Breve historia de la iglesia y el hospital de Paula (+ fotos)

 

La Iglesia de San Francisco de Paula, pequeña y bonita, está ubicada en las cercanías de la Avenida del Puerto, al final de la célebre y antigua Alameda del mismo nombre y en terreno perteneciente a cuatro distritos del antiguo barrio de Campeche, así llamado por haber dado refugio en la colonia a emigrados procedentes de esa zona de México.


Hoy, remodelada por la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, es la sede de los grupos de música medieval, renacentista y barroca de la capital. No ha dejado de ser templo, solo que ahora sirve a la musa que combina los sonidos y el tiempo.

 

Esa iglesia, construida durante la segunda mitad del siglo XVII, supuestamente sobre las ruinas de una ermita muy antigua, el Humilladero, de la que se tienen primeras noticias alrededor de 1559, era una de las salidas de la villa de San Cristóbal de La Habana.



Allí terminaba la procesión del viernes santo proveniente del templo mayor de San Francisco de Asís. Las excavaciones arqueológicas actuales sugieren que la verdadera ermita debió estar, en realidad, donde hoy se alza la iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje.


Probablemente lo que hubo antes en el terreno de la iglesia fue una simple cruz donde terminaban los Viacrucis, y a cuyos pies los fieles hacían peticiones de salud y prosperidad. Es, pues, lugar de plegarias desde hace siglos.

 

La iglesia actual formaba parte de un conjunto que albergaba un hospital para mujeres ubicado en la misma área, edificios ambos dedicados al santo calabrés Francisco de Paula, fundador de la Orden de los Mínimos y protegido en su siglo por los poderosísimos reyes de Francia.


En 1664 el presbítero de la catedral de La Habana, don Nicolás Estévez Borges, ordenó en su testamento la fundación de una ermita dedicada a Francisco, y un hospital para la sanación de mujeres. Así, fueron comprados por el Cabildo cuatro terrenos en el barrio de Campeche, y la primera piedra ocupó su sitio en  1668.


En 1730 un huracán azotó la ciudad y destruyó la iglesia (seguramente también dañó el hospital). Diez años más tarde, terminaron los trabajos de reedificación, en los que el templo adquirió el aspecto que ahora presenta.

 

EL HOSPITAL


El hospital de San Francisco de Paula fue la segunda instalación médica de la Cuba colonial. Fabricado con donativos del vecindario, recibió una dotación inicial de cuarenta mil pesos.

Fue allí donde primero se instrumentó la atención de Obstetricia y Ginecología en Cuba, y en sus salas colaboraron científicos de gran prestigio, como Tomás Romay y Laura Rodríguez de Carvajal, primera mujer graduada en Cuba de Ciencias Médicas por la Universidad de La Habana.

Desde el principio, fue concebido como un hospital para mujeres pobres. En sus comienzos, se trató de una institución harto modesta, ya que solo disponía de cuatro camas, pero, luego de su reconstrucción en 1735, ya este número había aumentado a 12, y 30 años después poseía 15 salas, tipificadas y nombradas en el siguiente orden: “San Antonio“, para personas blancas ordinarias; una segunda “San Francisco de Paula“, para mujeres negras y mulatas; una tercera, “San Francisco de Borjas”, para enfermedades contagiosas; cuarta y quinta, “San Pedro“, para enfermas tuberculosas, y “San Juan”, para pobres distinguidas. Había además una sección llamada “El Palenque”, destinada a negras ancianas.  La distribución de las salas se mantuvo así hasta la mitad del siglo XVIII.

El personal que trabajaba en el hospital constaba en sus inicios de un presbítero administrador, un médico, una enfermera y una criada. Fue así como se inició en Cuba la práctica de la enfermería intrahospitalaria por mujeres. Las enfermeras de Paula devengaban anualmente un salario de 50 pesos oro. En 1810, comenzaron a llegar monjas de la Caridad para sumarse a la atención de las pacientes.

Fue en este hospital donde se instaló el primer servicio ginecobstétrico del país, y en él se fundó la Academia de Parteras.

El propio Obispo Espada, sin duda muy interesado en la buena marcha de la institución, le agregó una sala y apoyó a grandes personalidades científicas de la época para que se desempeñaran allí como médicos.

En sus salas trabajaron el famoso doctor Nicolás José Gutiérrez Hernández, fundador de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana; como cirujano, el eminente doctor Fernando González del Valle. También prestaron su colaboración numerosas figuras distinguidas del mundo de la ciencia médica habanera.

