La Habana decidió en Guáimaro el destino de la Guerra de los Diez Años


Mientras investigaba la historia de nuestra Guerra de los Diez Años para escribir una serie televisiva sobre los amores del Mayor General Ignacio Agramonte y Amalia Simoni, di con un personaje que me hizo reflexionar sobre los imponderables que deciden, en ocasiones, el destino de los hombres y los pueblos.

Hablo de la figura del Mayor General del Ejército Libertador Miguel Gerónimo Gutiérrez, villaclareño que, sin haberse propuesto jamás alcanzar el rol protagónico que mereció en esa guerra, se convirtió, sin embargo, en el elemento clave para que triunfaran en la Asamblea de Guáimaro las posiciones políticas de La Habana, que no se había levantado en armas, y que tanto pesaron en el desenlace fatal de esa contienda.

El tema seduce, pese a su extraordinaria complejidad, pero también resulta oportuno, ya que Miguel Gerónimo, nacido el 15 de junio de 1822 y muerto el 20 de abril de 1871, es hoy poco conocido y poco recordado fuera de su tierra natal. Así pues, acaba de cumplirse el aniversario 152 de su asesinato.

Nacido en el seno de una familia acomodada, Miguel Gerónimo estudió en su tierra natal en el colegio de San Francisco de Asís, y más tarde cursó la carrera de Agrimensura, de la que se graduó. Instaló un despacho en su terruño y comenzó a ejercer, ganando con su trabajo muy jugosos honorarios. Con inclinación a las letras desde su infancia, a los 17 años escribió sus primeras poesías, y aunque hoy ya no existe memoria de su desempeño poético, lo cierto es que dejó una obra vasta, y algunos de sus poemas figuran en la antología Los poetas de la guerra, con prólogo de José Martí, quien, además, publicó algunas de sus composiciones en el periódico Patria. Suyos son estos versos de su poema titulado A España, inflamados de amor a la patria:

Errada vas España si pretendes, / apurando tu bárbara crueldad, / el grito sofocar de un pueblo heroico/que sus cadenas te arrojó a la faz/…/ si más lágrimas quieres, todavía/quedan madres y esposas que en su amor/ para llorar sus seres más queridos/ tienen lleno de patria el corazón. /
…/ Forja, España, feroz, nuevas cadenas, /manda nuevas legiones a pelear/ que aquí te aguarda un pueblo de espartanos/ que ha jurado venganza y libertad./

También ejerció el periodismo y colaboró con varios periódicos de su provincia, llamada entonces por la administración de la Corona Departamento Central, y del que también formaba parte el Camagüey.

Han quedado numerosos testimonios sobre su belleza física (de elevada estatura, miembros bien formados, cabello rubio rizado, ojos azules y rasgos faciales muy finos) y su carácter reservado y silencioso. Dicen que su hablar era pausado, pero cambiaba de manera radical cuando hacía un discurso, pues tenía grandes dotes de orador. Siendo aún muy joven, contrajo matrimonio con la villaclareña Ángela Quirós, unión de la que nacieron nueve hijos.

Muy joven comenzó Miguel Gerónimo a involucrarse en actividades conspirativas. Su pensamiento político, que comenzó bajo la influencia del reformismo, pasó de la enorme decepción que esta corriente dejó en tantos cubanos a la defensa del anexionismo, hasta que culminó su evolución en una actitud independentista total. En tal sentido, es un ejemplo de la evolución del pensamiento político de una gran parte de los intelectuales patriotas de la Primera Guerra.

Con su verbo ardoroso y su desempeño en las clandestinidades del movimiento independentista villaclareño, pronto se destacó como figura de mando. Fue él quien unificó a los representantes de las cinco villas sublevadas en la provincia. Fue él quien encabezó y dirigió el alzamiento definitivo del 6 de febrero de 1869, en San Gil, cerca de Manicaragua, cuya fecha tuvo que ser adelantada porque las autoridades españolas habían decretado el apresamiento y prisión de los principales jefes villaclareños, entre ellos Miguel Gerónimo.

