El 8 de enero de 1959 se produjo la entrada triunfal a La Habana del Ejército Rebelde encabezado por su líder, el Comandante en Jefe Fidel Castro, después de recorrer casi por completo el país en un viaje de más de mil kilómetros, acompañado todo el tiempo por el júbilo desbordante de los habitantes de pueblos y ciudades de Cuba.
Había salido muy temprano el 2 de enero desde las inmediaciones del
Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, después de haberse producido la
proclamación del triunfo de la Revolución en la Ciudad Héroe el día anterior,
el histórico Primero de Enero, en multitudinario acto celebrado frente al
céntrico Parque Céspedes.
Aquel increíble
contingente de humildes soldados y patriotas, en su mayoría barbudos y
melenudos, sin proponérselo comenzaba a sembrar en la memoria de la población
que lo recibía agradecida en todas partes, la mística que desde entonces
acompañó a aquellos sucesos, sobre todo al empezar a conocerse las victorias
militares aplastantes protagonizadas por ellos sobre el ejército del tirano, en
la ofensiva final de los rebeldes.
Y el avance de la
Caravana de Oriente a Occidente, significó una suerte de viaje de una nación, o
mejor, de un pueblo hacia su sueño, eso sí convertido en aspiración que debía
ser muy realista y entregada, llena de alertas contra los peligros por venir,
tal y como avizoraba meridianamente el jefe revolucionario máximo.
Fidel había dicho, con su lealtad y patriotismo basal, que esta vez los
mambises -padres fundadores independentistas y anticolonialistas- sí habían
entrado a la heroica ciudad de Santiago de Cuba y que esta vez sí era la
Revolución de verdad, que no admitía traidores, ni corruptos, ni vendepatrias
ni anexionistas.
Esas afirmaciones traían
las señales de sus más profundas concepciones políticas e ideológicas,
desplegadas a fondo en lo adelante, apoyado en el futuro desde 1965 en un
renovado Partido Comunista de Cuba que como el fundado por José Martí en 1892
nació único y movilizador integral de las mejores cualidades de los cubanos.
No se puede perder la
oportunidad de hacer una descripción somera de la ruta de la Caravana de la
Libertad por la capital cubana, cuyos habitantes aclamaron a aquella fuerza
formada por unos tres millares de guajiros fogueados en los combates del Ejército
guerrillero.
La entrada a la urbe se
produjo por la popular barriada del Cotorro, donde Fidel se encontró con el
Comandante Juan Almeida, para seguir avanzando hasta la conocida Virgen del
Camino, donde se les sumó Camilo Cienfuegos, quien, al igual que el Che
Guevara, había adelantado su entrada a La Habana, por órdenes de Fidel.
Camilo y Che, como quien dice acababan de finalizar la exitosa campaña
de Oriente a Occidente, desplegada por ambos en el segundo semestre de 1958 y
traían todavía impregnados el olor a pólvora y a sudor de las victoriosas
batallas de Yaguajay y la toma de Santa Clara, dirigidas por cada uno, en ese
orden.
Junto a la extraordinaria
Batalla de Guisa, liderada por Fidel también en los finales de la guerra,
habían sido decisivos junto al actuar de Raúl Castro y Juan Almeida en sus
respectivos frentes orientales.
Volviendo al clímax de la
capital en ese 8 de enero, los citadinos mostraban su entusiasmo por la llegada
de los rebeldes tan enardecidos y felices como el resto de los pobladores del
país.
No era para menos pues
también La Habana había sido una ciudad clave en los combates a pecho
descubierto de la clandestinidad, el Directorio Estudiantil, los sindicatos y
movimientos cívicos del pueblo.
Se cuenta una y otra vez
porque fue cierto: Cuba bailaba y reía en las calles capitalinas donde también
se lloraba de profundo entusiasmo recordando a los héroes ausentes y en
agradecimiento. El sentimiento era profundo y exultante como jamás se viera.
Fidel disfrutó en el
trayecto, momentáneamente, la emoción de subir al yate Granma, cuando este
apareció atado a un muelle durante el recorrido, cerca de los predios de la
antigua Marina de Guerra. Fue una sorpresa preparada por Camilo.
Lo mejor llegó en la
noche cuando el joven líder revolucionario habló al pueblo capitalino en un
discurso electrizante que ha quedado para la historia con ribetes legendarios.
La concentración popular
se produjo en áreas del antiguo campamento militar de Columbia, convertido
después en Ciudad Escolar Libertad.
“Se ha andado un trecho, quizás
un paso de avance considerable. Aquí estamos en la capital, aquí estamos en
Columbia, parecen victoriosas las fuerzas revolucionarias; el gobierno está
constituido, reconocido por numerosos países del mundo, al parecer se ha
conquistado la paz; y, sin embargo, no debemos estar optimistas.
“Mientras el pueblo reía hoy, mientras
el pueblo se alegraba, nosotros nos preocupábamos; y mientras más
extraordinaria era la multitud que acudía a recibirnos, y mientras más
extraordinario era el júbilo del pueblo, más grande era nuestra preocupación,
porque más grande era también nuestra responsabilidad ante la historia y ante
el pueblo de Cuba.”
En La Habana, alertó acerca
de lo mucho que restaba por hacer todavía y sobre lo cierto de que, lo más
difícil, seguramente estaría por venir a partir de entonces.
No eran corazonadas o
desazones románticas. Ya había medido fuerzas y luchado también contra los
poderosos enemigos interesados en seguir rigiendo el destino del territorio
nacional como lo habían hecho desde su intervención en 1898, y los sentía
acercarse otra vez.
Sin contar que los restos de las bombas descargadas por
Batista contra los indefensos campesinos de la Sierra Maestra, en plena
ofensiva de la dictadura, tenían la marca nítida, bien legible de Made in USA.
Incluso, a fines de la
guerra liberadora que, tras la ofensiva final del Ejército Rebelde, derrotó a
las huestes batistianas, Fidel había deshecho una conjura enemiga encargada por
ese enemigo, para intentar frustrar a última hora el éxito de la Revolución.
La estrategia y el actuar
revolucionario, dirigido por Fidel, desmontó el maquiavélico plan y la
Revolución se hizo realidad. Lamentablemente no se pudo evitar que Fulgencio
Batista y sus personeros principales huyeran bajo la protección norteña.
Pero los yanquis de entonces y su camarilla no calcularon que en medio de las alegrías y los festejos por el triunfo y hasta por el año nuevo, ya estaba presente, listo para unirse, ser protagónico y seguir luchando sin claudicar, como hoy, un pueblo heroico que conducido por un dirigente fuera de serie marcharía en lo adelante de victoria en victoria, de obra en obra. Con la fuerza de los principios, la verdad, la justicia y el socialismo. (Redacción digital. con información de la Agencia Cubana de Noticias)