Yo nunca oí hablar de Néstor Leonelo Carbonell hasta que conocí a su bisnieto, el periodista Oscar Ferrer Carbonell.
Cuando
me mostró la papelería del viejo capitán mambí (luchador independentista cubano
del siglo XIX) de la Guerra de los Diez Años, quedé muy impresionada.
Conociendo
que, desde hacía tiempo, tenía el proyecto de escribir sobre su bisabuelo, lo
animé a emprender la biografía de uno de los más importantes y desconocidos
actores de la Guerra del 95 preparada por José Martí.
Como
tantos oficiales del Ejército Libertador, Néstor Leonello descendía de una
familia de hacendados que poseía dos propiedades, Melones y Meloncitos, ambas
ubicadas en Sancti Spíritus. Él y sus hermanos se unieron muy jóvenes al
mambisado. Toda su fortuna se quemó en las hogueras de las guerras.
Néstor
era de probado valor personal. En una ocasión en que un peligrosísimo bandido y
confidente de los españoles acosaba la vivienda de su padre y sus hermanas,
exigiendo dinero, comida y que las jóvenes les fueran entregadas, Néstor,
enterado de la situación, se escondió dentro de la casa y aguardó la llegada
del malhechor, con quien se batió cuerpo a cuerpo en feroz combate y terminó
dejándolo tendido sin vida sobre el mismo suelo que había querido deshonrar.
Por este acto justiciero, fue apresado y condenado a muerte, aunque con
posterioridad su pena fue conmutada por el destierro a Cienfuegos y, más
adelante, él escapó a La Habana.
Luchó a las órdenes de hombres como los
generales Manuel de Quesada y Honorato del Castillo, el brigadier Marcos
García, Serafín Sánchez (cuando este era solo teniente) y de los coroneles Pedro
Recio Agramonte, José Payán, Cantú y Diego Dorado.
Muchas dejaciones supuso para Néstor
Leonelo su entrega incondicional a la causa libertadora. Estando
en la manigua, murió en la lucha uno de sus hermanos, Gaspar, y supo que su
joven esposa y sus cinco hijos habían dejado este mundo arrebatados por la
peste, sin que él pudiera despedirse de ellos.
Perseguido
por las autoridades españolas, marchó al exilio y se estableció en Cayo Hueso,
primero, y luego en Tampa, donde trabajó como maestro y periodista y fue
propietario de una humilde librería donde se celebraban tertulias literarias y
patrióticas. Allí acudían tabaqueros y exiliados de toda clase, conspiradores o
no, para conocer noticias de la isla.
Su
papel como fundador del Club Ignacio Agramonte fue uno de sus mayores aportes a
la Guerra del 95. Su hijo mayor, Eligio Carbonell Malta, que lo acompañó en las
labores de ese club, habiendo escuchado a Martí durante un acto revolucionario
en Filadelfia, habló de él con entusiasmo ardiente a Néstor Leonelo y le
sugirió la idea de invitar al Apóstol a Tampa. Martí respondió con estas
palabras de una carta personal en respuesta a la invitación de Carbonell:
De lejos he leído su corazón, y desde acá he visto también el mucho oro
de su alma viril, donde corren parejas la ternura con la luz. Y digo que acepto
jubiloso el convite de esa Tampa cubana…
Así se
hizo, y fue en Tampa donde Martí, durante los escasos días que permaneció en
esa ciudad, pronunció dos de sus más famosos discursos ante los exiliados: Con todos y para el bien de todos y Los pinos Nuevos.
Al
observar el fervor de aquel grupo humano que, enardecido por el fuego de su
oratoria, le aplaudía con fervor, el Maestro se dio cuenta del potencial que
existía allí. En la noche del segundo día de su visita, en la humilde salita de
la vivienda de Néstor, el Apóstol redactó los Estatutos del Partido
Revolucionario Cubano, algo que estaba destinado a ocurrir, como casi todo lo
que la voluntad martiana se propuso con el fin de hacer de Cuba una tierra
libre y soberana; pero sin la intervención de Néstor Leonelo y su hijo Eligio,
tal vez habría demorado un poco más en hacerse realidad. Hay que decir que
entre Martí y Eligio nació una corriente de tan profunda identificación que
hubiera durado toda la vida, si los dos no hubieran muerto tan precozmente; el
primero, en Dos Ríos, y el segundo de tisis cuando, terminada la guerra, la
familia regresó a La Habana.
