Hay dos muertes muy semejantes en la historia de La Habana, que
solo difieren en los escenarios.
Una fue la de uno de los más grandes genios del ajedrez
mundial de todos los tiempos, el maestro
José Raúl Capablanca, y la otra, uno de nuestros más connotados músicos
populares, Eliseo Grenet, autor de algunas de las piezas más cantadas y
bailadas dentro y fuera de Cuba, y que la identifican de inmediato en cualquier
parte del planeta desde que suenan sus primeros acordes.
Capablanca nació en 1888 en el castillo habanero del
Príncipe; hijo de un oficial del Ejército español y de una matancera de origen
catalán. Él mismo contó que aprendió a jugar a los cuatro años de edad,
observando a su padre cuando este lo hacía con sus amigos. A los 13, derrotó al
campeón nacional cubano y ocupó su lugar.
Animado por su familia, pasó a estudiar a los Estados
Unidos, donde se suponía que cursara la carrera de Ingeniería Química, pero, a
los dos años, su pasión por el ajedrez hizo que abandonara la universidad.
Tras años de
brillante carrera en los que jugó contra los principales maestros del ajedrez
mundial, siempre invicto terminó, convirtiéndose en el Campeón del Mundo,
título que perdió en 1927.
Seguro de ganar contra el Gran Maestro Alekhine y confiado
en profecías y pronósticos de otros connotados genios del ajedrez, no se
preparó debidamente para el encuentro y hasta participó en una gira de partidas
de exhibición en Brasil.
Alekhine lo derrotó, y aunque Capablanca le pidió una
partida de revancha, el jugador ruso se la negó.
Ambos se detestaban, al punto de que nunca compartían un
tablero más allá de unos pocos minutos: cuando uno de ellos hacía su jugada, se
retiraba lejos hasta que el oponente hacía la suya, y esto podía demorar horas
y hasta días. En el transcurso de aquellos años, el cubano se había casado,
había tenido dos hijos, su matrimonio se había desecho, y sus padres habían
dejado este mundo.
En 1938, sufrió un pequeño accidente cerebrovascular y quedó
en séptimo lugar entre ocho jugadores, lo que no impidió que siguiera
desempeñándose brillantemente durante un corto tiempo frente a los trebejos.
Así narra Wikipedia las circunstancias de su muerte:
El 7 de marzo de
1942, Capablanca se encontraba en el Club de Ajedrez de Manhattan en Nueva
York. El cubano, de muy buen humor, hacía bromas en relación con las jugadas
que se producían en el tablero. De pronto, sorprendiendo a los que le rodeaban,
se puso en pie exclamando: “Ayúdenme a quitar el abrigo...”, desplomándose
luego en brazos de los ajedrecistas que se le acercaron. Trasladado momentos
después al Hospital Monte Sinaí, al que llegó en
estado comatoso, falleció a las 05:30 de la mañana del día 8. La causa directa
de su muerte fue hemorragia cerebral, consecuencia de la hipertensión arterial que venía padeciendo
desde hacía bastante tiempo.
ELISEO GRENET
Eliseo Grenet nació en La Habana en 1893. Como Capablanca,
fue un niño precoz que, a los nueve años, sorprendió a todos con una revista
musical que compuso para la escuelita donde estudiaba.
Uno de sus primeros maestros de música fue el padre del
compositor Moisés Simons, autor del celebérrimo Manisero. El primer momento importante en su brillante carrera
ocurrió en 1909, cuando dirigió la orquesta de zarzuela
del teatro Politeama Habanero.
En 1925, Grenet fundó su jazz
band, con la que se presentó en el cabaret Montmatre y en el Jockey
Club. Fue co-compositor de zarzuelas con Ernesto Lecuona, lo que habla del
reconocimiento que este gran músico cubano profesaba a su genio.
Para una de estas zarzuelas, La Habana de 1830, compuso su famoso tango congo ¡Ay, Mamá Inés!, en una versión cantada
nada menos que por la gran diva cubana Rita Montaner, de la que aún existen
grabaciones capaces de hacer mover los pies al más “patón” del planeta, y que
si ya Cuba no tuviera su Himno Nacional, esta música, por su extraordinaria
cubanía, bien pudiera serlo, y porque, además, dicen los entendidos que sin Niña Rita y sin Mamá Inés no hubiera habido teatro lírico en Cuba en la década del 30.
Pero la música de
Grenet no le gustaba al presidente Gerardo Machado, en especial una de sus
composiciones, Lamento cubano, que
parecía aludir directamente a su sanguinaria tiranía sobre la isla.
Grenet tuvo que abandonar Cuba; anduvo por España y
Barcelona y tocó en París en el club La Cueva, famoso por acoger y divulgar la
música cubana.
