Casi todos los cubanos han oído
alguna vez hablar del areíto, y saben que es una danza que bailaban nuestros aborígenes, una representación circular, como tantas danzas primitivas tribales
en otras partes del planeta, y que podía o no acompañarse de cantos o más bien
salmodias.
Para muchos esta era la única
manifestación artística de carácter religioso que conocían taínos y siboneyes,
o tal vez solo los taínos, los más adelantados de ambos grupos. Sin embargo, la
realidad no era tan limitada, sin dejar por ello de ser muy pobre en
comparación con otros grupos poblacionales del mismo mar Caribe y de las costas
continentales.
Cuando los españoles llegaron a esta
isla traían con ellos algunos hombres capaces de escribir y de hacerlo bien,
quienes, además de exploradores y guerreros, eran buenos observadores y muy
curiosos de todo lo que veían en panorama tan nuevo como deslumbrante para
ellos en toda su belleza.
Los cronistas de Cristóbal Colón
dejaron descritos algunos instrumentos, o más bien, algunos elementos naturales
que los aborígenes cubanos empleaban como instrumentos destinados a producir
algo que podríamos llamar ritmo, porque tal vez hablar de música como concepto
no se avendría con la realidad de su nivel de desarrollo cultural.
Además de referir cantos y
bailes, entre los cuales se encontraba el areíto, aunque no era, según lo que
ellos vieron, el único, hablaron de caracoles marinos de gran tamaño, que los
aborígenes llamaban en su lengua guamo y cobo, nombres que hasta hoy empleamos
nosotros; y un tipo de sonajero parecido a la maraca actual.
Como es de suponer, al mermar
tanto la población aborigen, ya fuera exterminada por los excesos de trabajo a
que fueron sometidos los indios en las encomiendas, por los numerosísimos
suicidios, por enfermedades para las que no tenían suficiente inmunidad o
porque fueron más temprano que tarde absorbidos o mezclados con los mismos
españoles y los negros traídos de África, desaparecieron con ellos su cultura,
de la cual ha quedado muy poco.
Conocemos a sus dioses, entre
ellos a Huracán, el más temido, e incluso en sus pinturas rupestres se han
conservado la apariencia de estas deidades femeninas y masculinas, y hasta
sabemos sus nombres. También conocemos el escasísimo mobiliario de sus
viviendas, sus pocos enseres de cocina y la célebre coa, el palo con punta
afilada que usaban para labrar la tierra.
Sabemos, también gracias a los
cronistas, algo sobre sus rustiquísimas armas (hachas de piedra y puntas de
flechas y dardos); sabemos que criaban perros mudos, aunque quienes sí está muy
claro que se los comieron fueron los propios españoles; y sabemos bastante bien
cómo era su dieta y las plantas que empleaban para curar sus enfermedades. Pero
no hay sobre ellos mucha más información.
De tal modo y casi despoblada la
isla de sus primitivos habitantes, quienes solo subsistieron en pequeñas
comunidades muy aisladas del oriente del país o en lugares muy puntuales donde
los confinaron los españoles, como el poblado de Guanabacoa en La Habana, se
fueron imponiendo las formas e instrumentos musicales traídos en las naos por
los primeros españoles y los que les siguieron en nuevos viajes de conquista y
poblamiento.
Los marinos primero, los
guerreros más tarde, y los españoles cristianos y judíos conversos que
comenzaron a asentarse en la isla traían sus cancioneros, la música militar, la
música de la liturgia católica, y yo creo que también mucha música sefardí más
o menos camuflada, incluso cantada en ladino, el dialecto de los judíos de España,
muchísimos de los cuales se enrolaban en las tripulaciones que venían a las
tierras recién descubiertas huyendo de la Inquisición. Con los españoles vino
la vihuela, probablemente el primer instrumento musical europeo que llegó a
tierras cubanas, ya que venían en los barcos muchos hombres que sabían tocarla
y traían las suyas consigo.
Los negros que comenzaron a
llegar para sustituir la falta de brazos en las encomiendas no solo venían del
África costera, sino de la propia España y del norte de África, de países que
ya entonces eran de religión musulmana. Ellos trajeron diferentes instrumentos
de percusión y diferentes ritmos, pues no es lo mismo el tambor batá de Nigeria
que los tambores pequeños de Marruecos, Túnez, Argelia y norte de Egipto. Y también
son muy diferentes las músicas de esas regiones. Algunos de estos negros ya
desde España tocaban sonajas y gaitas, y en el norte de Egipto había dos
instrumentos muy populares, los crótalos y los címbalos, ambos con una remota
historia de orígenes religiosos, puesto que eran empleados en el culto muy
antiguo de la diosa Isis.
Los crótalos se dice que fueron los
antepasados de las castañuelas españolas. El címbalo, bajo otro nombre existe
hoy en las orquestas cubanas, lo mismo campesinas que urbanas bailables. Estos
negros el norte de África que vivían desde mucho antes en España habían llegado
con las invasiones bereberes del siglo VIII, que tuvieron por consecuencia la
ocupación de España por los “moros” durante ocho siglos.
Así de complejas fueron las primeras formas musicales que se asentaron en Cuba, entre las cuales no ha quedado rastro reconocible de las formas aborígenes. Existen ciertas teorías que hacen descender a los primeros pobladores de Cuba nada menos que de los mayas de Yucatán.
No sé si hoy los grupos aruacos
estén reconocidos por la antropología como descendientes de los mayas, pero a
quien esto escribe le parece muy poco probable, porque, aunque los mayas ya
eran una civilización desaparecida, muerta o absorbida en el momento en que
Hernán Cortés desembarcó en México, dejaron huellas incuestionables de un
altísimo grado de adelantos tecnológicos, arquitectónicos y culturales, de los
que no se aprecia rastro alguno en los aborígenes cubanos.
Habiendo sido grandes
constructores de pirámides, ¿no debería existir en alguna parte de Cuba algunas
construcciones de esa clase, aunque fueran muy rudimentarias, aunque no fueran
más que ruinas difícilmente identificables? No tengo noticia de que hasta hoy
se haya encontrado algo semejante en nuestra tierra.
Pero que nuestros indios tuvieron
instrumentos para crear ritmos no debe dudarse. Los arqueólogos han encontrado
indicios de que hasta los neandertales tuvieron “orquestas” con flautas y otros
instrumentos tallados en huesos de animales. Esperemos que algún día se
encuentren más huellas de los primitivos habitantes de Cuba. En ello se sigue
trabajando. (Gina Picart Baluja. Foto: Agencia Cubana de Noticias/red social X)
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