Como “la abuela del
teatro” en Cuba se identificaba, en sus últimas décadas de vida, a la actriz
Blanca Becerra, uno de los pilares de arte de las tablas en el país.
Con solo cinco años de
edad, debutó en el poblado San Diego de los Baños, Pinar del Río, en el circo
La Estrella, del cual era propietario Antonio Becerra, su padre y el primer
maestro de actuación que tuvo.
“Creo que empecé a actuar desde
el vientre de mi madre”, declaró Blanca en una entrevista concedida al
semanario Bohemia el 1 de noviembre de 1957.
Ella era la actriz principal del circo La Estrella, propiedad de mi padre […] y de mi abuelo, Pedro Grela. Mi madre, Francisca Grela, interpretaba allí […] obras de sainete, como La perla de las Antillas y Como son los hijos de Cuba. ⁄⁄ En ese teatro hice mi debut cuando tenía cinco años de edad, interpretando monólogos y cuplets disfrazada de negrito y acompañada por mi primo Fermín Becerra… Como ve, mi vida empieza en un teatro y mi infancia se desarrolla en un teatro.
A los 15 años de edad, se
presentó en la carpa-teatro Edén, de
Santiago de Cuba, donde triunfó en la zarzuela cubana La mulata María (L:
Federico Villoch / M: Raimundo Valenzuela de León), y recibió clases de canto
del maestro González, que mucho ayudó a la artista en el empleo de voz de
soprano.
En aquella urbe pasó en
1904 al teatro Oriente -como miembro de la compañía de arte lírico del español
Julio Ruiz- y debuta con la zarzuela El rey que rabió (L: Vital Aza y
Miguel Ramos Carrión / M: Rupert Chapí). Al siguiente año, contrajo matrimonio
en la catedral santiaguera con Gustavo Carulla, empresario de prestigiosos
artistas criollos.
Posteriormente, se
trasladó a La Habana con la Compañía de Bufos Cubanos, que dirigía su padre, y
el 6 de junio de 1907 se presentan en el teatro Martí con La mulata María y Pericona,
de Ignacio Sarachaga, secundados por la orquesta del coliseo, bajo la batuta de
Luis Casas Romero. Ante el éxito obtenido, después trabajaron allí con parodias
de distintas zarzuelas españolas.
En medio de una difícil
situación económica familiar, ya separada de su esposo, aceptó en 1912, no sin
ciertas reservas, un contrato de la empresa del teatro Alhambra, estigmatizado
por considerársele un teatro para hombres solos. Pero, según declaró en la
aludida entrevista:
(…) comprendí que, contrariamente a todo lo que yo suponía, aquel era un teatro como otro cualquiera. No había nada allí que ofendiera la moral de ninguna mujer. Sencillamente se presentaban obras de doble sentido. Quizás desmintiendo lo que la gente puede decirle al hablar del Alhambra, yo puedo asegurarle que las obras que se presentaban allí, hoy resultan infantiles. Sencillamente era la época que hacía aparecer la actuación como una cosa del otro mundo, porque en aquel tiempo enseñar un tobillo era pecado.
Blanca Becerra permaneció
algo más de dos décadas en el teatro Alhambra y actuó en gran parte de las más
notorias producciones llevadas a tal escenario, encarnando a la damita ingenua,
la borracha, la gallega socarrona, la mulata soez, los distintos matices del
personaje-tipo de la negrita (catedrática, conga y sentimental), la vedette de
las revistas fastuosas y, sobre todo, la cantante que glorificó obras de
Federico Villoch, Agustín Rodríguez, Jorge Anckermann y otros autores criollos.
Grabó dúos con reconocidos
colegas suyos de ese teatro (Regino López, Julito Díaz, Adolfo Otero y Dulce
María Mola) para las firmas Columbia, Victor y Brunswick.
Con el colectivo del “Alhambra”
actuó, además, en el teatro Payret y el Nacional, entre otros coliseos de
primera categoría.
Tuvo una intensa
participación en programas radiales, desde 1922, en la PWX, y luego en Radio
Lavín, RHC-Cadena Azul, CMQ.
Una intervención
quirúrgica afectó su tesitura de soprano y devino actriz genérica. Entre sus
incursiones en el teatro dramático, cabría subrayar las piezas Sombras
del solar, de Juan Domínguez Arbelo (1938), y Sabanimar, de Paco
Alfonso (1943), ambas presentadas en el Principal de la Comedia.
Tras el cierre del “Alhambra”,
en 1935, pasó al “Payret” con una compañía encabezada por Sergio Acebal y Pepe
del Campo.
A principios del decenio
de los 40 realizó una memorable creación de la Dolores Santa Cruz, en la zarzuela Cecilia Valdés,
destacándose al interpretar el tango-congo “Po…po…po”, el cual le propició
ovaciones al aún cantarlo octogenaria.
No considero que sea mi creación, pues esa obra la estrenó otra vedette. Lo que sí puedo decir es que es el papel que me gusta.
Aparte de su labor en
Cuba, trabajó en Estados Unidos, México y España.
En la cinematografía
nacional, su nombre quedó registrado en los créditos de las películas Manuel
García, rey de los campos de Cuba (1940, Dir: Jean Angelo) y Sed
de amor (1945, Dir: Francois Betancourt).
El 30 de noviembre de
1957, se le tributó un gran homenaje en el teatro Blanquita, con una puesta en
escena de Cecilia Valdés.
Al arribar a sus últimos
años de vida, residió largo tiempo en la ciudad de Las Tunas, y en su casa se
inauguró el llamado Patio de la Trova,
dedicado a peñas culturales, las cuales alentó con su presencia durante largos
años.
Nacida en 1887 en San
Antonio de Vueltas, entonces provincia de Las Villas, y fallecida en La Habana en
1985, Blanca Becerra será recordada siempre entre los pilares del teatro
cubano. (Redacción digital. Con
información de Habana Radio)