Breve historia de Miramar (+ fotos)


El reparto Miramar fue, desde sus inicios como urbanización, y sigue siendo hasta hoy, el sector más moderno y elegante de la capital habanera y, posiblemente, de la isla de Cuba.

Es como si la lotería siempre le tocara en suerte o fuera una tierra bendecida por el espectro de algún behíque.

En sus orígenes, lo que hoy conocemos como Miramar era un extenso potrero perteneciente a la finca La Miranda, propiedad de don Manuel Morales, cuyas tierras colindaban con el río Almendares.

Fue en 1911 cuando Morales solicitó -y obtuvo del Ayuntamiento- el permiso necesario para proceder a parcelar su propiedad y convertirla en una urbanización.

Al parecer, la empresa rebasó sus posibilidades y, en 1918, sus posesiones pasaron a manos de dos riquísimos hombres públicos, Ramón González Mendoza y el célebre empresario José Rodríguez, más conocido por Pote, quien poco después se suicidó, al ahorcarse en la ducha del baño de su residencia. Cuenta otra versión que fue lanzado desde un puente por enemigos políticos que encontraron adecuado deshacerse del magnate en esta forma radical.

La tragedia parecía perseguir a todo aquel que pretendiera deforestar el paisaje, pues, como si le apresurara acompañar a Pote al “más allá”, pocos días después de la muerte de este le siguió González de Mendoza, víctima de una pulmonía.

Aquella emprendida urbanización, muy lejos de ser terminada, fue comprada por el expresidente cubano Mario García Menocal, el mismo que durante su visita a una joyería madrileña adquirió para su esposa, la señora Marianita Seva, un collar de diamantes costosísimo que puso en apuros al entonces rey de España, pues la reina, quien presenciaba la compra del multimillonario cubano, quiso que su ilustre marido le regalara una joya idéntica, a lo que el rey tuvo que responder: “¡Querida, no pierdas de vista que ese señor es el Presidente de Cuba, mientras yo solo soy el rey de España!”.

Cuento esta anécdota para dar una idea del monto de la fortuna de la familia Menocal.

Los trabajos avanzaron con suma rapidez y, en menos de una década, el antiguo potrero de La Miranda comenzó a ser llamado ciudad-jardín.

Desde sus inicios, fue concebida como zona residencial. Allí comenzaron a adquirir terreno y construir lujosas residencias las familias más honorables y poderosas de La Habana, pero también se erigieron templos católicos y áreas deportivas.

Cruzaba Miramar la Avenida de Las Américas, más tarde rebautizada como Quinta Avenida, que se extiende desde Santa Fe hasta la calle Calzada, de El Vedado.

En el punto donde muere en Santa Fe, vuelve a nacer como Carretera Panamericana, que conecta con el puerto del Mariel, lo cual permite imaginar su importancia estratégica para el turismo y el comercio.

Fue esta avenida decisiva para el desarrollo del reparto Miramar, el Country Club Park y el reparto Playa, de Marianao. Basta ver viejas fotos de época, donde el Country aparece erguido en medio de terraplenes desiertos, para comprender el papel que desempeñó esta arteria en el florecimiento de la nueva urbanización.

Quinta Avenida fue diseñada -como paseo arbolado- por dos arquitectos: el norteamericano J.F. Duncan, también diseñador del monumento al general Grant, en los Estados Unidos, y el cubano Leonardo Morales, graduado de la universidad de Columbia y uno de los más célebres y cotizados profesionales de la Isla en aquella época.

A las influencias arquitectónicas por ellos recibidas se debe el estilo “norteamericano” de la Avenida, con sus manzanas rectangulares de 100 por 200 metros, que se dice le confieren cierta semejanza con Manhattan.

Entre las mansiones más célebres de Quinta Avenida por su tamaño y diseño arquitectónico, sobresale la del expresidente de la República Ramón Grau San Martín, construida en Quinta esquina a calle 14.

El edificio, que su dueño denominó cínicamente “La Chocita”, tenía 19 cuartos de baño, número en el que no se incluyen los baños de los garajes y las piscinas, y el segundo piso estaba diseñado de modo tal que se podía pasar por todas las habitaciones sin necesidad de salir jamás a un corredor.

Postal de la década del 20, del siglo XX. Edición Jordi. Tomada de Cubadebate.

También asomando a la Quinta Avenida se yergue la casona de la condesa de Buena Vista, edificio que mereció en 1930 el Premio del Concurso de Fachadas del Club Rotario de La Habana y es hoy una cuartería tal vez irrecuperable.

