El bar-restaurante Gato Tuerto, en La Habana, es uno de los más afamados de Cuba; su nombre se inspira en la familia gatuna, a partir de una práctica que se remonta a la refinada capital de Francia.
Repasemos, primero, parte de la historia de aquel de la urbe gala, antes de ahondar en la de su homólogo de El Vedado habanero.
El parisino cabaret Le Chat Noir (El Gato Negro) fue inaugurado por el excéntrico showman Rodolphe Salis el 18 de noviembre de 1881.
Apenas 16 años brindó servicios esa instalación, localizada en el bulevar Rouchechouart, de Montmartre, encantador sitio conocido como “el barrio de los pintores”, asentado sobre una colina, a 130 metros de altura.
Concurrían a ese cabaret muchos artistas de fama, y entre sus espectáculos variados se hizo célebre su teatro de sombras, algo que hoy conocemos con el nombre de sombras chinescas.
Este divertimento de Le Chat Noir utilizaba técnicas avanzadas para su época, y se le ha llegado a considerar un precursor del cine.
Los dramaturgos y escritores que asistían habitualmente al cabaret escribían las obras y el acompañamiento musical para aquel teatro poco convencional, y el público aplaudía fuera de sí.
También eran muy solicitadas las presentaciones de cantautores muy gustados en la época.
El local se identificaba por un cartel que ha pasado a la fama: un gato negro sobre fondo dorado, y una leyenda en letras rojas donde se alude a la presencia de “poetas y compositores”.
Salis tuvo la osadía de elegir para su cabaret un territorio peligroso, como era entonces Montmartre, barrio de apaches y otras especies de la canalla parisina, pero donde residían, también, algunos artistas, entre ellos el compositor y pianista Eric Satie y el periodista Emile Goudeau, quien se asoció desde el principio al proyecto del atrevido empresario. Alguien describió así la inauguración del nuevo centro nocturno:
Se escucha una conmoción en la distancia y el sonido del canto de ebriedad. Las llamas iluminan el cielo. Una procesión con antorchas se dirige a su destino. La encabeza un guardia suizo corpulento y vestido de gala, con un espléndido sombrero de plumas y una alabarda. Le siguen un grupo de hombres jóvenes que celebran con el vino y la canción. Usted está presenciando el nacimiento del más famoso cabaret de París.
Salis decoró su madriguera “ostentosamente con una mezcolanza de muebles antiguos y fuertes, lámparas y pinturas, para dar un ambiente de Luis XIII”.
Si en sus inicios fue refugio de escritores y poetas y otras gentes de letras, no tardó en atraer a músicos y pintores, y el cogollito de artistas que allí se daban cita hizo de Le Chat Noir el primer cabaret que obtuvo autorización oficial para introducir un piano, logro que permitió un desenfadado acomodo de cantos y bailes en su local.
Salis tenía gustos extravagantes. Una noche, el cabaret recibió a sus clientes con la noticia de la muerte de su dueño, y de inmediato se desató una procesión funeraria por las calles del barrio, presidida por el propio “fallecido”.
Sin duda, el alma del cabaret era la más libre fantasía, el exceso elevado a numen tutelar, la sorpresa más allá de la sorpresa, todo lo inaudito era bienvenido.
Curiosamente, Salis nunca pagó en dinero a los artistas que intervenían en sus espectáculos, sino en especie, con una total libertad para consumir cerveza y ajenjo.
Fue acusado de hacer dinero a costa del trabajo ajeno, pero nadie prestó demasiada atención a las críticas, y el club se fue haciendo cada día más exitoso.
Considerado un centro tan literario como artístico y musical, dominaba desde la colina más alta de la ciudad un mundo nocturno caracterizado por su esplendor, alegría y refinamiento.
Contrariamente a las leyes del mercado, que advierten contra la extensión de marca y otras estrategias que puedan chocar con los hábitos ya adquiridos por el público, Salis mudó dos veces su cabaret, impelido por el aumento de su ferviente clientela, pero ello no perjudicó el auge de Le Chat Noir, que llegó a convertirse.
…en sede de los escritores revolucionarios, poetas, artistas y músicos. El poeta Paul Verlaine escribió poesía con un tintero sobre la mesa y el célebre compositor Erik Satie fue el pianista de la casa por un tiempo. La lista de las mentes creativas y brillantes que se reunieron allí es sorprendente: el caricaturista André Gill, el compositor Claude Debussy, la famosa bailarina de Can-Can Jane Avril, inmortalizada en las pinturas de Toulouse- Lautrec, el escritor Alphonse Allais, Paul Signac, quien desarrolló el estilo del puntillismo de la pintura con Georges Seurat, Yvette Guilbert, actriz y cantante de cabaret y el dramaturgo August Strindberg, por nombrar sólo algunos.
Será difícil, para quienes no tengan noticia sobre cómo se vivía en el París de aquellos años, hacerse una idea siquiera aproximada de lo que pudieron ser aquellas fantásticas noches de Le Chat Noir, entre aquella concurrencia compuesta por escritores, poetas, pintores, músicos y periodistas célebres, todos achispados por el hada verde que habita en el fondo de las botellas de ajenjo, dando rienda suelta al espíritu dionisíaco del arte mientras aplaudían a las señoritas bailarinas de Can-Can, calzadas con botitas de fieltro rojo y haciendo revolotear sus enaguas por encima de las rodillas, con el maestro Satie al piano, tocando aquellas cancioncitas picarescas que solía componer y, a veces, improvisar para la ocasión (Je te veux, Tendrement, Poudre d’or, La Diva de l’Empire, Le Picadilly como La Transatlantique, Légende Californienne), tan alejadas del espíritu de sus Gymnopedies que revolucionaron el concepto de la música, mientras gritaba con voz chillona, para hacerse oír en medio de tanta algazara, aquellas frases suyas plenas de cínico humor que aún hoy enloquecen a sus fans. Y todo envuelto en nubes del humo aromático de los cigarros y perfumes especiados bastante provocativos que brotaban de los escotes bajos…
Una noche en Le Chat Noir
El cabaret se cerró en 1897, y Salis murió en el mismo año. Su final coincidió con el de una era extraordinaria, los últimos años del siglo XIX en Europa, mecidos entre los aires del Art Nouveau y la Belle Epoque.
Tarja que recuerda el afamado cabaret. |
Le Chat Noir dejó una huella imborrable en la memoria, y se vio que también muy viva, cuando los artistas de todas partes que acudieron en 1900 a la Exposición de París, entre quienes se encontraba Pablo Picasso, llegaron a la Ciudad Luz preguntando por el famoso centro nocturno y, decepcionados, no pudieron encontrarlo.
Una placa conmemorativa es todo lo que el viajero podrá hallar en el sitio de su primera ubicación: el número 84 del boulevard de Rochechouart. Fue allí donde la magia del gato negro lanzó en la noche sus primeros destellos. (Gina Picart Baluja)