Desde
la primera visita de Martí a Tampa, Néstor continuó en estrecha comunicación
con el Maestro y le prestó todo su apoyo. Sobre esto escribe Oscar Ferrer:
Como discípulo del Héroe Nacional, se consagró a él, porque Néstor
Leonelo, que en sí mismo era grande, buscaba a quien darse por el bien de la
patria, y se dio a Martí porque en el Apóstol vio a Cuba, y dándose a Martí se
daba también a Cuba. […] A pesar de las heridas recibidas en combate y cierta
cojera provocada por una de ellas, trató de volver a Cuba para luchar en la
guerra que se iniciaría en 1895, pero Martí se lo impidió y le indicó que debía
permanecer en Tampa cumpliendo tareas del
Partido Revolucionario Cubano, en cuyas filas fue presidente del primer Cuerpo
de Consejo de esa organización en aquella localidad floridana. Regresó a Cuba
en diciembre de 1898, terminada la guerra.
Más
tarde, durante el discurso ofrecido por Martí en el Harmand Hall, de Nueva
York, el 17 de febrero de 1892, el Maestro se refiere a la invitación de Néstor
con estas bellísimas frases: “Aquel convite de Tampa, que fue de veras como el
grito del águila…”. A lo que comenta con agudo análisis Oscar Ferrer:
Y puede pensarse que en
esta imagen haya citado a esta ave porque ella simboliza la altura y es emblema
del rayo y de la actividad guerrera, equivalente del león en el aire.
Y
añade:
Otras opiniones emitió Martí sobre el patriota espirituano que hablan
bien alto del aprecio del Apóstol. En un artículo publicado en Patria, el 23 de
abril de 1892, Martí manifiesta: “Vive en Tampa, como un padre del pueblo, el
fidelísimo Néstor Carbonell. Él es de aquellos cubanos incansables que sólo
sienten dicha en lo que eleve y mejore el alma patria…”. Otra vez en el
periódico Patria, el 13 de agosto de 1892, Martí escribe que Carbonell fue
padre del Club Ignacio Agramonte y factor siempre visible en los trabajos
patrios.
Cabe
decirse que ser considerado “cubano fundador” y “padre del pueblo” por el más
grande de los cubanos es muy dignificante, y Carbonell recibió el
reconocimiento por el papel que desempeñó para la causa independentista. Lo
mereció por la visión tan certera que tuvo cuando intuyó que la visita de Martí
a Tampa sería la primera piedra para una organización general de los cubanos en
el extranjero, que resultó ser el Partido Revolucionario Cubano, ha escrito
también Ferrer.
No obstante
su profesión de maestro e intensa labor periodística, pues Néstor escribió para
importantes periódicos de otros países latinoamericanos y también para Patria, Tomás Estrada Palma, considerándolo
su enemigo porque no lo apoyaba en sus afanes reeleccionistas, no solo lo
ignoró, sino que decretó su cesantía del cargo de segundo jefe del Archivo
Nacional, aunque ya entonces Néstor, casado en segundas nupcias, tenía una
numerosa familia que mantener. De nada sirvió que patriotas tan prestigiosos como
Máximo Gómez, Juan Gualberto Gómez y Fermín Valdés Domínguez protestaran con
vigor ante tamaña injusticia.
Pero
esto no amilanó a Néstor, quien más
adelante se mantuvo firme en su condena al también reeleccionista Mario García
Menocal y a la corrupción de Alfredo Zayas.
Tras el
fin de la segunda intervención militar de los Estados Unidos en Cuba, asumió la
presidencia José Miguel Gómez, antiguo compañero de armas de Néstor y también
espirituano, quien lo nombró jefe de Sección en la Secretaría de Gobernación, y
más tarde le otorgó el cargo de jefe de Archivo de la Presidencia de la
República.
