Ramiro Guerra Suárez, como la estrella que ilumina y crece (+ fotos y video)

Como periodista, no tengo especialización para escribir sobre ballet y danza, pero mis estudios de pintura y escultura en la Academia San Alejandro y mi formación autodidacta en terrenos de la Antropología me ayudaron siempre en la apreciación y disfrute del arte del movimiento.

Y en el centenario del natalicio de ese gran coreógrafo, teórico y padre de la danza moderna cubana que fue Ramiro Guerra Suárez (La Habana, 29 de junio 1922-1 de mayo 2019), siento que debo hacer algunas reflexiones, pero antes de proceder a ello es necesario recordar brevemente la trayectoria de este maestro, pues de lo contrario podrían no ser bien comprendidas.

Ramiro Guerra se graduó de la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana, pero, como les ha ocurrido a tantos y tantos artistas, se había equivocado de camino y muy pronto halló la ruta que debían recorrer sus pasos.

Para nadie es un secreto que la Sociedad Pro Ate Musical, fundada en la primera mitad del siglo pasado, fue una de las grandes instituciones promotoras de la alta cultura en Cuba, y ayudó, además, a que esta se abriera para todos los que quisieran acercarse.

Ramiro Guerra Suárez, impulsado por su pasión por la danza, llegó a esta institución en los años 40 del pasado siglo y se matriculó en la Escuela de Ballet de la Sociedad, donde fue alumno del maestro Nikolai Yavorsky, quien también tuvo entre sus discípulos a Alicia Alonso.

Más tarde, pasó a la academia de la bailarina y profesora rusa Nina Verchinina, primera figura de los Ballets Russes del Coronel de Basil. Su maestra lo encaminó a esa compañía, con la que realizó una gira por Brasil. Su próxima escala fue Nueva York, donde tomó clases de forma gratuita en la Academia de la gran bailarina y coreógrafa norteamericana Martha Graham, una de las principales figuras de la danza moderna.

Se inició, además, en los principios de las escuelas de danza mexicanas. Estudió a Fernando Ortiz, Stanislavski, Brecht, Chejov y Grotowski, montó coreografías para obras del poeta español Federico García Lorca. De regreso a Cuba se vinculó a la compañía de ballet Alicia Alonso. En 1952, montó para esa compañía la pieza Toque, con música de Argeliers León, y también Habana 1830, su primera obra con música del maestro Ernesto Lecuona.

Conviene recordar aquí que por esas fechas y ya desde la década de los 20 venía cobrando fuerza entre la juventud intelectual cubana el movimiento afronegrista. Sobresalieron poetas como José Zacarías Tallet y Nicolás Guillén; el escritor Alejo Carpentier; el historiador Emilio Roig de Leuschenring;  el pensador Jorge Mañach y los compositores sinfónicos Argeliers León, Ernesto Lecuona y Alejandro García Caturla daban a conocer sus obras inspiradas en las culturas africanas y caribeñas y los ritmos afrocubanos.

Entre ellos hubo varios miembros del Grupo Minorista, cuya influencia continuaba sintiéndose en el pensamiento cubano, a pesar de haberse autodeclarado extinto en 1929.

Ramiro Guerra no fue, pues, un hombre que llegaba del extranjero a un páramo yermo de cultura, sino un cubano con formación universal que se insertó en un ambiente intelectual de vanguardia en el que encontró su lugar y fue bien acogido. No resultó un extraño en modo alguno. No debe de haber sorprendido a nadie que fundara el Grupo Nacional de Danza Moderna, en el cual dio a conocer Rítmicas, con música de Amadeo Roldán y pieza que, en 1962, contó con la escenografía de Eduardo Arrocha sobre el célebre óleo La Jungla, de Wifredo Lam.

Luego del triunfo de la Revolución, fundó el Departamento de Danza Moderna del Teatro Nacional de Cuba, el Conjunto Folklórico Nacional y el Conjunto Nacional de Danza Moderna (hoy Danza Contemporánea de Cuba), del cual fue director hasta 1971, y que contaba con 30 bailarines: 10 blancos, 10 negros y 10 mulatos.

Suite yoruba. Foto: La Jiribilla.

El primer estreno con el Conjunto fue en febrero de 1961, en la sala Covarrubias del Teatro Nacional. El programa incluyó dos nuevas obras: Mulato, con música de Amadeo Roldán, y Mambí, con música de Juan Blanco y texto de José Martí.

Suite yoruba, considerada su obra cumbre, también con música de Amadeo Roldán, mereció en 1995 del crítico y poeta Calvert Casey este juicio de valor: “…por los mitos afrocubanos que expresa, por la sencilla belleza de sus danzas y la fascinación de los elementos de escenografía y vestuario, la Suite yoruba impresiona vivamente la imaginación y queda como su creación más atractiva”.

En toda la década de los 60 siguieron a esta obra Impromptu galante, El milagro de Anaquillé, Auto sacramental, Orfeo antillano, Medea y los negreros, Ceremonial de la danza y La rebambaramba, con música de Amadeo Roldán y libreto sobre el original de Alejo Carpentier. Todas son reconocidas hoy como piezas clásicas de la danza moderna cubana.