En Manicaragua, a donde asistió seguido por su esposa e hijos, se reunieron todas las tropas de distintas regiones de la provincia de Las Villas, como Santa Clara, Remedios, Sagua, Sancti Spíritus, Cienfuegos y Trinidad, para dar inicio así a la guerra en la región central del país.

Este alzamiento, al igual que ocurrió con el del Camagüey, tuvo que ser apresurado, debido a que un telegrafista avisó a los cabecillas que el mando militar de Santa Clara se disponía a hacer prisioneros a Miguel Gerónimo y demás sospechosos, y así los villaclareños se lanzaron a la manigua prácticamente desarmados.

Esta situación no impidió que, pese a las condiciones tan difíciles en que luchaban, ganaran los cubanos los primeros combates por la mayoría de su número sobre el enemigo, pero muy pronto el alto mando de la zona consideró entonces dos propuestas para salir del atolladero: una fue presentada por el propio Miguel Gerónimo, y consistía en trasladarse al Camagüey para aprovisionarse de armas y regresar después al territorio villaclareño a continuar la lucha: la otra fue la de Eduardo Machado: avanzar hacia Occidente. Predominó la idea de Miguel Gerónimo Gutiérrez, y además se decidió que este fuera nombrado representante de Las Villas ante la Asamblea de Guáimaro, a la que habían sido llamados los villaclareños, como parte del Departamento Central de la isla.

El papel desempeñado por Las Villas en esa reunión fue decisivo para el desarrollo de la Guerra y la Historia de Cuba. El campo insurrecto estaba dividido en dos bandos: mientras los orientales deseaban que la guerra tuviera un mando único de carácter militar en manos de Carlos Manuel de Céspedes, iniciador de la contienda con su alzamiento en su ingenio La Demajagua y primer Presidente de la República en Armas, los representantes del Camagüey querían para la República de Cuba Libre un gobierno de carácter civil bajo la forma de una Cámara en la que tuvieran representación los Departamentos involucrados en la rebelión y a la que estuviera subordinado el Presidente, porque temían el desarrollo de Céspedes como futuro dictador de Cuba Libre.

El temor de los camagüeyanos y los habaneros a la posibilidad de una tiranía futura no era infundado, no solo porque se basaba en la fuerte influencia libresca de la Revolución francesa, en ellos una convicción tan poderosa e impositiva que Enrique José Varona llegó a calificarla como idealismo doctrinario, sino, y sobre todo, porque provenía de las experiencias de las guerras de liberación contra España libradas por las naciones del continente, desembocadas todas en finales caudillescos que tendían a perpetuarse en el poder por tiempo indefinido y provocaban guerras civiles sangrientas, y para justificar mejor sus temores alegaban, además, los camagüeyanos, ciertas características de la personalidad de Céspedes que eran reales, aunque muchos historiadores están convencidos de que Céspedes no mentía sobre su rechazo a la tiranía, ni mucho menos se equivocaba, cuando afirmaba que lo primero era ganar la guerra y expulsar a España de la isla, y después ya se vería qué forma de Gobierno convenía para Cuba libre, y nunca han creído, ni creen hoy, que la intención de Céspedes fuera la de convertirse en un dictador.

CÓMO SUCEDIÓ

José Martí, quien por razones puramente cronológicas no estuvo presente en la Asamblea de Guáimaro, asusta cuando en su crónica de aquel día, titulada El 10 de abril, describe tan vívidamente como si hubiera estado entre el público la llegada de las Delegaciones, pero más aterra la clarividencia con que en unas pocas líneas ofrece a la posteridad la radiografía moral de aquellos hombres que iniciaron la construcción de la Patria, y resume en un brevísimo párrafo el conflicto que dio comienzo a la década más trágica de nuestra historia:

[…] Un hombre [Céspedes] erguido y grave, trae a buen paso, alta la rienda, el caballo poderoso; manda por el imperio natural, más que por la estatura; lleva al sol la cabeza de largos cabellos; los ojos, claros y firmes, ordenan, más que obedecen: es blanca la chamarreta, el sable de puño de oro, las polainas pulcras.

