ellos mismos hasta la mansión del conde de Peñalver, en la calle de Empedrado donde se hospedaba aquella que brillaba en La Sílfide.
Sin embargo, no todo transcurrió como miel sobre hojuelas porque, aunque parezca una broma de mal gusto, ese gran mito del ballet romántico tuvo que vérselas durante su primera temporada en la capital cubana con algunos bailarines españoles radicados aquí de muy poca monta, por cierto, que sin embargo, no aceptaban presentarse en la escena a título de cuerpo de baile junto a la diva, sino que reclamaban ser tratados también como primeras figuras con todas las prerrogativas y reclamos.
Por suerte la sangre no llegó al río y el excepcional arte de Fanny Elssler pudo ser admirado por los habaneros en 1841, en 10 funciones –ocho de abonos y dos extraordinarias, una de estas en beneficio de la célebre bailarina– que tuvieron como escenario el gran coliseo erigido unos tres años antes por el catalán Francisco Marty, quien, “tan astuto como la zorra y suspicaz como el aura tiñosa”, elevó los precios considerablemente para las presentaciones de la artista.
¡Qué historia esta! Por un lado sus partidarios la distinguían como “la diosa del baile”, merecedora de todos los mimos y halagos, mientras sus detractores, los menos, por supuesto, la consideraban “un precedente de duda, de reprobación”, al juzgar que su danza constituía una inmoralidad de las más grandes vistas en la Isla. Y ni qué decir del cuerpo de baile que la acompañó, integrado incluso por rechonchas doncellas que un desesperado Pancho Marty le consiguió con la prisa que requería el caso; la orquesta y los decorados igualmente precarios a más no poder.
Así y todo, lo de la famosa diva austriaca en La Habana fue todo un acontecimiento no importa que en esa época no hubiera aquí una verdadera cultura sobre la danza clásica ni mucho menos.
Fanny Elssler tiene el singular mérito de ser, en palabras de don Alejo Carpentier, “la primera gran bailarina que atravesó el Océano para danzar en nuestro continente”.
Sus principales ballets presentados fueron La sílfide, La cracoviana, La smolenska, La tarántula y La cachucha, pieza esta última, según cuenta la historia, que desencadenó un gran revuelo en el público sobre todo entre los hombres hechizados por la artista seguida a todas partes por una corte de admiradores. (Habana Radio)