El hospital, fundado por los vecinos de la villa de San Cristobal con tan piadosas intenciones para las féminas menos favorecidas por la fortuna, no tardó en convertirse en reclusorio de presas que ya no cabían en los recintos penitenciarios. Allí estuvo, supuestamente aquejada de demencia posnatal, Charito, madre de Cecilia Valdés, célebre protagonista de la novela homónima del escritor habanero Cirilo Villaverde, y allí terminó sus días, rea de asesinato y totalmente loca, la propia Cecilia. En las páginas de su novela Villaverde describió así la institución:

“El hospital no es más que la continuación de la Iglesia del mismo nombre, inmediato al ángulo de la muralla, por la parte que da al suroeste de la bahía. Tiene entrada al norte, abierta en una tapia de una galería que sirve de pasaje entre la iglesia y el hospital. Allí se estaciona un centinela para impedir el escape de las presas o dementes que reciben asistencia médica en el hospital. Generalmente se reciben en uno u otro estado, cuando el delito no es grave, ni la demencia de carácter furioso. En traspasando el umbral del vestíbulo se está en un gran patio cuadrangular que lo forman por la derecha el costado de la iglesia y por los otros tres lados unos anchos pasadizos, los cuales el de la izquierda, por tres anchas puertas conduce a la sala de la enfermería. Varias columnas cuadradas de fábrica de mampostería dividen esta en dos naves longitudinales, llenas de camas, cuyas cabeceras se apoyan en las paredes maestras del edificio, con lo que queda despejado el centro. No había allí mamparas ni compartimentos, de manera que el observador situado en cualquiera de las puertas podía registrar con la vista todas las camas. Hacia la bahía o el este, lo mismo que hacia el sur o el norte, habían ventanas altas que daban claridad y ventilación a la espaciosa sala.”

FIN DEL HOSPITAL. LUCHAN LOS HABANEROS POR CONSERVAR EL TEMPLO

En 1907, los intereses norteamericanos comenzaban a cambiar la faz de la capital cubana. La compañía ferrocarrilera Havana Central Railroad emprendió la expropiación forzosa del templo y su hospital para convertirlos en almacenes mercantiles, como parte de un proyecto que, con los mismos fines, incluía muchas otras edificaciones.[1] Según el arquitecto Joaquín Weiss, lo que sucedió en realidad fue que el patronato de la iglesia-hospital quería trasladar la institución a “un lugar más conveniente”, y vendió la propiedad a una empresa portuaria cuya nacionalidad Weiss no especifica en su libro Arquitectura colonial cubana.[2] 


A partir de entonces, tuvieron lugar varias intentonas de demoler los edificios, negándoles todo valor patrimonial, y solo la oposición de ilustres intelectuales como el historiador Emilio Roig de Leuchsenring y el antropólogo don Fernando Ortiz, respaldados por alguna instituciones, consiguió detener el vandalismo y salvar la iglesia (no así el hospital, que cayó bajo la piqueta de sus nuevos dueños, quienes habían solicitado permiso de las autoridades para proceder a su demolición).


Nada pudo, sin embargo, evitar que el inmueble sufriera transformaciones; una de las más visibles fue la sustitución del piso original por uno de concreto. Los esfuerzos mancomunados de tantas personalidades consiguieron no solo impedir la demolición, sino que lograron que en 1944 el inmueble fuera declarado Monumento Nacional. Pero el hospital se había perdido en 1908, y de él solo quedaban ruinas.

 

Como los intereses mercantiles continuaran amenazando la integridad física del templo, el musicólogo Idilio Urfé concibió la idea de “ocupar” el inmueble para convertirlo en sede del Instituto Musical de Investigaciones Folklóricas, proyecto que materializó en 1951.


Roig, en su calidad de historiador de la Ciudad de La Habana, llegó a conseguir, incluso, que el Ministerio de Obras Públicas iniciara una serie de trabajos para condicionar el local a sus nuevas funciones institucionales.


A estas obras se incorporaron compositores, musicólogos y otras personalidades que formaban parte del Instituto Musical. Los arreglos terminaron en 1956, y modernizaron el local con instalaciones hidráulicas, de gas y eléctricas, colocaron el pavimento de lozas blancas de mármol y dotaron a la iglesia con vitrales coloridos. El avanzado estado de deterioro de algunas áreas del inmueble impidió entonces la conservación de la sacristía y el altar mayor, lo cual hace hoy un raro efecto al visitante, quien, al entrar por primera vez, se siente como en el fondo de un útero decorado como una arqueta preciosa.

