Lam: como un laberinto (+ fotos)

 

A propósito del aniversario 120 del natalicio del célebre pintor cubano Wifredo Lam (Sagua la Grande, 1902-París, 1982), se reproduce esta entrevista realizada en noviembre de 1980. Texto que, más de cuatro décadas después, aún devela el alcance y permanencia de uno de los más representativos creadores del arte universal de la pasada centuria.

Wifredo no mira: siente. (1) Quizá esta sea la frase que más ilustrativamente defina la personalidad artística de este hombre que muy pronto arribará a su setenta y ocho aniversario. Basta un rápido recorrido por su producción desde sus primeros dibujos de adolescente hasta sus últimas cerámicas y temperas para comprobar que en su obra hay algo más que una simple representación de sus ancestros, de sus leyendas, de sus esperanzas

Lam va más allá de su simbolismo. Lam siente sus paisajes tropicales, donde lo vegetal se une a lo animal por ese toque mágico de la mano del pintor. Lam siente esa explosión telúrica, que expresa una fusión de razas, mitos, religiones. Lam siente suya esa luz transparente que le permite ver entre las palmas, ese sol que hace como por arte de magia más clara y brillante la mañana, esa gama de verde que inunda el horizonte.

Mas, lo sorprendente es que Wifredo, sin estar, haya estado siempre en Cuba. Y esto no es un simple juego de palabras. Si bien es cierto que desde hace muchos años se convirtió en un verdadero judío errante, en un trotamundos como él mismo me dice–, su raíz ha estado permanentemente en su Sagua la Grande natal, donde nació un 8 de diciembre, el último de los ocho hijos de un matrimonio chino-mestizo.

 

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―A menudo me preguntan cómo he podido mantener la cubanía en mi obra a pesar de vivir fuera del país. Es un balance mental. Me creo bastante inteligente como para no caer en trampas. Los poetas o pintores que celebran a Rimbaud, al otro día de llegar a París, no los trato, pues me pregunto si sentirán realmente lo que hacen. Yo sigo siendo el guajiro de Sagua la Grande.

 

Lam no se cansa de repetir esa frase final. En los últimos años es casi un lugar común en todas las entrevistas con el pintor. Pero no sólo repetirla, sino llevarla a la práctica. Conversar con él significa pasar de las anécdotas de la Guerra Civil Española –donde participó como miliciano— a su receta ―“un secreto de un secreto”— de un buen plato de quimbombó. Como buen cubano sabe enlazar, con gracia, los temas más diversos. Es, como alguien decía, viejo, niño y sabio a la vez. (2) Ahora, es cierto, ha perdido algo de su vitalidad –desde hace casi tres años padece de una hemiplejia del lado izquierdo del cuerpo–, pero aún así la memoria guarda los secretos del arte.

 

NUNCA PINTÉ COMO NIÑO

 

―Qué le parece empezar por este tema: ¿el arte guarda muchos secretos para usted?

 

―No lo creo. La pintura, por ejemplo, no pienso que tenga en el orden físico muchos secretos para mí. Todos los materiales me son particulares, por la simple razón de que me considero un hombre dotado para pintar. No es un misterio la materia, sino la concepción del cuadro. Sé de antemano que si voy a dar un rojo o un amarillo debo darlo con blanco de plata. Picasso decía que uno debía sacarse lo que llevaba adentro por una gran necesidad de equilibrio con uno mismo.

 

Pero, cuando se enfrenta a una tela en blanco, ¿cómo aborda la creación?

 

―Mi procedimiento es el siguiente: empiezo a descubrir lo que hago y una cosa me da base para otra. No son cosas elaboradas de antemano, pues serían muy frías. Puedo pensar en un tema, pero no sé con qué elementos lo voy a abordar. Puedo, incluso, cambiar de técnica después de comenzar un cuadro, lo cual no tiene más que una dificultad: un mayor trabajo.

 

―¿Recuerda alguna obra en que esto haya sucedido?

 

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―Sí. Belial (1947) ―inspirada en una leyenda caldea, en la cual se representa a Satanás— al principio era diferente. Cuando la terminé, cubrí con pintura blanca la parte superior e hice una nueva cabeza para balancear su estructura.