Otra llamativa arquitectura es la de la iglesia Jesús de Miramar, considerada el templo de mayor área en Cuba y el segundo en capacidad para albergar asistentes, solo superado nada menos que por la Catedral de Santiago.

Otra edificación que siempre ha atraído la atención de los habaneros por su gran belleza, pero también por el misterio que la envuelve, es la famosa Casa Verde, cercana a Casalta.

Unos dicen que es el único ejemplo arquitectónico entre nosotros del estilo Renacimiento alemán, y otros que fue construida a imitación de la magnífica residencia de Mary Pickford, la más grande estrella de Holywood de todos los tiempos —ambos asertos no se contradicen, que conste—. Durante muchos años circuló la leyenda de que había sido construida por Pote y allí se había matado, lo que no pasa de ser anécdota del imaginario popular, pues la casa fue construida cinco años después del fallecimiento del acaudalado empresario.

También se dijo que la había hecho levantar Carlos M. de Céspedes, como regalo a Esmeralda, su amante adorada, para ver sus torres desde la otra mansión donde habitaba con su esposa legal.

Lo que hay de cierto es que esa residencia enorme y bellísima, cuyo diseño se debe al arquitecto José Luis Echarte, fue mandada a construir por el señor Armando de Armas, alias Cocó, mayordomo del Palacio Presidencial bajo los dos mandatos del general Menocal.

Antes de pasar con su esposa a residir en Francia, el dueño la vendió al oculista Pedro Hechavarría y su mujer. Cuando este matrimonio fracasó años después, el doctor se fue a vivir a otra parte, y la señora siguió habitando sola la mansión.

De esa época, datan los comienzos del deterioro cada vez más alucinante de la casa y la acumulación de toda clase de leyendas, sin excluir las del tema ronda de fantasmas a media noche. Luego de la muerte de su dueña, la casa ha pasado a ser patrimonio de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.

Entre los monumentos decorativos más interesantes de Quinta Avenida se encuentra colocada desde sus comienzos la Fuente de las Américas, el ultracélebre Reloj que hoy es símbolo del municipio de Playa, y La Copa, donada por Carlos Manuel de Céspedes, quien fue ministro de Obras Públicas durante mandato del general Gerardo Machado.

La arquitectura de Quinta Avenida es un muestrario de las diferentes épocas en que fue construida y de los cambiantes estilos arquitectónicos que se sucedían velozmente.

Después de la Segunda Guerra Mundial, las nuevas construcciones erigidas en Miramar comenzaron a ostentar la impronta estilística del fenómeno que por entonces comenzaba a conocerse en arquitectura con el nombre de Movimiento Moderno.

El tramo comprendido desde las calles 112 a 120, la zona del parque Coney Island, se distanció de la primitiva concepción de Miramar como área fundamentalmente residencial, y aparecieron centros nocturnos donde se jugaba al billar y se nucleaba elemento ajeno al lugar en torno a bares de baja categoría.

Al parecer, esta zona terminó por convertirse en un punto interesante y muy frecuentado de la vida nocturna habanera. En uno de aquellos locales hizo su música el mítico Silvano Shueg, el Chory.

Por allí estaba el tan mentado Rumba Palace que ha aparecido en más de una novela sobre La Habana republicana.

Después del triunfo revolucionario y posterior a la salida en masa del país de la alta burguesía que había edificado Miramar, las viviendas vacías fueron convertidas en oficinas de instituciones estatales y albergues para estudiantes de primaria y secundaria, y las bellas mansiones comenzaron a languidecer.

Hoy Miramar parece gozar un tímido resurgimiento. Los becados desaparecieron tan mágicamente como habían venido, las oficinas se convirtieron en sedes de embajadas extranjeras y los nuevos habitantes ya no hablan español.

Las tiendas de Quinta y 42 y Tercera y 70 se cuentan entre las mejor surtidas de la capital, y los hospitales atienden a un personal que en su mayoría proviene de otros países.

Mercedes Benz y limusinas con banderitas foráneas circulan por la enorme Avenida, y muchachas de aspecto europeo pasean sus blancas pieles violentamente enrojecidas por el sol.

Yo, que fui becada y en mis años de estudiante paseaba cada tarde bajo los árboles de Quinta Avenida y me besaba con mi novio a la sombra del mudo Reloj, guardo un recuerdo preñado de nostalgia. (Gina Picart. Fotos: Facebook e Internet)

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