[…] Entra Ignacio Agramonte, saliéndose del caballo, echando la mano por el aire, queriendo poner sobre las campanas la mano. El rubor le llena el rostro, y una angustia que tiene de cólera: «iQue se callen, que se callen las campanas!». El bigote apenas sombrea el labio belfoso: la nariz le afina el rostro puro: lleva en los ojos su augusto sacrificio. Antonio Zambrana monta airoso, como clarín que va de silla, seguro y enfrenado… […]

Los de las Villas llegaron más al paso, como quienes venían de marchas muy forzadas, y a bala viva ganaron el camino al enemigo. […] Por el valer y por los años hacía como de cabeza Miguel Jerónimo Gutiérrez, que se trajo a pelear el juicio cauteloso, el simple corazón, la cabeza inclinada, la lánguida poesía, el lento hablar […]

[…] En los modos y en el ejercicio de la carta se enredó, y cayó tal vez, el caballo libertador; y hubo yerro acaso en ponerles pesas a las alas, en cuanto a formas y regulaciones, pero nunca en escribir en ellas la palabra de luz. […]

La Delegación del Camagüey tenía como líder al joven abogado Ignacio Agramonte, a quien secundaban sus condiscípulos habaneros, los letrados Antonio Zambrana y Rafael Morales y Morales (Moralitos), todos ellos muy hábiles oradores, en especial Zambrana. A él se debió el recurso que abrió camino para el triunfo del ideario camagüeyano sobre la razón pragmática de los orientales, que hubiera, quizá, decidido a favor de Cuba los destinos de aquella guerra.

Cuando se trató en Guáimaro el tema de las representaciones por Departamentos a la Cámara de Gobierno, se vio que a Oriente, con una población cuatro veces mayor que la de Camagüey y primera en levantarse en armas por ser la provincia más poblada, correspondería en el Gobierno la Representación más nutrida.

El habanero Zambrana, quien junto con Agramonte había sido nombrado Secretario de la Asamblea, se opuso con verbo encendido alegando que ello daría siempre la posibilidad a los orientales de imponer sus criterios por mayoría. Es lo que ha pasado a la Historia como La Teoría del Número. Al final los camagüeyanos consiguieron que se aprobara el mismo número de miembros para cada Representación. Al mismo tiempo iniciaron reuniones aparte con la Delegación de Las Villas.

¿Cómo convencieron a Miguel Gerónimo Gutiérrez para que la Delegación villareña uniera sus votos a la camagüeyana? No tengo conocimiento de ningún documento escrito ni de testimonios que hayan sobrevivido a aquellos encuentros al margen. Lo único cierto es que las dos Delegaciones se unieron y que Agramonte y Zambrana, redactores de la Constitución aprobada en Guáimaro, manejaron a su favor la teoría del número y la Constitución subordinó los poderes del Presidente al poder omnímodo de la Cámara de Representantes, un gobierno civil al que le fue conferida la potestad de deponerle, y también al Jefe Militar de la guerra, en aquellos momentos Manuel de Quesada, cuñado de Céspedes.

Ese no fue el único punto en que Céspedes se vio obligado a ceder para no comprometer la precaria unidad de los insurrectos: también capitaneó Zambrana la preferencia como bandera oficial de Cuba Libre la traída a Matanzas por el General venezolano Narciso López en su expedición libertadora (guardada como reliquia por los camagüeyanos), sobre la diseñada por Céspedes y que había sido el estandarte de los levantamientos de La Demajagua y Bayamo. Que Miguel Gerónimo era un hombre probo con una honestidad a toda prueba lo demuestra el hecho de que Céspedes mismo llamó en su Diario al representante de Villa Clara “el honradísimo Miguel Gerónimo Gutiérrez”, y mantuvo hasta su muerte su admiración y respeto por el líder villaclareño. Por su parte Miguel Gerónimo, electo en Guáimaro Vicepresidente de la Cámara de Representantes, condujo la sesión donde fue aceptada la renuncia de Quesada y se le depuso de su alto cargo como Jefe Supremo del ejército mambí, como consecuencia de las numerosas quejas acerca del autoritarismo de aquel militar.