 

―¿Ha pensado alguna vez a qué atribuir su afición por la pintura?

 

―El hecho de que yo pinte no sé por qué se ha producido. Creo que he nacido pintor. Esta es una vocación bastante misteriosa y me di cuenta, desde mi más temprana edad, que no podría ser otra cosa que pintor o poeta. No obstante, en cierto orden, he sido un desamparado, porque nací en Sagua, donde nadie hablaba de la pintura o de las cosas que rodean este oficio. Pinto desde los seis años y tenía tantos deseos de hacerlo que olvidaba todo lo demás. Hacía retratos y paisajes, más nunca pinté como niño. Mi preocupación por la pintura, en general, era mucho más profunda.

 

1902-38

 

1902-15: Lam vive en Sagua la Grande, donde se despierta su interés por la pintura. 1914: realiza un retrato de su padre. 1916: se traslada con parte de su familia a La Habana. 1918-23: frecuenta la Escuela de Bellas Artes. 1920-23: expone en el Salón de la Asociación de Pintores y Escultores de La Habana. 1923-38: vive en España, donde participa en la Guerra Civil Española en defensa de la República. Su esposa y su hijo mueren tuberculosos.

 

ESPAÑA: BUSCAR LA PAZ

 

―¿Por qué decide partir hacia España?

 

―Me interesaba estudiar, no hacer cuadros. Quería conocer el oficio del pintor, como dicen en Francia el “métier” del pintor. No tenía un ideal artístico en ese momento. Oía hablar de la pintura y me daba cuenta que era color, pero también otras cosas. Está de más decirte que un pintor que solo utilice el color no dice nada. Son cosas más profundas, que se ensanchan en uno mismo. Pues, llegué a España en el otoño, con muy poco dinero y una ayuda económica del Ayuntamiento de Sagua, que consistía en cuarenta pesos al mes durante un par de años, lo cual te imaginarás no servía para nada.

Recuerdo una anécdota. Cuando en los periódicos españoles salía mi nombre completo Wifredo Oscar de la Concepción Lam Castilla–, y como parece que el apellido Castilla es muy distinguido y aristocrático en España, la Casa de los Castilla me invitó a Madrid. Les contesté que no tenía otra casa que una de madera, muy grande, en Sagua: la casa de mi madre.

 

LAM

 

―Por cierto, ¿su nombre es Wifredo o Wilfredo?

 

―Es Wilfredo, pero al llegar a España me quitaron la l. Creo que por Wifredo El Velloso, Conde de Barcelona, quien logró cierta independencia de los reyes francos. En alemán, mi nombre verdadero, Wilfredo, quiere decir “el hombre que busca la paz”.

 

―¿Por buscar la paz participó en la Guerra Civil Española?

 

―Y porque estaba totalmente identificado con la lucha del pueblo español. Después de vivir en el país, sentía las injusticias en carne propia como un español más. Mi mujer y mi hijo murieron porque nunca los pude llevar a una clínica, pues hacía falta dinero y una “palanca”. Muchos dicen que integré las Brigadas Internacionales, pero realmente estuve en las milicias, en el Quinto Regimiento.

 

―¿Qué le debe España desde el punto de vista artístico?

 

―En España aprendí a admirar la pintura. Cuando llegué, por primera vez, sentía que todo me pertenecía. Visitaba el Museo del Prado y me pasaba horas y horas frente a sus tesoros. Allí tuve un maestro, Fernando Álvarez de Sotomayor, pero por muy poco tiempo. Mis verdaderos maestros fueron la naturaleza, los museos y la lectura. No obstante, España me dio la fuerza y la estructura de la pintura.

 

1939-43

 

1939: Picasso y Lam exponen el la Galería Perís de Nueva York. Un año antes conoce al autor de Guernica. Se introduce en el movimiento surrealista. 1940-42: viaja por Estados Unidos y Las Antillas. Decide abandonar Europa. Vuelve a Cuba. 1943: concluye La Jungla, comenzada al final del año anterior.