 

Apenas una década después, el instituto pasó a llamarse Seminario de Música Popular, continuando con las mismas funciones. En 1988, la iglesia se convierte en sede del Centro de la Música y, en 1996, se decreta el cese de los espectáculos culturales para dar comienzo a las obras de remodelación. Estos trabajos terminan en el año 2000, y en el local abrió sus puertas la actual sala de conciertos.

 

LLEGAN LOS ARQUEÓLOGOS

 

La iglesia, tal como la conocemos hoy, es una muestra del estilo arquitectónico barroco prechurrigueresco español de la primera mitad del XVIII, y guarda gran semejanza con la iglesia de San Francisco de Asís, de la que es contemporánea.


Tiene una planta de cruz latina, y nave con bóveda de cañón y cúpula. Su fachada, con arco central y columnas adosadas a los lados intercaladas en el piso alto con sendas hornacinas, es típicamente española, y el frente está coronado por una espadaña cuyas campanas se han perdido.


Los más recientes trabajos arqueológicos, llevados a cabo por especialistas del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad, han revelado que los cimientos corridos descansan sobre roca caliza  margosa de color rojo muy rica en arcilla. El emplazamiento está algo más elevado que su entorno y es paralelo a la línea litoral interior de la rada habanera.


Como en todos los templos coloniales cubanos, hubo en el de Paula enterramientos humanos, que continuaron hasta 1806, año en que el Obispo Espada decretó su prohibición en el país. Las aglomeraciones óseas encontradas en algunos sectores estaban muy dañadas por la presión del pavimento. Los restos no guardaban la posición  original de los cuerpos y estaban muy erosionados.


Los arqueólogos han supuesto que se trata de fallecidos cuyo primer enterramiento tuvo lugar en otra área del templo. Su traslado posterior confirma la costumbre imperante en La Habana colonial de trasladar los restos de los muertos a los tres años del fallecimiento hacia un osario colectivo que, luego de llenarse, era sellado.


Es de suponer que la falta de conocimiento de los obreros que llevaron a cabo los trabajos de remodelación en diferentes épocas haya contribuido al dislocamiento de los esqueletos, especialmente en la última época republicana, cuando fueron colocadas las instalaciones hidráulicas.


Partiendo desde los estratos más profundos, los arqueólogos han establecido que los cuerpos eran depositados unos sobre otros, debido, quizá, a la premura con que se sucedían los enterramientos en una ciudad que crecía con rapidez y padecía frecuentes brotes epidémicos provocados por su condición de puerto de mar, con el consiguiente tráfago de embarcaciones  provenientes de diversos lugares, y por la insalubridad general que mantenía el Gobierno colonial.


Debe haber incidido también en esta prisa por sepultar el clima cubano, cuya humedad descompone rápidamente los cadáveres. Al respecto, un cronista de la época asegura que “en ciertas estaciones del año eran tantos los que se enterraban que en algunas iglesias apenas podía pisarse sin tocar sepulturas blandas y hediondas”.

 

La iglesia no solo sirvió de enterramiento a las pacientes fallecidas en el hospital aledaño, sino a individuos de todas las razas, sexos y edades. La mayoría de los individuos exhumados muestra signos evidentes de anemia y mala dentadura, atribuibles a carencias nutricionales severas. En muchos restos óseos correspondientes a extremidades se evidencia la presencia de inserciones musculares, lo cual sugiere que pertenecieron a personas que realizaban fuertes trabajos físicos. También han sido halladas en los restos óseos huellas evidentes de estrés.


La población de La Habana, puerto de mar sometido al asedio de huracanes, ataques piratas y epidemias devastadoras, tenía razones suficientes para carecer de paz, en especial los esclavos, quienes sufrían más intensamente las adversidades, por su condición.


Según consta en las partidas de defunción correspondientes a la iglesia de Paula asentadas en la parroquia del Espíritu Santo, en el templo que nos ocupa se dio sepultura a personas de elevada condición, pero la Arqueología ha demostrado que allí yacieron juntos en la muerte ricos, pobres y, probablemente, esclavos negros y nativos mexicanos.

 

Existían regulaciones para los enterramientos, las cuales establecían que a los niños se les enterrara cerca del altar; los negros y mulatos libres, cerca de la puerta de la iglesia; las de angelitos y mulatos, negros o indios libres se ubicaban entre el coro y la capilla del Sagrario.