Trabajó mucho en los Estados Unidos, donde grabó para
importantes sellos discográficos y obtuvo premios muy codiciados en el mundo
musical.
Entre sus trabajos más significativos estuvo musicalizar
varios poemas de su amigo Nicolás Guillén, Poeta Nacional de Cuba. Pero sería
una de sus más célebres creaciones la que lo llevaría al final de su carrera y
de su vida: el sucu sucu Felipe Blanco.
Dicen testigos presenciales que, cuando en el Radiocentro,
sede de la emisora radial CMQ, sonaban los compases y el estribillo: Ya los majases no tienen cueva, Felipe
Blanco se las tapó, no pocas veces hubo que detener los ensayos
pregrabaciones en cabina porque los empleados y los músicos se ponían a bailar
como poseídos por un extraño Mal de San Vito caribeño, se derramaban por los
corredores y costaba mucho hacerlos volver a sus puestos.
Un funcionario de la
CMQ, de esos envidiosos que sienten un cosquilleo superexcitante cuando dan una
mala noticia a un colega, se le acercó y le dijo que era inútil tanto ensayo,
puesto que Felipe Blanco había sido
censurada.
Aunque Grenet deliberadamente no mostró reacción alguna, la
noticia le preocupó, pues esa censura perjudicaría mucho el espectáculo teatral
que estaba preparando, del cual Felipe
Blanco formaba parte fundamental.
Cuando fue a ver a un alto funcionario de CMQ para preguntar
qué estaba ocurriendo, ya sentía un fuerte dolor de cabeza que aumentaba por
momentos. El funcionario explicó que solo se necesitaba que cambiara dos versos
de la letra. Grenet debió sentir alivio, aunque a cualquier creador le incomoda
que le sugieran mutilar su obra, pero todo tiene un precio.
Más tarde, su esposa lo recogió para asistir juntos a una
recepción en la embajada de Colombia, pero ya el dolor era demasiado intenso, y
Grenet optó por irse a descansar a su casa. Aunque padecía una vieja
hipertensión arterial, el músico atribuyó a su enfermedad aquel dolor sin
sospechar que estaba sufriendo un derrame cerebral. Fue hospitalizado, sin que
los médicos lograran solventar la situación, y en la siguiente madrugada
falleció. Escribe el Maestro Ciro Bianchi:
Dicen los que lo
vieron en sus momentos postreros, que mientras se le iba la vida movía
acompasadamente el brazo derecho como si estuviese percibiendo una extraña
melodía que se empeñaba en transmitir a una orquesta invisible.
Pudiera parecer una anécdota melodramática, pero estudios
recientes en neuroanatomía han demostrado que el hemisferio derecho, con
funciones diferentes al izquierdo, entre las que se cuenta ser el centro
creador de la música, colapsado el izquierdo puede actuar con total
independencia.
Fue una gran burla cruel del destino porque, aunque
Capablanca ya había entrado en una etapa de decadencia, Grenet murió en el
apogeo supremo de su fama. Composiciones suyas como Mamá Inés, Si me pides el
pescao te lo doy y otras muy célebres daban la vuelta al mundo de escenario
en escenario, y el sagaz periodista Alejo Carpentier, especializado en música y
corresponsal en París, se mofaba con gracejo de los esfuerzos hechos por los
europeos para bailar la música de Grenet, lo mismo que este, con más despecho
que diversión, criticaba a las orquestas europeas por no ser capaces de tocar
su música como esta sonaba en La Habana. Dice Carpentier:
Los archiduques rusos
pierden sus monóculos. Los yanquis gritan ¡Oh, wonderfull! Las pálidas hijas
del Albión olvidan sus poses prerrafaelitas al enterarse del sortilegio sonoro
que viene de Las Antillas.
Es difícil no reír ante estas satíricas imágenes
carpenterianas, brotadas de la misma pluma que dio a la literatura universal
páginas de tal solemnidad, y profundidad opulencia verbal como las de El reino de este mundo y El siglo de las Luces.
La verdad es que el mundo debe de haber mirado con total
sorpresa y desconcierto cómo un cubano posicionaba a Cuba, llamada La azucarera
del mundo, como la tierra natal de un Campeón Mundial del ajedrez, y los
músicos Moisés Simons y Eliseo Grenet irrumpían en el panorama musical europeo
con tal intensidad que promovían una reforma visceral del modo de apreciar y
bailar la música hasta entonces conocido en Europa, al punto que pudiera
afirmarse que los tres fueron clones de Cristóbal Colón cuando descubrió para
los europeos el Nuevo Mundo.
Pero Doña Parca también codiciaba los talentos encerrados en dos de aquellos cerebros casi sobrenaturales y los tomó porque ella puede tomarlo todo, como una reina poderosa a la que nada ni nadie puede detener. (Gina Picart Baluja)