El
aspecto más interesante de la relación entre Martí y Néstor Leonello Carbonell
es, quizá, el hecho de que no se trató solo de una colaboración eficaz entre el
jefe de la Revolución y su seguidor fiel, sino en la total coincidencia del
pensamiento martiano con las concepciones personales de Néstor, cuyas ideas
para la fundación de la República y sus expectativas sobre la nueva Cuba por la
que tanto había luchado eran en todo las mismas de Martí.
Este mambí,
cuya actuación fue tan importante para el triunfo de Cuba en su lucha contra
España, sigue siendo hoy una figura obviada por la Historia de Cuba, a pesar de
que Ferrer publicó su biografía, un libro valioso que obtuvo en 2004 el premio
del Concurso de Biografía y Memorias de la Editorial de Ciencias Sociales y al
que Eduardo Torres Cuevas, uno de los más prestigiosos historiadores cubanos e
integrante del jurado que otorgó ese lauro a la obra de Ferrer, ha dicho que se
trata de un libro imprescindible para la comprensión de una parte de la historia
nacional.
Es
cierto que a Néstor Leonelo se le ha
mencionado en algún programa de la televisión cubana y en varias ocasiones han
sido publicados pequeños textos que tratan de rescatar y preservar la memoria
de este Padre del Pueblo tan injustamente olvidado, pero sigue siendo una
presencia fantasmagórica sobre la que muy pocos hablan, y no se le menciona en
los programas escolares ni en los grandes eventos conmemorativos de la
independencia de Cuba. Nadie sabe hoy que Néstor y sus hijos fueron, antes que
Gonzalo de Quesada, los primeros en hablar de Martí en tierra cubana,
provocando el comentario de algún cubano mezquino cuyo nombre no trascendió:
“Ya cansan los Carbonell con tanto Martí”; ni que fue gracias a su formidable
memoria que se han conservado algunos discursos de Carlos Manuel de Céspedes
que él escuchó de viva voz al Padre de la Patria, y solía recitar sin pausa en
las tertulias de jóvenes que siguieron reuniéndose en su casa de La Habana como
antes se habían nucleado a su alrededor los dolientes exiliados de Tampa.
Yo
siempre he estado orgullosa de mi bisabuelo paterno, el capitán Picart,
ayudante de Campo del general Calixto García en la Guerra del 95, pero no fue
hasta que viví en la casona que la familia Carbonell construyó en Santos Suárez
en 1922, no fue hasta que conocí la papelería de Néstor Leonello y su
gigantesco aporte a la libertad de mi patria: hasta que pasé tantas noches en
soledad contemplando el rincón de la sala donde su cadáver fue velado hace
ahora un siglo, del 8 al 9 de noviembre de 1923, y hasta que fui convocada por
el escritor Alberto Guerra para participar en una antología de descendientes,
que entendí una verdad muy entrañable y profunda de la historia de Cuba: los hombres
del 68 y los del 95, que nos ganaron de pie esta isla con su sangre y con sus
penas, son nuestras generaciones históricas, las primeras.
Nosotros,
sus descendientes, jamás hemos pretendido abrillantarnos con la luz de sus
glorias porque los respetamos demasiado, pero tenemos con ellos una deuda
impagada. Por eso formamos un grupo con gran sentido de pertenencia y una
memoria que se niega al olvido y se rebela contra el silencio. Nosotros
seguimos trabajando para que aquellos rostros venerables que yacen hoy bajo tan
penosa invisibilidad vuelvan a ser conocidos por un pueblo que tanto les debe, al que ofrendaron los dones más ansiados
de una existencia feliz: la tranquilidad de una vida pacífica, la salud propia
y la de sus seres más queridos, la estabilidad y calor de una familia, la
seguridad de los bienes materiales...
Y continuaremos trabajando sin descanso para que sus nombres no sean meras palabras grabadas sobre la piedra sin sangre de los cementerios, y para que las flores y homenajes que deben adornar sus sepulturas cada día no sigan transformados en las duras espinas de la indiferencia. Que este esfuerzo no muera con nosotros. (Gina Picart Baluja)