Las academias de baile, llamadas también escuelitas, venían desde la Colonia. Existían supuestamente para enseñar o adiestrar a quienes querían aprender a bailar o entrenarse en los pasos de algún nuevo ritmo.
Pero el entrenamiento no estaba en manos de un maestro, sino de muchachas que aguardaban en el salón la llegada de algún cliente que les pidiera una pieza. Un baile tarifado que el hombre retribuía con la papeleta que había comprado previamente, y que mientras bailaba sostenía en la mano izquierda a fin de que un empleado se la ponchara y que luego entregaba a su compañera de baile.
Podía bailar una o varias piezas con la misma muchacha o cambiar de pareja cuando lo deseara, y, si las cosas iban bien con una de ellas, invitarla a compartir un trago en la propia cantina de la academia. Para que las ganancias de la casa fueran mayores, y también para evitar que la muchacha se aturdiera o emborrachara, el trago que se le servía estaba aguado o no contenía alcohol; era un simple simulacro con té, manzanilla o algún refresco de cola. En muchos casos, la academia no era más que una forma encubierta de prostitución. O el lugar propicio para divertirse o pasar un buen rato.
Al final de la noche, la muchacha cobraba lo suyo según lo que hubiese bailado, lo que avalaba con las papeletas que tuviera en su poder, un tanto para ella y el otro para la escuelita.
Por cierto, en esas academias no debían entrar militares vestidos de uniforme. Para evitar que sucediese, antes de la creación de la Policía Militar, el Estado Mayor del Ejército encargaba todos los fines de semana a un oficial, un sargento y a dos o tres alistados, provistos de un brazalete que los identificaba, que recorriesen las escuelitas para proceder a la detención de posibles infractores.
Los militares no solo bailaban, sino que sabían hacerlo. Las clases de baile, impartidas por el profesor Rubén Savón, eran obligatorias en los cursos de la Escuela de Cadetes de Managua; bailaban hombres con hombres. Práctica que se eliminó después del triunfo de la Revolución cuando los propios alumnos pidieron al comandante Ernesto Guevara, de visita en la institución, que los apoyara en su reclamo de abolirlas.
Veinte academias y 7 000 bares
En la Colonia eran frecuentes en La Habana las academias y las llamadas casas de cuna en las que se movía toda una fauna de mulatas de rumbo y petimetres.
En 1928 funcionaban en la ciudad no menos de veinte de esas academias. Es una etapa en la que, al conjuro de la ley seca imperante en Estados Unidos y que empujó hacia la Isla una buena parte de la corriente turística de ese país, se abrieron en Cuba unos 7 000 bares y salas de fiesta.
En Centro Habana se localizaban varias academias: Sport Antillano, en Zanja y Belascoaín; La Galatea, frente al parque de Albear; Encanto, en Zanja y Gervasio; La Fantástica, solo para negros, en Galiano y Barcelona; Habana Sport, en Galiano y San José, y Rialto, en Neptuno entre Prado Consulado. Muy famosa fue la academia de Marte y Belona, en Monte esquina a Amistad, en los altos del café del mismo nombre, que se mantuvo hasta que en 1954 se demolió el edificio que la albergaba.
En las academias no se permitía la entrada de hombres de piel negra, sin embargo, tenían empleadas mulatas, siempre que fueran bonitas y “adelantadas”. Existían, además, las sociedades de recreo. Una muy popular se ubicaba en Prado y Neptuno, en un segundo piso del edificio del restaurante Miami. Allí surgió el chachachá.
La cantidad que se pagaba por una pieza variaba de una época a otra y se dice que las orquestas abreviaban las interpretaciones de los números musicales a fin de que el cliente se viera obligado a entregar más papeletas por el mismo tiempo de baile y la jornada resultara menos cansona para los músicos. Pero si en las academias se pagaba a tanto la pieza, en salones de baile y sociedades de recreo se hacía al entrar un pago único.
Se programaban bailes no solo en sociedades de recreo, también en sociedades gremiales y de profesionales En los centros regionales españoles (Centro Gallego, Centro Asturiano…) y en el palacio social de la Asociación de Dependientes del Comercio de La Habana, en Prado y Trocadero, lugares en los que los que no fueran socios podían también acceder al baile, bien por invitación o por el pago de la entrada. Chinos, hebreos y árabes tenían también sus sociedades, al igual que norteamericanos e ingleses. Los jardines de las cervecerías Polar y Tropical fueron santuarios nacionales de los bailadores.
Las sociedades de recreo, dice Leonardo Acosta en su imprescindible Descarga cubana: el jazz en Cuba, 1900-1950, representaban a todas las clases y estratos sociales y raciales y seguían en parte el patrón de castas creado por la Colonia y reforzado en la República con su política de inmigración masiva de españoles para “blanquear” el país. Además, surgía una clase media de negros y mulatos, y se dividieron según sus ingresos, aunque también por el matiz de la piel y hubo intentos de dividirlos según su región de origen, reviviendo los viejos cabildos de nación de la época colonial.
Entre esas sociedades “de color” no era lo mismo el Club Atenas que los populares Sport Club y la sociedad El Pilar. Escribe Leonardo Acosta: “En el Club Atenas se llegaba al absurdo de que las orquestas eran obligadas por una Comisión de Orden a tocar fox trots, valses, danzones o boleros, pero se les prohibía tocar rumbas, sones o mambos. Mientras tanto, los blancos de la “buena sociedad” se desarticulaban bailando la música de los negros…”. Decía Félix Chapotin que el Septeto Habanero llevó el son a sociedades como Miramar Yacht Club y Vedado Tennis, pero en sociedades negras como Unión Fraternal y Club Atenas entendían que no era decente tocar el son…
Como cambian los tiempos
Las victrolas estaban condenas a desaparecer. De muerte natural. La noche habanera también se transformaba paulatinamente. El mítico cabaret Sans Souci no volvió a abrir sus puertas a partir de enero de 1959. Montmartre quedó convertido en un comedor obrero. En 1961 se eliminaban los casinos de juego y desaparecía el teatro Shanghái, más que pornográfico, un coliseo de malas palabras y mujeres gordas desnudas. Desaparecía también la Habana Sport, la única academia de baile que subsistía entonces. En 1963 se decidía la clausura de El Niche, La Taberna de Pedro y otros cabarets de la playa de Marianao.
Ya el año anterior se inauguraba el Salón Mambí en Tropicana, y los círculos sociales obreros empezaban a nuclear el movimiento de música popular bailable, en reemplazo de los jardines de las cervecerías, los centros regionales españoles y las sociedades de instrucción y recreo. El periódico Revolución auspició durante varios años los bailables conocidos como Papel y Tinta, y la calzada de Infanta se cerró en fechas señaladas para que los habaneros, algo insólito en la capital, arrollaran en ella. Se multiplicaban los clubes nocturnos, y los combos musicales con ellos, y el Instituto Nacional de la Industria Turística (INIT) exigía música en vivo en los bares.
Las academias o escuelitas se hicieron innecesarias. (Ciro Bianchi. Cubadebate)