Apenas a los tres años de comenzada la guerra y a los 48 de su edad, terminó la vida de Miguel Gerónimo Gutiérrez por causa de una delación, vergüenza tantas veces ocurrida durante aquella contienda, e igual fin tendría el Presidente Céspedes poco después. Miguel Gerónimo había pedido autorización a la Cámara para que se le permitiera marchar a Occidente a visitar los campamentos insurrectos. Acompañado de su hijo Daniel y una pequeña escolta, lograron pasar la trocha de Júcaro a Morón. Se detuvieron en una ranchería, ubicada en un lugar conocido como Monte Oscuro. El 20 de abril, a media noche y mientras los cubanos dormían, la casa fue asaltada por una guerrilla enemiga que envolvió la vivienda en una descarga cerrada. Los cubanos intentaron escapar, pero la mayoría sucumbió bajo las balas. Entre los pocos que lograron huir se encontraba Daniel. Miguel Gerónimo, malherido, fue tomado prisionero. A pesar de que sufría una gran pérdida de sangre no recibió consideración alguna por su estado. El patriota Néstor Carbonell describió así el trágico final del valeroso General:

…atravesado en una mula, moribundo, su cabeza tambaleando despedazándose contra los árboles, la barba espesa y la cabellera enredada entre los bejucos del camino, la piel de su hermoso rostro desgarrada por las espinas de los zarzales: un disparo puso fin a su sufrimiento horrible…

Y añade en su Autobiografía el también jefe villaclareño Eduardo Machado:

 Miguel Jerónimo Gutiérrez fue asesinado horriblemente por los españoles en la casa de Miguel Cañizares, gobernador de Sancti Spíritus, en Montes del Purgatorio. Juan Castellón fue quien los entregó, llevando la tropa que lo asesinó. Tres días después el coronel Fernando López Queralta hizo matar a Castellón, mientras se hallaba en casa de una Mariquita Pérez.

Y una tercera resulta aún más sobrecogedora por incluir un detalle que falta en las anteriores: el infeliz patriota, moribundo y moviendo con gran dificultad sus labios destrozados, pedía una y otra vez a sus verdugos que lo remataran para acabar con su agonía. Se desangró por el camino, aunque todas las versiones coinciden en que hubo al final un disparo de gracia. Salvo el hecho de que el Mayor General Miguel Gerónimo Gutiérrez fue capturado vivo, su fin presenta una similitud escalofriante con el del Mayor General Ignacio Agramonte caído en Jimaguayú. A diferencia del procedimiento empleado por las autoridades españolas en el caso de Agramonte, cuyos restos fueron llevados por los españoles a Puerto Príncipe, lavados por un sacerdote antes de ser exhibidos al pueblo y posteriormente quemados, el jefe militar español del Departamento Central, Francisco Acosta de Albear, no quiso que el cadáver casi despedazado del héroe villaclareño fuera mostrado a la vista pública, por lo que ordenó sepultarlo en algún punto del camino a Sancti Espíritus, y nunca se ha podido encontrar el lugar ni recuperar el cuerpo de uno de los hombres más grandes de la Guerra de los Diez años y de todas nuestras gestas independentistas. Pero ambos cuerpos tuvieron que soportar el trayecto infernal entre abrojos y espinas como una última corona de gloria.

En su ciudad natal, se le erigió a Miguel Gerónimo una hermosísima estatua de mármol de Carrara de superior calidad, con más de dos metros de altura, que lo representa erguido y con la frente alta.

El 20 de mayo de 1919, fue develada en un gran acto solemne al que asistieron sus hijos, nietos, biznietos y otros familiares, un representante de la Iglesia Católica que bendijo el monumento, funcionarios del gobierno provincial y municipal, intelectuales, la prensa, representantes de sociedades villaclareñas y el pueblo. (Gina Picart Baluja)

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