Construcción militar pionera del sistema defensivo de La Habana (+ fotos)


En las primeras décadas del siglo XVI, Cuba era una isla paupérrima, totalmente eclipsada por el fasto de los virreinatos del Nuevo Mundo y prácticamente desierta, pues sus pobladores la utilizaban como trampolín para emigrar hacia las tierras continentales en busca de mejor fortuna.

Entonces solo existían en Cuba ocho pueblos de blancos, y únicamente San Cristóbal de La Habana y Santiago de Cuba mantenían una población estable.

En 1515, la población blanca no alcanzaba el millar de individuos, la mitad de ellos ubicados en la villa de San Cristóbal, cuyo último y definitivo asentamiento -tras un largo peregrinar- no ocurrió hasta 1519.

Había en la isla de Cuba menos de tres millares de esclavos negros, mulatos y mestizos. Los indígenas no sobrepasaban los dos millares. En aquel tiempo, la ciudad más importante era Santiago, donde tenía su residencia el gobernador.

España y Francia se encontraban en guerra, y el rey francés Francisco I estaba resentido con el Papa Borgia por la división que este había hecho del Nuevo Mundo, en la que las tierras descubiertas en esa parte del globo terráqueo quedaban bajo el dominio de España y Portugal.

Como represalia, Francia comenzó a expedir patentes de corso a todos los marinos que estuvieran dispuestos a hostigar a las nuevas colonias españolas.

Desde finales de la década de 1530, piratas y corsarios merodeaban las aguas del Caribe y se adueñaron del litoral antillano, liderados por los franceses Hallebarde y Roberval.

En 1537, había ocurrido un posible primer ataque a Cuba, y en 1543 el filibustero Roberval llevó a cabo un ataque conjunto a Santiago y San Cristóbal, a la que llegó tras desembarcar por la caleta de San Lázaro.

Para 1550, la Corona dispuso que los gobernadores de Cuba trasladaran su residencia a San Cristóbal, y en 1555 se produjo el más sangriento ataque a la villa, de nuevo protagonizado por un francés, el corsario Jacques de Sores, normando y hugonote, apodado por su extrema crueldad El Ángel Exterminador.

Sores no era un pirata cualquiera, descendía de vikingos (históricamente los depredadores más sanguinarios del mar); fue un militar experimentado que había combatido en la campaña de La Rochelle, donde se destacó por su valor, tras lo cual se puso a las órdenes del rey de Francia. Este, en reconocimiento a los servicios que había prestado, le expidió una patente de corso. 

Durante un tiempo, Sores se desempeñó como lugarteniente de Francois Leclerc, el primero de una larga serie de piratas conocidos por el célebre mote de Pata de Palo, y juntos asolaron varias plazas españolas en el Caribe.

Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre cuántas naves trajo Sores para su  aventura cubana, pero parece cierto que, tras un ataque particularmente cruento a Puerto Príncipe —donde cometió terribles desmanes, entre los cuales estuvo la violación de las mujeres de la localidad, a quienes después abandonó a su suerte en Cayo Coco—, se dirigió a San Cristóbal, al mando de 200 arcabuceros y otros piratas bien armados, desembarcó en la costa habanera y, sin hacer uso del Camino de la Playa, donde estaba enclavada La Fuerza Vieja, única construcción defensiva que existía entonces en la villa,  entró por el monte y llegó a la población, atravesando las haciendas que la rodeaban.

Tampoco se sabe con certeza si venía buscando unas supuestas y fabulosas reservas de oro o si su intención era secuestrar a las personas más importantes  de la localidad y pedir rescate por ellas. Probablemente abrigaba los dos propósitos.

Gobernaba entonces la villa Pérez de Angulo, y Juan de Lobera fungía como regidor del Cabildo.

Las condiciones defensivas de San Cristóbal eran prácticamente inexistentes, pues La Fuerza Vieja era una  construcción inútil.

En 1538, la reina doña Juana de Castilla había ordenado al gobernador Hernando de Soto, Adelantado de La Florida, la construcción de una fortaleza en San Cristóbal y sugirió que se alzara sobre el peñón del Morro, pero De Soto se marchó al año siguiente, no en busca de la Fuente de la Juventud, como muchos creen, sino a la conquista de La Florida, donde esperaba descubrir las Siete Ciudades de Cibola, mencionadas por el conquistador español Alvar Núñez Cabeza de Vaca en su libro Naufragios, cuyo autor las describió como todavía más ricas y deslumbrantes que las capitales aztecas e incas encontradas por los españoles a su llegada al Nuevo Mundo.

No hay que olvidar que De Soto era un explorador y había participado en las conquistas de Perú, Panamá, Nicaragua y Honduras. Sin duda, la idea de emular las primeras y titánicas hazañas de España en América enardecía su vanidad y su ardor bélico. Murió en el intento, y es conocida la romántica leyenda según la cual su esposa, la bella dama doña Inés de Bobadilla, pasó mucho tiempo aguardando su regreso en un parapeto desde entonces conocido como el  Balcón de la Espera[1].

