Su especialidad es la Anatomía Patológica. “Quien trabaja con cadáveres”, dije, con mi manifiesta ignorancia. Entre risas, pero con mucha convicción y maestría, la Teniente Coronel Teresita de Jesús Montero González me aclaró:
“Si piensa así, usted y yo ya tenemos un problema. Anatomía patológica es la que estudia las alteraciones morfológicas de todas las enfermedades. Examina por igual una pieza que envían cirujanos del salón de operaciones, una muestra de citología o una autopsia.
“Mi departamento hace cada día, en tiempos normales, de 20 a 30 biopsias, 40-60 citologías y solo 1 ó 2 autopsias. Entonces, ¿con quién trabajamos más, con vivos o muertos? Obvio: con vivos.
“Esa visión equivocada es la primera que tienen las personas sobre la especialidad. Nosotros buscamos todas las alteraciones que dan los tejidos, hablamos con el nefrólogo, el cirujano, el clínico, etc. Si un paciente tiene, digamos, alguna hinchazón, la estudiamos, y vamos al microscopio para emitir un criterio. No olvide que el oncólogo no pone tratamiento si no hay diagnóstico del patólogo."
Evidentemente el tema le apasiona. “Me gusta la investigación; por eso escogí esta especialidad, para investigar las enfermedades desde adentro. Fui alumna ayudante de anatomía patológica de4 esta especialidad, a la que llegué por vía directa al estar entre los primeros expedientes. En Angola, antes de graduarme, ya yo sabía disecar”, recuerda.
“Para llegar a su diagnóstico, el patólogo analiza la clínica del paciente, los complementarios, debe integrarlo todo. Si está vivo hay que ir a verlo, buscar la imagen radiológica y si ha fallecido entonces buscar toda la información posible, ir incluso a la familia del paciente e indagar lo necesario para el diagnóstico.
“Nuestra misión es, a través de las muestras de tejidos, de células, dar el criterio exacto de la enfermedad y al médico de asistencia y a la familia la certeza de lo que tenía ese paciente.”
No la interrumpo.
“La citología nos permitió salir del esquema del patólogo trabajando solo con el microscopio. Por eso interactuamos con los pacientes, los examinamos, los interrogamos, tomamos las muestras y vamos al microscopio para llegar a un diagnóstico.
“De mi especialidad me gusta todo. Me ‘fajo’ lo mismo con una lámina de citología que con una muestra de biopsia, etc. La autopsia tiene de particular que permite conocer todo sobre esa persona. Tienes la explicación de todo, incluso si tenía otra enfermedad, si influía algo genético que pudiera explicar a la familia algún estudio que debiera realizarse. Damos mejores resultados.
Del cuerpo sabe de todo. De todos los pedacitos, pues los tienes que ver por dentro y por fuera. El patólogo tiene que tirarle a todo. Por eso me disgusta que la gente no vea bien esta especialidad. Es que no la conocen. Es la ignorancia.
“Al concluir una autopsia llega un momento muy importante, pues se pone todo sobre la mesa de trabajo, junto con la clínica y los diagnósticos. Entonces puede surgir la pregunta: ¿aquí que pasó? Hay que manejar muy buena clínica, la terapéutica. Cotejar lo que usted vio con lo que vieron los clínicos.
“A veces hay discrepancias y tenemos que demostrar si hubo fallos en el diagnóstico clínico, en la causa directa o básica de la muerte. Esas conclusiones regresan a un comité que evalúa los resultados, si alguien se equivocó, lo que puede llevar a reparar el certificado de defunción para que no persista el error.
“Por eso en muchos países no quieren hacer autopsias, porque pueden llevar a demandas judiciales. Las biopsias sí se necesitan hacer, pero hay lugares donde tampoco las quieren, porque a los cirujanos los pueden demandar si la operación no fue adecuada.”
Es jefa del Centro de Desarrollo del Hospital Militar Central Dr. Luis Díaz Soto, Especialista de Segundo Grado en Anatomía Patológica, Doctora en Ciencias Médicas e Investigadora Titular. Suma 38 años de labor y posee la Distinción Por el Servicio Distinguido en las FAR. Además, hace solo unos meses, previo al Primero de Mayo, su pecho se engalanó con nueva y valiosa prenda: el título inmenso de Heroína del Trabajo de la República de Cuba.
