El 24 de abril de 1556 libra el Cabildo habanero un conjunto de ordenanzas de preciso cumplimiento en casas de alojamiento y comida. Se multará a quienes las burlen por primera vez, la multa se duplicará para los reincidentes y habrá una severa sanción en metálico para los que vuelvan a caer en falta y se les retirará además el permiso para operar.
En esas fondas se pagarán dos reales por tres libras de pan de casabe, y medio real por una libra de carne de cerdo, asada o cocida, que en este caso se servirá con una guarnición de col o calabaza. También se abonará medio real por una libra de carne de vaca, acompañada de un plátano u otra fruta del trópico. La piña se expenderá a medio real y 12 plátanos importarán un real.
Estipulan las ordenanzas que el vino sería medido y servido a la vista del comprador. El establecimiento brindará agua al comensal, “la que le bastare”, y mesas y manteles limpios, “de balde sin llevar para ello interés alguno”. Consignan las ordenanzas que la casa dispondrá de pesa y medida para pesar y medir lo que en ella se ofertara de comer y beber determinaban de manera clara y terminante que la lista de precios estaría expuesta en lo público del establecimiento y de forma en que todos la pudiesen leer y entender, “todo bajo pena de tres ducados por primera vez, repartidos entre el Cabildo, el juez y el denunciante, y por la segunda doblados, y por la tercera en diez ducados y la privación de la licencia.
Si alguien quería pernoctar en alguna de esas casas, pagaría un real por noche si contaba con una hamaca, y medio real si no la había.
Longanizas y buñuelos. Maíz molido
Conoce el Cabildo que hay personas -mujeres negras, sobre todo- que se han convertido en vendedoras ambulantes de longanizas, buñuelos y maíz molido y también pasteles y tortillas de maíz y de catibía. No solo carecen de licencia para el expendio, sino que comercian productos a los que el Cabildo no les ha puesto precio.
Es así que el 18 de enero de 1557 se dispone que a partir de esa fecha “en el vender de lo susodicho haya orden, de manera que no agravie el que lo compre y quien lo vendiere”. Se pregona entonces que vara y media de longaniza se venderá por un real, y que en cuanto a los otros productos mencionados no se sacarán a la venta hasta que el regidor o los regidores determinen el precio, so pena de la multa consiguiente. “Y porque venga a noticia de todos y ninguno pretenda ignorancia, mandaron a que se pregone públicamente en esta villa”.
Un año más tarde se dispone una pena de dos pesos oro para los zapateros que encarecen su mercancía pese a que no se incrementaron los precios de cueros, cordobanes y otras materias primas de las que se valen para elaborar zapatos. Se fija asimismo el precio que cobraran por cada par de zapatos que elaboren, según el tamaño y el material utilizado. Diez reales por zapatos de 12 y 13 puntos –los de mayor tamaño- y ocho reales por los de ocho y nueve. El zapato de badana o gamuza se cobraría a seis reales si es de 12 ó 13 puntos, mientras que un par de botas importará cuatro reales.
Asevera Hernando de la Parra en su célebre y discutida crónica sobre la viuda en La Habana a fines del siglo XVI que aquí “el trabajo de manos es carísimo”. Añade: “por la hechura de una ropilla entera de raso, lleva el maestro Aguilera… veinte escudos de oro”. Y a los músicos “es preciso pujarles la paga, y además de ella, que es exorbitante, llevarles cabalgadura, darles ración de vino y hacerles a cada uno, y también a sus familiares (además de lo que comen y beben en la función) un plato de cuanto se pone en la mesa, el cual se los llevan a sus casas, y a este obsequio llaman propina…”
¡Ño! La licencia
Para todo o casi todo se hace imprescindible la licencia en La Habana colonial. Quien quiera construir o reparar debe antes procurarse y pagar la licencia correspondiente. Permiso que tenía vencimiento y que no autorizaba a bloquear una calle y poner así en peligro la integridad de los paseantes desprevenidos. Los ladrillos, tablones, piedras que queden en la calle, deberán alumbrarse con un farol a fin de alertar de su presencia al transeúnte. De no hacerse, el responsable era castigado con una multa fuerte. El bloqueo debía limitarse a un tercio del ancho de la calle.
Los sábados, las calles habaneras se llenaban de pordioseros, a veces sucios, deformes, repulsivos. Otros muy limpios, eran seguidos por un sirviente que portaba una bolsa para la limosna. Todos los mendicantes de la ciudad, para pedir limosnas requerían de un licencia que debían portar en lugar visible.
Se requería de permiso o licencia para abrir una escuela, una tienda, mercado, un lugar de diversión, para mudar de casa, para vender por la calle. Se imponía un pasaporte para desplazarse por el territorio nacional… La falta de ese documento se castigaba con una multa.
Otra cosa eran los impuestos. Los había sobre la tierra, la propiedad, la industria y el comercio. Todos los contratos debían hacerse en papel timbrado que suministraba el Gobierno.
Menos de la mitad del ingreso recaudado por los conceptos de impuesto y licencias se destinaba a cubrir los gastos de la administración colonial. El resto se enviaba a España para cubrir gastos del Gobierno de la metrópoli. De ahí que se dijera que Cuba es la vaca lechera de España.
Mas no se piense que todo era coser y cantar. No pocos gobernadores tuvieron que pagar una fianza a la Corona antes de asumir el mando de la Isla. La corrupción se filtraba por todo el aparato colonial. Había guardias e inspectores de a pie que con el pretexto de que no le alcanzaba lo que ganaban, recurrían a la “mordida” para sacar provecho de comerciantes y hacendados y el dinero corría luego hacia arriba.
La corrupción administrativa, la malversación y el desvío de los caudales públicos empezaron temprano en la Colonia. Los garitos pagaban un impuesto clandestino a las autoridades locales, obligada a su vez “tocar” a sus superiores. En 1539 Lope Hurtado, tesorero de la Isla de Cuba, escribía al monarca español que desde años antes, cuando asumió dicho cargo, “siempre he visto hurtar la hacienda de Vuestra Majestad”. Miles que, se dice, llegaron desde la vecina isla de Santo Domingo y que, en definitiva, eran originarios de propia España. (Por Ciro Bianchi Ross. Tomado de Cubadebate)