 

MI INTEGRACIÓN A CUBA

 

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La Jungla ―se ha dicho en infinitas ocasiones— es el testimonio plástico por excelencia del Tercer Mundo. Este óleo sobre papel, de 228 x 240 cms., actualmente en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, es toda una denuncia. Una denuncia social y una denuncia plástica.

 

―No tengo otro cuadro síntesis como La Jungla —me explica Wifredo mientras busca la reproducción en una de las tantas monografías dedicadas a su arte-. Es una de mis obras más divulgadas y también a la que más amor le tengo, porque me ha abierto un camino.

Aquí aparece La Jungla. Está la caña, está la luna, están los senos de mujer. Están los símbolos más diversos en una mezcla idiosincrática, están los dioses míticos creados por el artista, está la razón de ser.

 

―No puedo dar un cliché. Mucha gente me pregunta qué quieren decir cada uno de los elementos del cuadro. En los cuerpos, por ejemplo, me he inspirado en la caña de azúcar, que pilotea toda nuestra economía. Mas, cada vez que se mira este cuadro, se puede interpretar de una manera diferente. Creo que es bastante sugerente a los trópicos, es como toda una sinfonía. Claro, no puedo explicar nota por nota, pues para los oídos sensibles al igual que para los ojos sensibles existe una poesía escondida en la obra.

El propio Lam me cuenta que La Jungla no fue realizado por encargo. Tenía, entonces, un contrato con la Galería Pierre Matisse de Nueva York, a la cual debía suministrar periódicamente sus obras. Para hacer este cuadro, hoy valorado en un millón de dólares, no tenía incluso materiales, por eso fue pintado sobre papel kraft de envolver y posteriormente montado sobre tela.

 

La Jungla lo pinté en un momento de predisposición. No tenía mucha “plata”. Sin embargo, hacerlo fue como un drenaje de las cosas que me imponían mi integración a Cuba. No sé si sabes que el título fue muy controvertido, lo discutí con Prat Puig, quien me decía que en la zona oriental de Cuba sí existía el ambiente representado en la obra.

 

Generalmente se toma La Jungla como punto de referencia en la producción del artista. Así, se habla de un período anterior y posterior a la famosa obra. ¿Qué piensa Wifredo Lam de este análisis?

 

―Estoy de acuerdo, ¿por qué no estarlo? Es curioso que a todos los grandes pintores se les identifique con una de sus obras. A Velázquez, con Las Meninas; a Goya, con El fusilamiento del 2 de mayo; a Leonardo, con La Gioconda… Antes de La Jungla se desarrolla mi período de formación como pintor. Como potencial plástico y moderno —y realmente no soy muy modesto— no conozco otra obra de la pintura moderna que pueda apoyarse en esos valores.

 

1944-60

 

1944: expone, por primera vez, en la Galería Pierre Matisse de Nueva York. Visita Haití, donde residirá posteriormente de manera eventual. 1947-52: vive en Cuba, Francia y Estados Unidos. 1951: obtiene primer premio en el Salón Nacional de La Habana. 1952: se establece definitivamente en París. 1953: recibe el premio italiano Lissone. 1954: participa regularmente en el Salón de Mayo en París. 1955: expone en la Universidad de La Habana –en muestra organizada contra la dictadura de Batista— y en el Museo de Bellas Artes de Caracas. 1956: visita el Mato Grosso. 1960: contrae matrimonio con Lou Laurin. De esta unión nacen tres hijos: Eskil, Timur Erik y Jonás.

 

PICASSO, CÉSAIRE, ORTIZ

Cuando Lam conoció a Picasso, en 1938, este último le manifestó: si no hubieras venido con la carta de Manolo (3) en tu bolsillo, te hubiera visto en la calle y me hubiera dicho: “quiero ser amigo de este hombre”.

Ahora, más de cuarenta años después, el artista recuerda:

 

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―Picasso dijo en una ocasión que el único pintor que se paseaba por su cabeza era yo. Esa opinión fue de gran satisfacción para mí, porque me demostraba que mi lucha y mi empeño tocaban al espectador.

