La canción de mis canciones: clásicos de la música cubana

La canción de mis canciones: clásicos de la música cubana

¿Cómo se inspira un compositor? ¿Qué lo motiva? ¿Es siempre protagonista de lo que compone? ¿Lo animan, de manera invariable, los sentimientos que plasma o quiere plasmar en sus canciones? ¿Cuenta su vida o resume sus vivencias en cada obra que sale de sus manos?

Hay en el repertorio de la canción cubana piezas que se escribieron en una servilleta o en un papel cualquiera a bordo de un tranvía, y hay incluso letras que se tomaron “prestadas” sin que el letrista diese su consentimiento y, sin derecho a apelación, terminara enterándose de su “colaboración” con el compositor el día del estreno de la obra…

Acerca de composiciones y compositores, qué los inspiró y cómo, hablaremos en esta página. Digamos antes que eso que, por comodidad, llamamos inspiración, puede aparecer en los momentos más inesperados, expresa el periodista y cronista Ciro Bianchi en una publicación de Cubadebate.

 

En San José y Amistad

Moisés Simons, por ejemplo, que nació en La Habana en 1899, y que, al tener lugar la invasión hitleriana a Francia, pasó dos años encerrado en un campo de concentración porque su nombre y apellido “olían” a judío, tomaba un café con leche en la muy habanera esquina de San José y Amistad y tuvo una idea que escribió en una servilleta.

Llamó a aquel apunte “el pregoncito”. Corría el año de 1928, Simons pensaba viajar al exterior y antes de hacerlo entregó “el pregoncito” a Rita Montaner, que se iba a grabar a Nueva York. Cuando Simons llegó al fin a París, se encontró que su “pregoncito”, popularizado por Rita Montaner y Antonio Machín, le había precedido. En aquel café de San José y Amistad había escrito Simons lo que sería un de los primeros grandes éxitos internacionales de la música cubana, El manisero.

Otro de los grandes clásicos cubanos, una canción que ha dado la vuelta al mundo, fue escrito por su autor en un tranvía mientras viajaba de La Habana a Marianao. Pocos días después, la estrenaba con su agrupación musical y Miguelito Valdés no demoraría en cantarla con la orquesta Casino de la Playa. Así nació No te importe saber, pieza a la que seguirían Anoche aprendí, La noche de anoche y Me contaron de ti, entre otras muchas, porque su autor, René Touzet, era una fábrica de canciones, y todas buenas.

También eran muy buenos los boleros de Orlando de la Rosa. Es el autor de Nuestras vidas y No vale la pena; el hombre que tuvo la brillante intuición de juntar a Elena Burke y a Omara Portuondo en un cuarteto. A fines de los años 50, cuando se hablaba acerca de ese compositor, se decía siempre “el malogrado Orlando de la Rosa”, porque había muerto en la cima de su carrera sin llegar a cumplir los 40 años de edad. En una de sus piezas hizo algo así como el resumen de su quehacer autoral: escribió La canción de mis canciones con los títulos de todas lo que había compuesto. Una proeza.

 

Vieja Luna

Orlando de la Rosa fue, dice Cristóbal Díaz Ayala, el musicógrafo cubano radicado en Puerto Rico, de quien el cronista toma buena parte de la información que calza esta nota, el primero de los compositores de su generación que se inspiró en la Luna. Escribió Anoche hablé con la Luna y Luna vieja. Otro compositor, Bobby Collazo, la emprendería con el tema hasta agotarlo. Dedicaría al asunto toda una serie, pues cantó a la Luna de cuanta localidad nacional o extranjera que visitó. Así quedaron piezas como Luna de Camagüey, Luna de Yurumí, Luna mexicana, Luna de Quisqueya, Luna de Copacabana, Luna gaucha… Con todo, asegura la crítica, lo mejor que dejó en esa cuerda es Luna de Varadero, que escribió en el afamado balneario a instancias de Esther Borja.