Como ocurrió con los más grandes entre los cineastas cubanos, Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinoza, formados ambos en la ilustre Cinecitta, meca del cine europeo de su época y fundadores ambos del ICAIC, Ramiro Guerra tenía influencias universales producto de su formación en diversas compañías y escuelas de ballet de otros países, que quiso fusionar con las raíces de la cubanía tal como él las sentía. Su pensamiento estético queda resumido en estas breves palabras suyas:

Una de las características que considero que nos une a todos es la de buscar las renovaciones, pero siempre absorber todo lo foráneo, todo lo que está ocurriendo en el mundo y después transformarlo a nuestra manera de sentir como cubanos.

Se ha escrito que “navegó en aguas turbulentas” y no fue comprendido, que tuvo conflictos, que encontró rechazo y resistencia. Sobre eso no sé mucho, porque como ya advertí, en ballet y danza no soy más que una creadora que disfruta la obra de otros creadores. Pero ya vivía la cultura cubana bajo los cielos grises del Quinquenio terrible, para otros decenio, por lo que no resulta difícil comprender en qué aguas turbulentas, qué digo, en qué marejadas se vio envuelto Ramiro Guerra con sus ideas nuevas, sus influencias “extranjerizantes” y sus afanes de renovación y fundación, al extremo de que su obra Decálogo del Apocalipsis, de 1971, no fue estrenada y, rodeada de turbios rumores, se convirtió en una de esas leyendas que han llegado a nosotros a través del tiempo, y podría graficar la tragedia que tantos intelectuales vivieron durante aquellos años en que la cultura cubana estuvo dominada por funcionarios más bien legos en arte, pero doctorados con laureles en Dogmatismo. Son etapas que suelen repetirse en procesos sociales que derrumban una estructura social para construir otra mejor, pero esa construcción es un proceso muy difícil y muy largo, y no está exenta, como toda obra humana, de errores, injusticias, incomprensiones y sufrimientos.

A finales de los años 70, cuando ya no formaba parte del Conjunto que fundó, trabajó como coreógrafo y asesor en el Conjunto Folklórico Nacional de Cuba, para el que creó, entre otras piezas, Tríptico oriental y Trinitarias.

Para el Teatro Nacional de Pantomima, montó El reino de este mundo, sobre la novela homónima de Alejo Carpentier, la gran novela negra del escritor.

Montó Chacona para el Ballet Nacional de Cuba, y en 1989 creó De la memoria fragmentada para Danza Contemporánea de Cuba, obra que resume toda la labor coreográfica que él creó para esa compañía.

Además de su obra cumbre, Suite Yoruba, en su trabajo coreográfico se destacan las piezas Impromptu galante, Auto sacramental, La rebambaramba, Orfeo antillano, Medea y los negreros y Ceremonial de la danza.

Pero Guerra no fue solo un gran y renovador coreógrafo. También fue un muy importante teórico y ensayista que dio a la literatura cubana e internacional sobre danza concepciones y observaciones antropológicas que deberían ser conocidas no solo por los especialistas y artistas de este terreno artístico, sino por todos aquellos interesados en la cultura de la Humanidad.

Entre sus obras más destacadas se cuentan Apreciación de la danza, Calibán danzante, Coordenadas danzarias, Una metodología para la enseñanza de la danza moderna, Teatralización del Folklore y otros ensayos, Eros baila y El síndrome del placer.

Por fortuna para nuestro proceso social, fuimos capaces de superar aquellos años oscurecidos por tantas falsas concepciones sobre el arte, que esterilizaron a muchos creadores y a otros los alejaron del panorama cultural nacional por largo tiempo, con el empobrecimiento consiguiente e inevitable que ello comporta cuando se trata de los fértiles paisajes del intelecto, el arte y la creación.

Ramiro Guerra fue reconocido en su patria en todo su inmenso valor, en su condición de fundador y creador inmortal, y Cuba le rinde el tributo que siempre mereció, su memoria es respetada y su obra, consagrada y admirada siempre, sigue formando parte del repertorio de nuestros conjuntos danzarios, prestigiándolos y enriqueciendo con sus aportes la forja de nuestra nación.

Maestro, gracias por revertir con su arte la tristísima, penosa condición de aquella idea: "Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea".

No sé dónde está usted, pero si puede escucharme, yo también quiero rendirle mi humilde homenaje, y no se me ocurre otra forma mejor que recitar para usted, y una vez más para mí misma, algunos versos del poema Yugo y estrella, de José Martí, el cubano más grande de todos los tiempos, guía espiritual de esta isla y de todos los hombres de buena voluntad que existen sobre la Tierra:

[…] Esta, que alumbra y mata, es una estrella.
Como que riega luz, los pecadores
Huyen de quien la lleva, y en la vida,
Cual un monstruo de crímenes cargado,
Todo el que lleva luz, se queda solo.

[…] El que la estrella sin temor se ciñe,
Como que crea, crece!

(Gina Picart Baluja. Imagen de portada: tomada de Ecured)


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