José López Rodríguez (Pote), nacido en 1862 en Maside, Galicia, y llegado a Cuba en 1880, fue de los tantos actores de la masiva inmigración gallega que arribó durante siglos a las costas cubanas y ayudó a construir la nación caribeña.
Era entonces un joven de 18 años de edad, se dice que semianalfabeto, y comenzó, como tantos subrines,
a trabajar duramente en la bodega de algún pariente o conocido de su familia.
Se ganó el mote por su afición a los caldos de su
tierra, que siguió consumiendo en la nueva patria.
Muy trabajador y ahorrador, como todos los gallegos, y
también ambicioso y lleno de metas, consiguió ahorrar algún dinero y eligió la
profesión más rara para alguien iletrado: iba por las calles citadinas con una
carretilla destartalada comprando libros viejos, revistas, periódicos y
cualquier material impreso que le cayera en las manos; lo leía todo y, cuando
se enteraba del fallecimiento de algún personaje destacado que por su
profesión, o simplemente por sus gustos, tuviera una buena biblioteca, Pote iba
corriendo a comprarla a sus herederos.
Terminó poniendo una pequeña imprenta. Si la compró a
un dueño anterior o la montó él solo desde el primer tornillo hasta los
linotipos, no lo sé, pero me sigue pareciendo inexplicable, más que extraño,
que un analfabeto haya puesto los cimientos de una colosal fortuna con la
compraventa de libros viejos y el negocio de la impresión.
En algún momento, Pote aprendió a leer y escribir, si
es que en realidad no sabía hacerlo cuando llegó a Cuba, y aprendió muy bien,
lo que, unido a sus excelentes dotes para los negocios, le hizo conocer,
tampoco sé de qué manera, nada menos que a una criolla rica por demás, Ana
Luisa Serrano, propietaria de La Moderna Poesía, en aquel tiempo una de las
mejores librerías de la ciudad, viuda ella del antiguo dueño de la librería.
Tenía entonces Pote 28 años, y a juzgar por los pocos retratos que he visto de él ya en su madurez, debió ser un joven muy bien parecido. La edad de la viuda en el momento del matrimonio me es desconocida. Algunas versiones de la historia aseguran que, aunque la pareja tuvo descendencia, en realidad Pote nunca se casó con Ana Luisa.
En febrero de 1900, Pote ya era propietario de Obispo
133 y 135.
Años después, en octubre de 1920, gestionaba la
modificación de Obispo 139 esquina a Plácido, nombre con el que a la sazón se
conocía Bernaza. Pretendía abrir nuevos vanos en fachada, colocar arquitrabes,
erigir un lucernario y construir pisos, cielo raso, carpintería y herrería
nuevas. Licencia que le fue otorgada, con proyecto de los arquitectos
contratistas Sucesores de J.F. Mata.
En 1922, a poco del fallecimiento de José López
Rodríguez, su viuda, Ana Luisa Serrano, solicitó licencia para sustituir dos
tramos de muros interiores por arquitrabes sobre columnas, y sustituir el
paramento en el tramo comprendido por dichos muros en la casa Obispo 135, con
proyecto del arquitecto Gregorio García. El resultado de todas esas
remodelaciones fue un edificio de una sola planta, que se extendió
horizontalmente y que llegó a abarcar toda la esquina de Obispo y Bernaza.
De filiación ecléctica, destacó el acceso mediante el uso del chaflán, enmarcando la puerta con dos columnas jónicas estriadas y colocando en la parte superior un conjunto escultórico. El resto de las fachadas lo componían las vidrieras exhibidoras de todos los productos que se vendían en La Moderna Poesía. Esta fue la imagen del edificio que perduró hasta finales de la década de 1930, en que José López Serrano, uno de los herederos de Pote, decidió reconstruirlo.
La Moderna Poesía que, según la versión más conocida
de la historia de Pote, heredó o creó Ana Luisa, debió tener un enclave
anterior al que le conocemos.
Al revisar las crónicas periodísticas de Julián del Casal
sobre La Habana de su tiempo, no encontré ninguna referencia a una librería
llamada La Moderna Poesía. Los jóvenes periodistas de La Habana Elegante, a
cuyo círculo pertenecía Casal, donde se reunían para tertuliar era en la
librería de Pozo.