Otro éxito de Collazo, y grande, es La última noche. La escribió a pedido de Pedro Vargas, el Tenor de las Américas, a punto de salir de México. Fue una canción por encargo, como lo es Longina, escrita por el trovador Manuel Corona a petición del periodista Armando André.

La canción de mis canciones: clásicos de la música cubana
Omara Portuondo popularizó varias canciones de Orlando de la Rosa.

Esto es la felicidad fue escrita a dos manos que al final fueron tres, por Orlando de la Rosa y Bobby Collazo. Lo contó este último:

“Hacía falta dinero y estábamos Orlando de la Rosa y yo; Orlando vivía en un piso bajo y yo arriba, en un edificio de la calle San Lázaro al que le decíamos la cafetera, porque los chismes empezaban en el piso bajo e iban subiendo, San Lázaro 220. Entonces Orlando se sentó al piano y empezó a coger un “tumbaíto”, estaba de moda el mambo en aquella época, y yo empecé: “Tú me quieres”, y él, “Yo te quiero”, y así empezó la canción. Entonces nos fuimos a ver al editor. Su secretario era el compositor Carbó Menéndez, y terminamos la canción con su ayuda”.

Recibirían 200 pesos cada uno por la pieza, pero el editor retenía los derechos autorales por su impresión. Nada extraño en Cuba. En 1940, Jorge González Allué recibió de una poderosa editora musical norteamericana 50 pesos como anticipo por los derechos de impresión de Amorosa guajira. Nunca más tendría noticias de aquella empresa.

Corría el año de 1937 y una puesta de sol despertó en Allué el deseo de cantar a la campiña cubana. Pasaba las vacaciones en la finca de un amigo y lo bello del paisaje, a la caída de la tarde, impactó su sensibilidad. Meses después, de un tirón, escribiría su obra en menos de una hora.

 

La vida es un sueño

Si Allué vendió su Amorosa guajira por 50 pesos, antes, en 1911, Gonzalo Roig vendió su Quiéreme mucho por tres. El Maestro, que se había casado precisamente en ese año, llevaba amores, más o menos clandestinos, con la actriz Blanca Becerra, que le inspiraría la bellísima melodía. Era frecuente entonces que un compositor confiara a un poeta o a un letrista el texto para la pieza que había escrito o que un compositor pusiera música a un poema; no como sucede ahora, que cualquier cantante fatiga a la audiencia con piezas “de mi propia inspiración”. En este caso, Blanca y Gonzalo intentaron acometer a cuatro manos la letra de lo que sería Quiéreme mucho.

Escribió Roig: “Quiéreme siempre, negra querida. / No dudes nunca de mi querer. / Él es muy grande, / él es inmenso…”. Agregó ella: “Siempre, mi negro, yo te querré…”.

Parafraseaban versos de Ramón Gollury, poeta y periodista ya olvidado, pero que en su momento hizo célebre el seudónimo de Roger de Lauria, y, como vieron que con lo que habían escrito no llegaban a ninguna parte, Roig decidió incorporar a la pieza los versos de Lauria tal como los escribió el poeta: “Quiéreme mucho, dulce amor mío / que siempre, amante, te adoraré…”.

Luego, Agustín Rodríguez, un gallego avecindado en La Habana que fue uno de los libretistas de la zarzuela Cecilia Valdés, de Roig, escribió la segunda parte. Aquella que dice: “Cuando se quiere de veras / como te quiero yo a ti…”. Lo curioso es que Roig tomó los versos de Lauria sin pedir permiso. El escritor se enteró de su “colaboración” con el Maestro la noche en que escuchó la pieza en el teatro Martí.

Existen tantas versiones sobre cómo surgió y se compuso La engañadora, que resulta difícil precisar cuál es la verdadera. Arsenio Rodríguez pensó que una intervención quirúrgica le devolvería la visión. No lo consiguió y escribió La vida es un sueño. “Después que uno vive veinte desengaños / qué importa uno más…” Parece un lamento de amor, pero no. Es el Ciego Maravilloso de la música cubana.