 

Lam me ha dicho que se encuentra identificado con la obra del poeta Aimé Césaire. Cuando le pregunto por qué, me responde:

 

―Es difícil, no puedo explicarlo todo. Aimé Césaire es un poeta que encontró su isla tropical, Martinica, después de estudiar en Francia, y le dio una gran fuerza de gravedad en su obra. Me parece que él en la literatura y yo en la plástica hemos tocado todo el panorama de dos emigrados, al retornar al país natal, con la fuerza necesaria.

En 1950, en un ensayo capital sobre el artista, Fernando Ortiz afirmaba que “Lam en su arte es realidad y es promesa”. Al respecto, opina el pintor:

 

―Fernando Ortiz quería decir que el panorama cubano era muy vasto, muy rico y que yo tendría bastante tiempo para llegar. ¿Llegar a dónde?, te preguntarás. A la realización del individuo, a la realización de mi obra cuyo destino sería la geografía cubana.

 

1961-80

 

1963: visita Cuba invitado por el Gobierno Revolucionario. 1964-65: divide su tiempo entre Albisola Mare y París. Recibe el Premio Guggenheim International Award, en Nueva York, y el Premio Marzotto, en Valdagno. 1966: regresa a Cuba, donde pinta la obra El Tercer Mundo. 1967: de nuevo en La Habana para la organización del Salón de Mayo. 1968: participa en el Congreso Cultural de La Habana. 1973: Radio-Televisión Sueca le realiza un cortometraje de media hora de duración. 1975: expone en el Museo de Cerámica de Albisola Mare. 1977: recibe el Premio Internacional de Pintura Contemporánea y Gráfica de Baia Domitia y el Premio Nacional Polifemo Arte-Cultura-Scienza de Sperlonga. Inaugura en La Habana una muestra de sus grabados en el Museo Nacional de Bellas Artes. 1978: el ICAIC filma un cortometraje sobre su vida. Por primera vez se presenta en México una retrospectiva de su obra. 1980: regresa a La Habana para someterse a tratamiento médico en el Hospital Frank País.

 

VIVIR 2 000 AÑOS

 

Lam, ¿por momentos no le molesta la fama?

 

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―Ser célebre es algo engorroso. En Asúan, por ejemplo, había gente que se me acercaba y me decía: “usted es Lam”. Yo les preguntaba cómo me conocían y me contestaban que me habían visto en un periódico. Vivir en un país capitalista y saber que todo lo que tocas o firmas se convierte en dinero, y que la gente por eso quiere explotarte, es algo “enmierdante” como dicen en Francia. Aquí, en Cuba, soy otro de tantos, puedo ser independiente…

 

―¿Por eso admira tanto a la Revolución…?

 

―Por eso y por otras muchas cosas. Es grandioso ver cómo un pueblo pequeño ha podido hacer lo que está haciendo. Admiro mucho a los revolucionarios cubanos y, sobre todo, a Fidel, por su honradez y sinceridad.

 

―¿Es cierto que lee y ha leído mucho?

 

―Mucho. Leo y la lectura me inquieta, me deja una interrogación. Ahora estoy leyendo un libro sobre el origen del hombre americano, muy científico, en el cual se plantea que no se puede hablar del hombre sin antes referirse al ambiente. Te diría, incluso, que me gustaría vivir 2 000 años para leer todos los libros que me faltan y para ver el desarrollo del hombre.

 

―Una última pregunta: ¿quién es usted Lam?

 

―¡Coño! ¡No me estás mirando! Soy como un laberinto que no sé nada, que no sé a dónde voy –me dice y ríe, por primera vez en toda la entrevista.

Su respuesta me confirma, de nuevo, que Lam no mira, siente.


(Tomado de Habana Radio)


NOTAS

Cita del poeta martiniqués Aimé Césaire.

Ver Pereira, Manuel. “Lam del Caribe”. En: Cuba Internacional, La Habana, febrero, 1978, pp 28-33.

Se refiere al escritor Manolo Hugue, quien en 1937 le entrega a Lam una carta de recomendación para Pablo Picasso.

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