En casos de intríngulis habaneros como este que ahora
me ocupa, suelo acudir a una fuente viva de nuestra historia, el periodista e
investigador Ciro Bianchi Ross, a quien considero mi maestro en el periodismo
histórico.
Ciro me ha dicho que María Luisa no era una mujer
adinerada ni propietaria de ninguna librería, sino una mulata habanera con la
que, en efecto, Pote nunca llegó a contraer matrimonio y a quien no era
aficionado a mostrar en su vida social. Me habló de un preciado libro que nunca
he tenido en mis manos, Viejas postales
descoloridas, del periodista y empresario teatral cubano Federico Villoch
(autor nada menos que del célebre sainete bufo La isla de las cotorras, que aparece en el filme La Bella del Alhambra, de Enrique Pineda
Barnet), en el que Villoch describe con precisión suma La Habana de su época.
Según este cronista, donde radica hoy La Moderna Poesía había una zapatería y,
dato curioso, en el enclave de El Floridita, ese emblemático restaurante
habanero, tenían ciertos catalanes un negocio donde suministraban a los
carreteros harina y agua para los caballos, y para los hombres bebidas
alcohólicas en grandes cantidades. Cuenta Ciro, siempre citando a Villoch, que
cuando Pote adquiere esos solares liquida prestamente la zapatería y pone en su
lugar unos toscos estantes para la venta de libros viejos.
Hay que descartar, entonces, la historia romántica del
joven y guapo gallego casándose con una rica criolla viuda heredera de La
Moderna Poesía, porque parece no ser más que otra leyenda de la ciudad, como el
enterramiento de pie del rico hacendado y banquero Juan de Pedro Baró dentro de
la misma sepultura de su amada esposa Catalina Lasa del Río. De esos cuentos
románticos y fantasiosos estamos llenos. Ana Luisa existió, y era mestiza de
negro y algo más. Parece ser lo único cierto.
Pero volviendo a la vida de Pote, donde no faltan
lagunas y oscuridades, tenemos un testimonio muy valioso de la escritora
habanera Renée Méndez Capote, quien en sus libros Amables figuras del pasado y Una
cubanita que nació con el siglo, recuerda a Pote como gran amigo de su
padre, el general mambí Domingo Méndez Capote, y asiduo visitante de la mansión
familiar, muy atento y cariñoso con los niños de la casa, a quienes colmaba de
regalos y atenciones, y tan campechano que cuando llevaba un rato en aquel
lugar se olvidaba de las convenciones y terminaba subiendo los pies sobre la
mesa, mientras se recostaba al espaldar de su asiento con las manos cruzadas
tras la nuca.
También es muy conocida la anécdota de la estrecha
amistad de Pote con el general José Miguel Gómez, tan estrecha que siendo ya
este Presidente de Cuba, era Pote el único hombre a quien le estaba permitido
entrar al Palacio Presidencial en mangas de camisa y ser, además,
cordialísimamente recibido por Gómez, el mandatario que recibía al embajador de
Estados Unidos mientras se encontraba almorzando y sin permitirle sentarse en
su presencia. ¿De dónde venía semejante amistad entre el caudillo y el
comerciante? Pues de que Pote había prestado su apoyo a la causa de la independencia
cubana y más tarde financió la campaña de Gómez a la Presidencia. José Miguel
fue un amigo incondicional que le concedió en 1908 un contrato en exclusiva
para imprimir los billetes de la Lotería Nacional, muy gran beneficio
económico, por supuesto, una auténtica fuente de maná, y más adelante también
conseguiría Pote del Gobierno de Gómez la concesión para la construcción de un
puente de hierro sobre el río Almendares. No olvidemos el mote que el pueblo
puso a este Presidente de mano pródiga para con sus leales: “Tiburón se baña,
pero salpica”.
Estamos, pues, ante la imagen de un galleguito
emigrado, de buena presencia, con gran inteligencia natural para los negocios y
para la vida, osado, emprendedor, tesonero, muy carismático, sencillo y gentil,
que, cuando al fin despega en los negocios, se convierte en una figura
imparable, astuta y tremendamente suertuda.
