En una entrevista al
joven, pero ya destacado, actor Denys Ramos, este nos refirió que su carrera y
muchos aspectos de su vida hubieran sido diferentes, de no haber contado entre
sus tantos maestros con el inolvidable Adolfo Llauradó.
Y esta visión personal y emotiva bien puede ser compartida por otros
tantos discípulos que tuvo el Llauradó de la radio, el teatro, el cine y la
televisión.
La Escuela Internacional
de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños o en el propio taller de
actuación que creó en su casa, a finales de los 80, son testigos inigualables
de una entrega a la docencia que marcó también su vida.
En más de una ocasión
refirió que estar frente a sus alumnos los hacía conocer de ellos, de sí mismo
y de su tiempo. Y es Adolfo Llauradó fue un inquieto e incesante creador de
vidas, ya sea de las que interpretó como de aquellas conducidas bajo su égida
para que otros le dieran sentido.
Devino un rostro
masculino que identificó al cine cubano. El machista más completo y adorable,
el criminal, el traidor, el desesperanzado, en fin, el mejor hombre para
encarnar los claroscuros que invaden la existencia humana.
Se cuenta que para
interpretar El otro Francisco tuvo que superar las 200 libras; también que
nunca se le oyó queja alguna, aun en medio de las situaciones más terribles,
tal vez como si esa voz grave, sobre lo ronca, no supiera de aflicciones, solo
de superación de los imposibles.
Por eso fue compañía
actoral invaluable para Daysi Granados, más allá del clásico Retrato de Teresa,
y el mejor apoyo que pudo encontrar la singular Adela Legrá en Manuela. Es que fue un actor que hizo como quiso,
y el recuerdo es imborrable para quienes crecimos tratando de hurgar en esos
ojos pequeños todo lo grande que, al decir de nuestro José Martí, cabe en un
grano de maíz.
Desde un 4 de noviembre de 2001 ya no se le ve, solo se le siente. Hay una sala de teatro que lleva su nombre, un premio de actuación que a la vez lo inmortaliza, y miles de cubanos que en cualquier parte del mundo lo aplaudimos tanto como si pudiéramos alcanzarlo en esa otra dimensión hacia donde partió, como en El Rancheador, o el bandido en El hombre de Maisinicú, da lo mismo. Se marchó sencillamente siendo el rostro masculino del cine cubano. (Tomado del otrora ICRT/ Archivo)