Siempre militar
De pequeña soñó con ser militar. “Me gustó siempre esta vida. Quise ser Camilito, pero a mi escuela no llegaron matrículas. Mire usted, cogí Medicina, como civil, y en su tercer año logra incorporarse a la Escuela de Cadetes para estudiar Medicina Militar.
Incluso era de los pocos alumnos de La Habana que hacían vida de unidad.
“Los habaneros podían ir todos las tardes para sus casas, pero yo solo iba el fin de semana, pues por las noches me gustaba venir a estudiar aquí en el hospital. Si, al Naval, mi único hospital. Iba en la guardia de mi especialidad futura. Aprendí mucho.”
Terminó su carrera en 1987, con un Internado en Angola. “Allí hice mi Examen Estatal de la especialidad y en Cuba el de Organización y Táctica de Servicios Médicos”, nos dijo. Tiene dos títulos: Médico General Básico Militar y el otro de Doctor en Medicina.
Nacida en La Habana, es hija única, pero eso lo considera un problema, porque ―asegura― ahora tiene que batallar sola con su mamá y con cualquier dificultad que surja en la familia.
De todos modos, siempre prefirió ser una persona independiente, de ahí que decidiera becarse desde temprana edad. Es divorciada y tiene tres hijos, quienes a veces piensan que su mamá implanta disciplina militar en la casa. “Nada de eso ―insiste― a mí lo que me gusta es la disciplina, el orden. A ellos les enseñé a realizar todas las tareas del hogar, y a no maltratar a las mujeres”.
Tiene un hijo médico. Otro es restaurador y dulcero y el tercero, técnico en construcción civil y chef de cocina. Las pecas le cubren la piel. Es pelirroja. “Jamás me he teñido el pelo. El sol me lo ha puesto así, medio amarillento”. No detesta decir su edad. “Tengo 59 años, por qué negarlo, eso es experiencia acumulada”, asegura.
Primer Cadete con el grado Doctor en Ciencias Médicas y pronto también la primera como Profesora Consultante. “Entonces, al pasar a un cargo civil, me licenciaré, aunque seguiré participando en la actividad docente e investigativa, promoviendo publicaciones, y revisando con mi experiencia los casos difíciles”, indicó.
Indago por su labor durante la etapa álgida de la Covid-19. “Fue un trabajo muy difícil, al principio solo se autorizaba la autopsia de los casos sospechosos, pero insistíamos en hacerlas en todos los casos. Cuando la epidemia del vómito negro, Tomas Romay insistía en hacer las autopsias, porque estas enseñan más que un libro y se podía estudiar la enfermedad en toda su expresión.
“Finalmente nos autorizaron. Hicimos los protocolos y yo llamaba a los intensivistas que estaban locos por no poder bajar la presión de oxígeno a los pacientes. Les decía: mira ese tejido, ¿ves la fibrosis? Entonces comprendieron con mayor exactitud la evolución de sus pacientes, qué estaba ocurriendo y el por qué no podían bajar la presión.”
En 1987, al graduarse como médico, recibió además otros dos grandes honores: Primer Expediente de su curso y Título de Oro. “Ese me tocó”, le escuché decir durante la entrevista que le hiciera en noviembre pasado. Entonces fui yo quien le rectificó: ‘no doctora, ese usted se lo ganó’. Con evidente modestia aceptó mi halago.
¿Para usted qué es ser Heroína? le pregunté con la despedida. “Es el resultado de la vida, pero no me cambia. Con Covid-19 o sin ella yo siempre hubiera trabajado mucho, como toda la vida, eso sí, me siento más comprometida, pues tengo que ser consecuente con esa estrella.
“Mire Ud. hoy vemos la vida de muchos profesores consultantes y uno se pregunta: ¿por qué no fueron propuestos como héroes? Lo fueron y lo siguen siendo.”