Su primer gran negocio fue la creación de La Moderna
Poesía en su fase inicial, junto con la apertura de la Casa del Timbre, vecina
de la librería y dedicada a la impresión de sellos del timbre, negocio que le
reportó una auténtica fortuna.
También abrió en el lugar el primer taller de
impresión de grabados en acero, entonces único en su especie en toda la isla.
Los productos vendidos en La Moderna Poesía, entre los que se encontraban
textos y materiales de estudio y escritorio, incluían los célebres blogs de
hojas rayadas cuya portada llevaba impresa la cara de Pote.
Pero
demasiado inquieto y ambicioso era Pote para quedarse en paz con la riqueza que
ya tenía bien ganada, y en 1912 volvió a lanzarse a la aventura, esta vez con
su operación económica más ambiciosa: compró la parte del banquero J. P. Morgan
en el Banco Nacional y se hizo con el control de la entidad, que de nacional
solo tenía el nombre, pues fue fundada con capital norteamericano luego del fin
de la Guerra del 95 y tenía como clientes principales a los comerciantes
españoles. En 1919 esta casa bancaria contaba con 87 sucursales en toda Cuba.
Dirigido por Pote, el Banco Nacional continuó su expansión, llegando a tener en
1920 un capital de 194 millones de dólares y 121 sucursales por toda la isla.
Era un auténtico hombre de éxito, qué duda cabe.
Pero
la profesión de banquero no podía contener los ímpetus de osadía mercantil del
gallego infinito, quien continuó invirtiendo en varios y diversos sectores
económicos isleños. Compró los centrales Reglita y España, ubicados en Matanzas,
y llegó a ocupar la presidencia de la Compañía Nacional de Azúcares. Controló,
además, la Compañía Nacional de Finanzas, la Compañía de Accidentes del
Trabajo, la Pavimentación de Cienfuegos, el Matadero Industrial, y la Spanish
American Light and Power Company Consolidated. Fue propietario de almacenes de
depósitos de azúcar en los muelles de Cárdenas, y tuvo aún otros intereses.
Llegó
a estar en la cima de la pirámide social habanera, pero no hay que pensar que
fue únicamente por las excelentes relaciones políticas y comerciales que supo
cultivar ni por su íntima amistad con Gómez. Eso sería hacerle poco honor a la
pujanza enorme de sus talentos naturales, porque Pote era un pulpo genial. Se
dice que su fortuna llegó a rondar los 93 millones de dólares, aunque es
posible que la verdadera cifra fuera mucho más elevada.
Para
que no quede incompleta la lista fabulosa de la expansión de los negocios del
Gran Pote, hay que añadir que también se constituyó en uno de los miembros más
importantes de la Junta Directiva de la Compañía de Electricidad y Gas de la
Habana, que en 1912 se fusionó con Havana Electric Railway, operadora de los
tranvías.
Con
respecto a su monstruosa actividad en todos los renglones en los que
incursionó, hay un dato sumamente curioso: Pote, el subrin analfabeto, cursó en la Universidad de La Habana la carrera
de Licenciatura en Farmacia, profesión que nada tenía que ver con su
personalidad ni sus intereses y que jamás ejerció: ¿Por qué lo hizo y en qué
tiempo?
Otro
dato interesante: es leyenda urbana que Pote construyera el edificio López
Serrano, uno de los más lujosos y afamados de La Habana. Lo construyó uno de
sus hijos con Ala Luisa cuando ya Pote era solo un recuerdo en la memoria de la
ciudad, razón por la que no pudo haber sido el lugar donde se ahorcó, dejándose
pender en el vacío del barandal de sus fastuosas escaleras.
En realidad, no está claro el modo y el lugar del suicidio de Pote, que seguirá siendo uno de los misterios fúnebres más sonados en la historia de la capital de Cuba.
Más allá de conjeturas, lo más práctico para muchos nuevos actores económicos de hoy pudiera ser inspirarse en el desenvolvimiento que desplegó aquel "galleguito" que, de semianalfabeto, llegó a amasar una gran fortuna a golpe de ingenio, fundamentalmente. (Gina Picart Baluja. Artículo completo)