Antes de partir, De Soto dejó la tarea encomendada por la reina en manos de Juan de Aceituno, un especialista en construcciones militares de la ciudad de Santiago. Las primeras defensas de aquel tiempo eran simples fuertes de tierra armados con unas pocas culebrinas, y cañones, y aquella plaza habanera contaba con un único cañón al que llamaban El Salvaje.

Aceituno anunció de manera oficial la terminación de los trabajos en 1540, siete meses después de la partida de De Soto, pero en 1553 todavía las autoridades de la villa no consideraban la obra finalizada.

Según actas del Cabildo de la época, la edificación -de planta cuadrada, con 48 metros por lado- tenía tapias gruesas con algunos pilares de cantería intercalados en sus murallas, almenas adecuadas para 6 pedreros, y en una esquina de la construcción se erguía una pequeña torre de 10 metros de alto.

Sin embargo, se le señaló a Aceituno que los cimientos de la plaza eran malos y su ubicación estratégica pésima, pues estaba dominada por la loma de La Cabaña y el cerro de Peña Pobre, lo que la hacía muy vulnerable a ataques enemigos, y además quedaba lejos del puerto. Por otra parte, los efectivos de que disponía Lobera para defender el fuerte eran 16 hombres de a caballo y 65 de a pie, armados con espadas y arcabuces.

En ese mismo año, Sores había tomado la villa de Santiago de Cuba y hecho allí gran saqueo, lo que le dejó muy envalentonado y codicioso de mayor botín, por lo que se dispuso a atacar San Cristóbal.  Apenas los centinelas apostados en la loma del Morro avistaron la presencia de naves piratas, el gobernador Angulo escapó con su familia a Guanabacoa, pero el regidor Lobeira se refugió en el fuerte y se dispuso a resistir.

Tras cruentos combates, Sores preguntó a un traidor de la guarnición si el defensor del fuerte estaba loco por empeñarse en una resistencia que solo lo conduciría a la muerte, y le envió amenaza de matarlo junto con todos los habitantes de la villa, si no se rendía. Lobera aceptó, pero pidió que fuera respetado el honor de unas pocas mujeres que se habían refugiado bajo su protección y no corriera peligro la vida suya y de sus hombres, con lo que Sores estuvo de acuerdo, mas tomó a todos como rehenes y pidió un elevado rescate por ellos.

Lobera y los vecinos regatearon durante casi un mes para dar tiempo a ver si Angulo regresaba con refuerzos, lo que este finalmente hizo, pero la minúscula tropa que logró reclutar estaba integrada en su mayoría por esclavos e indígenas, quienes, al iniciar el ataque contra la casa del vecino Juan de Rojas, donde se había refugiado Sores, lo hicieron con gran gritería, por lo que los franceses se pusieron en guardia y se parapetaron, y el ataque por sorpresa fracasó.

El jefe corsario, exasperado por la trampa en que había estado a punto de caer y porque no había encontrado las esperadas riquezas en tan mísera villa, la saqueó, incendió casa por casa con brea y alquitrán sin perdonar la iglesia ni el hospital, robó los objetos sagrados de oro y plata que encontró en el templo, acuchilló las imágenes de los santos y él y sus hombres se hicieron vestidos con los ropajes sacros, para terminar quemando las naves ancladas en el puerto. Pasó a cuchillo a todos los rehenes que tenía en su poder, y solo perdonó a Lobera en reconocimiento a su valentía.

En su retirada hacia el mar, asoló las haciendas cercanas y ahorcó a todos los españoles y esclavos que encontró a su paso; se llevó consigo algunas negras esclavas, cuyo destino entre aquellos hombres bestiales y violentos es mejor no imaginar.

La fortaleza quedó tan destruida que, durante los próximos 10 años, fue utilizada por los vecinos para guardar entre sus ruinas el ganado destinado al sacrificio.

Lobera viajó a España y presentó al Rey una narración de los hechos hecha por el Cabildo de San Cristóbal. Angulo fue apresado y juzgado “por cobardía y falta de probidad”, pero no cumplió condena, pues falleció poco después ese mismo año.

En cuanto a Sores, tras continuar con sus masacres durante algunos años, terminó por desaparecer de la historia de modo incierto, destino común entre los piratas y corsarios de todos los tiempos. (Gina Picart)

 ________________________________

[1]  Al mismo tiempo que se construía la fortaleza, fue edificada para doña Inés una casa en la que aún residía en marzo de 1544, un año y nueve meses después de fallecido su marido. Cuando De Soto viajó a La Florida dejó su cargo de administrador del archipiélago a su mujer, quien lo administró como Gobernadora y Capitán General de 1539 a 1544, convirtiéndose así en la primera y única mujer que ostentó la máxima autoridad de Cuba durante el largo período colonial de cuatro siglos. Nunca pudo haber esperado a su esposo en el supuesto Balcón que le atribuye la leyenda porque ella regresó a España en 1544, y ese Balcón se encuentra en el castillo de La Real Fuerza, edificado después de 1555.

Publicar un comentario

Gracias por participar

Artículo Anterior Artículo Siguiente