A La Habana suele calificársele
de muchas maneras. El título de Ciudad Maravilla del Mundo discurre en la
prioridad de significar el valor auténtico y las esencias humanas por encima de
patrones de belleza impuestos por el poder hegemónico global. Y se le recuerda,
por supuesto, como Patrimonio de la Humanidad.
Como siempre, valen los recuentos
que recomienda el calendario. Nos separa ya otra cifra notable de años de aquel anuncio de la UNESCO del 14 de
diciembre de 1982, en una de sus sesiones de trabajo en París, para reconocer
la huella del género humano a la vera de la Bahía de Carenas, pero sobre
todo la voluntad de restaurar y de conservar.
La distinción obra aún en
gratitud hacia quienes concretan en tarea esa emoción, a pesar del consabido
cerco del vecino poderoso, de la precariedad demasiado habitual, de las trabas
burocráticas, de la terrible crisis humanística con su enorme carga de desidia
y de retrocesos.
Escribía José Martí en La Edad de Oro que la historia humana puede contarse por sus casas. La Habana consigue reunir la infinitud del tiempo y la más extensa gama de escuelas y de estilos. A menudo se refiere el sistema defensivo de la ciudad, obra de la ingeniería militar más adelantada de su época, pero el legado es mucho más extenso y variado.
Quedan vestigios del amanecer de la Villa de San Cristóbal, especialmente la Casa Pedroso, al lado del edificio de La Marina en la Avenida del Puerto. Son piezas que conviven en equilibrio con todo el devenir ulterior. El estudio apunta una bitácora de tipologías que, lógicamente, tienen que ver con la cualidad insular de Cuba, y muy puntualmente con la condición de puerto de la capital.
Y seguramente, la naturaleza
interior de la urbe definió un tipo humano distinto, estimuló tareas de su
gente para atender las necesidades del sistema de flotas, y hasta dispuso un
Real Arsenal por esta parte. Como alguien dijo, los bosques aledaños hicieron
posible el capítulo de la construcción naval en La Habana. La huella de la
Ciudad Maravilla estaría sin falta en las rutas de la Armada Invencible, en las
contiendas que determinaron las fronteras imperiales de un lado y del otro del océano Atlántico.
Es casi seguro que la tradición
marinera de la ciudad, le confirió razones y argumentos para su elección como
Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Siempre habrá que ir a La Giraldilla,
el icónico símbolo del amor, que como dije alguna vez, se corresponde con
aquella idea de San Agustín de que ese estado de espíritu todo lo espera.
Cada foro del mester en La Habana supone una fiesta del pensamiento. Los festivales de teatro, de cine, de ballet, la Bienal (la plataforma de la plástica del denominado Tercer Mundo), la Feria Internacional del Libro, representan páginas de esa esperanza, noble y entusiasta, de que todavía es posible revertir pérdidas, ausencias y lunares.
Pero el mejor signo de la Ciudad
Patrimonio de la Humanidad, descansa en el recuerdo de su eterno historiador.
Sus discípulos y constructores cercanos pergeñaron el principio de ser leales a
Leal. Todavía es tiempo de optimismo. La guitarra del trovador se encarga de
confirmarlo. A la memoria del ángel inspirador de la ciudad, se entona el
portentoso himno, ya costumbre de la gente, de colorear con sábanas blancas los
balcones de la historia. (Radio Rebelde)