La literatura cubana en el siglo XXI (II parte)

La evolución es tan necesaria en narrativa como en cualquier otra esfera de la vida, pero ¿podría justificarse una experimentación total y constante que llegue incluso, en ocasiones, a afectar la comunicación autor-lector solo por esa necesidad evolutiva?

Cuando las formas ya han dado de sí todo lo que se requería de ellas, tienen que dar paso a formas nuevas. Esa es una ley del universo que se refleja en todas las cosas, y la literatura no es una excepción.

Además, todo lo que un artista —y un escritor lo es— haga inducido por los requerimientos de su sensibilidad creadora es absolutamente válido. Pero evolución y experimentación no son sinónimos, y tampoco lo son búsqueda y experimentación en el sentido que se le está dando a esa palabra en este discurso.

Hay personas que tienen tendencia a dejarse esclavizar por las modas, y algunos escritores creen que es chic “experimentar”, convirtiendo sus textos en algo semejante al sinsentido de un idiota, y creen que si no lo hacen no serán juzgados suficientemente posmodernos; es un estado de opinión contagioso, una especie de virus que ataca más a los escritores que se mueven en grupos, talleres literarios, asociaciones, etc…

En cuanto a si la experimentación lesiona la comunicación con los lectores, diría que el artista busca en primera instancia expresarse, y toda comunicación es un proceso bipolar que consta siempre de un emisor y un receptor a quien va destinado el mensaje.

Incluso, cuando un escritor guarda sus textos y no los hace públicos, en el momento de crearlos está trasmitiendo su pensamiento y sus sentimientos a un receptor potencial que puede incluso ser un doble de sí mismo, su alter ego y hasta su propia sombra, hablando en términos junguianos, pero siempre creamos para un otro.

Cuando un escritor quiere “experimentar” y comienza a oscurecer sus textos deliberadamente, empieza a desvirtuarse en él la naturaleza primigenia del acto de creación.

El individuo que encripta su discurso para que nadie pueda descifrarlo se está moviendo en niveles que ya no pertenecen a la esencia comunicadora del arte, sino más bien a la locura o al espionaje, lo que no significa que el escritor tenga que amarrarse a los niveles más elementales de la intelección, que tenga que escribir con chatura canónica para que su texto pueda ser comprendido por todos los habitantes del planeta.

Uno escribe en consonancia con su nivel cultural y su capacidad intelectual, habla de lo que le interesa como individuo y lo hace a su modo, y generalmente teniendo en cuenta a determinado tipo de público; cuando uno escribe tiene en mente lo que considera su lector ideal.

Confundir experimentación con oscuridad deliberada e indescifrabilidad es error propio de principiantes y diletantes, o de gente con un ego muy exaltado que convierte sus textos en una especie de cota para retar al lector a que intente igualársele, o para crearse una leyenda de entidad superior que habla en un idioma superior destinado a seres superiores. O cosa de dementes.

La verdad es que cuesta trabajo imaginar a un escritor que se esconde debajo de su mesa y comienza a escribir en un lenguaje cifrado.

Conviene recordar, una y otra vez, que cada texto demanda su propio tratamiento formal. A veces, a un autor se le ocurre una historia que, para alcanzar un máximo de eficacia, no podría estar narrada con una estructura clásica, cronológica, y secuencial, sino te exige un tratamiento menos convencional.

Esto es algo que el escritor sabe de un modo mitad intuitivo y mitad por destreza en su oficio. Pero es de vital importancia señalar que, ya sea experimental o convencional, el trabajo de un artista, si es honesto, merece respeto, rige para el creador un principio de libertad individual que no debe ser violado.

Si alguien quiere escribir textos oscuros porque desea experimentar o cree que lo está haciendo, es su problema. Si el libro no me gusta, no lo leo, y caso cerrado.

Tampoco hay que caer en el otro extremo de la circunferencia y obedecer a las masas acomodaticias de lectores que quieren que los escritores les contemos eternamente el cuento de la buena pipa.

Mucha gente se queja de no entender a Lezama, pero muchos lo disfrutan a plenitud. No debemos decir abajo lo que sube, sino que suba lo de abajo.

La impostación, la artificiosidad y las moderías no tienen nada que ver con el auténtico proceso de creación. Son fraudes. Pero el que los fabrica tiene todo su derecho de hacerlo. Toca al lector discernir entre lo bueno y lo malo, y si no puede, es un mal lector. (Gina Picart. Foto: Habana Radio)

ARTÍCULO RELACIONADO

La literatura cubana en el siglo XXI (I parte)

Publicar un comentario

Gracias por participar

Artículo Anterior Artículo Siguiente