 

Tres palabras

Corre el año de 1947 y la cantante mexicana Chela Campos pide al cubano Osvaldo Farrés que componga una canción para ella. Farrés se niega, vacila, no se siente suficientemente motivado. Pero la mexicana no se da por vencida. “Vamos, Maestro, si con tres palabras se hace una canción”, le dice, y el cubano acepta el reto. Compone la canción que la Campos le pide y la titula precisamente así: Tres palabras “Y esas palabras son: como me gustas”.

Ya para entonces Farrés había entrado en Hollywood por la puerta ancha, cuando en 1940 su bolero Acércate más fue el tema de la película que interpretaron Esther Williams y Van Johnson.

En realidad, Farrés no leía música ni tocaba el piano. Conocía los rudimentos, pero no podía llevar sus inspiraciones al papel pautado. Las tarareaba ante alguien que pudiera hacerlo. Nació en Quemado de Güines, en el centro de la Isla, y era un magnífico dibujante y publicista aventajado cuando descubrió que tenía el don de componer bellas melodías.

Halló esa veta por casualidad. En 1937, preparaba con cinco muchachas, en un estudio de CMQ Radio, una promoción de la cerveza Polar, cuando un locutor comentó: “Ahí está Farrés con sus cinco hijas…” En el acto, se comprometió a escribir una guaracha con ese título. Al cabo, no serían cinco hijas, sino cinco hijos: Pedro, Pablo, Chucho, Jacinto y José, que no tardarían en ser conocidos en toda Cuba luego de que Miguelito Valdés montara la pieza con la orquesta Casino de la Playa.

“Jamás pensé en convertirme en un compositor. Ni la canción ni la música entraban en mis planes, y mucho menos imaginé que llegaría a vivir de ellas”, dijo en una ocasión.

Toda una vida, que compuso para la que sería su segunda esposa, pasó a ser un himno para los enamorados. Tres palabras apareció en una cinta de Walt Disney. Quizás, quizás, quizás la cantó Sarita Montiel en la película Bésame. En verdad, la Montiel interpretó varias canciones de Farrés en seis de los filmes que protagonizó. Nat King Cole dejó, asimismo, su versión de Quizás… No me vayas a engañar fue uno de los grandes éxitos de Antonio Machín. Obras de Osvaldo Farrés se utilizaron también en películas argentinas y mexicanas. Otra pieza emblemática suya es Madrecita, compuesta en 1954. Si Toda una vida fue, como se dijo, el himno de los enamorados, Madrecita se cantaba hasta la fatiga en el segundo domingo de mayo, Día de las Madres. Farrés la compuso en homenaje a la suya. Pero la buena señora nunca pudo oírla, porque era sorda como una tapia.

 

El cronista

Como Juan Formell lo sería en su momento, Miguel Matamoros fue un cronista de su tiempo. Hechos, situaciones, personajes de su Santiago natal y de toda la Isla le inspiraron no pocas melodías.

Un vendedor ambulante desapareció de manera inesperada de las calles santiagueras. Lo conocían como Huye o esa palabra formaba parte de su pregón. Matamoros lo extraña y escribe El que siembra su maíz: “Huye, Huye… / ¿dónde está Mayor / ¿Dónde está? / Ya no vende por la calle / ya no pregona en la esquina / ya no quiere trabajar…”.

Viene a Cuba el doctor Asuero, un médico español. Trae un método de curación contra determinados tipos de parálisis. Todo estriba en que el enfermo se deje tocar un nervio que se llama trigémino. El procedimiento no es todo lo eficaz que se anuncia y Matamoros escribe El paralítico, mientras que en ¿Quién tiró la bomba? esboza la situación de terror que vive la Cuba de 1935 bajo la égida del entonces coronel Batista. Como antes, en La mujer de Antonio, había abordado la realidad cubana del machadato: “Mala lengua tú no sigas / hablando mal de Machado / que te ha puesto aquí un mercado / que te llena la barriga…” (Redacción digital)

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