Esta distribución anárquica sugiere que, en "Paula", no fueron observadas con fidelidad las regulaciones episcopales acerca de enterramientos, lo que confirma el hecho de que, bajo el coro, fueron hallados restos negroides identificados por su marcado prognatismo subnasal.


La presencia de dientes en forma de pala refiere también a restos humanos de origen mesoamericanos, presumiblemente de individuos yucatecos habitantes del barrio de Campeche, donde se asentaba la población de esta procedencia radicada en La Habana.


Esto lo reafirma la existencia, en la Iglesia del Espíritu Santo, de partidas de defunción pertenecientes a individuos de nacionalidad veracruzana. Tres cuerpos colocados de espaldas al altar pertenecieron probablemente a sacerdotes, cuya condición les daba derecho a esta posición privilegiada, con los pies colocados hacia la salida del templo. Hay cadáveres de niños sepultados en lo que fuera el jardín, o sea, a la intemperie. En una de las naves laterales, los arqueólogos descubrieron una pequeña cripta familiar.

 

Junto con los restos humanos y de animales hallados por los arqueólogos en la iglesia de Paula, han sido encontrados fragmentos de cerámica correspondientes a los estilos Columbia Plain, México pintado de Rojo, Puebla azul/blanco y loza fina. La procedencia mexicana de esta cerámica se explica por la cercanía del sitio excavado al antiguo barrio de Campeche.

 

Entre los elementos encontrados, algunos se relacionan con la naturaleza religiosa y hospitalaria del lugar: son una cruz colgante de plata muy deteriorada, que conserva un solo brazo; una imagen en plomo de Cristo crucificado; un real de plata de 1784 acuñado en Madrid; y tres medallas de bronce con tallas de perfiles humanos, uno de ellos perteneciente a San Agustín, doctor de la Iglesia y obispo de Hipona.


Estas medallas son muy semejantes a las encontradas en los trabajos arqueológicos a que fueron sometidos los galeones Nuestra Señora de Guadalupe y Conde de Tolosa, que zarparon en 1724 del puerto español de Cádiz con destino a Veracruz y naufragaron ese mismo año en la bahía de Santo Domingo.


También aparecieron partes de un escapulario de vidrio recubiertas de pigmento dorado, y en una de ellas se observa la imagen de una virgen con un niño en brazos. Se han encontrado algunas cuentas de vidrio azul y numerosas cuentas pequeñas de azabache, pertenecientes a rosarios deshechos sobre los cuerpos por el paso del tiempo y la humedad del suelo. Presumiblemente, procederían de La Florida, donde se facturaban estas prendas tan populares en España a partir del siglo XVI. También se hallaron botones de hueso tallados y clavos y restos de cables eléctricos pertenecientes a los trabajos de remodelación realizados por Roig de Leuchsenring.

 

Al parecer, la vida agitada de la ciudad colonial, sometida a catástrofes naturales e imprevistos políticos y sociales, además de provocar gran estrés entre sus pobladores, producía un caos en hábitos y costumbres que irrumpía también en los silenciosos y calmos territorios de la Muerte, impidiendo que, al menos en templos de menor relevancia, como la iglesia de Paula, se observaran con diligencia ciudadana las leyes establecidas para el descanso humano en la última morada.

 

LA IGLESIA DE PAULA HOY

 

Esta pequeña casa de Dios ofrece hoy una hermosa apariencia. Sus vitrales han sido elaborados por artistas de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, y cuando los hieren las llamas doradas, naranjas y malvas del sol del crepúsculo, el recinto se inunda de luces que envuelven a una concurrencia fundamentalmente joven, cuerpos vivos, latientes y hermosos que acuden cada semana para disfrutar de una música única que tiene allí su casa.


Las leyes de la Historia han hecho que los cánticos y acordes de grupos, como Ars Longa, Exaudi y otros, siempre sublimes, apaguen los ecos de los antiguos y tristes lamentos del hospital y las plegarias susurradas de los monjes y de la gente pobre y mínima que, con su concurso, hizo posible hace siglos este edificio del que los habaneros nos enorgullecemos. (Gina Picart)



[1] Estos datos fueron tomados por mí del Boletín NO. 1 de 2001 del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad.

[2] En 1910, se inauguró el nuevo Hospital de “San Francisco de Paula” en el barrio Arrollo Apolo (hoy 10 de Octubre), que contaba con varios pabellones.


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